Crónica de una sala de espera, un policía y las noticias de una mañana de octubre en Guadalajara, Jalisco

Publicado el 12 de enero de 2022

Abel Rodríguez Carrillo
Posgrado en Antropología, Escuela Nacional de Estudios Superiores, UNAM-Morelia
emailarodriguezcar@hotmail.com

“Yo soy optimista de que vamos a lograr la paz del país” fue la frase de nuestro presidente con la que cerró la nota informativa del programa matutino en la televisora local. Dicha frase era el corolario de las imágenes que sucumbieron nuestro país aquel 15 de octubre 2019, fecha en que los medios de comunicación presentaron en cadena nacional los cuerpos sin vida de policías estatales en un paraje de la tierra caliente de Michoacán. El saldo: 13 policías abatidos. La mañana previa habían salido a realizar un patrullaje en la comunidad del Aguaje, municipio de Aguililla, y fueron embestidos por un grupo de criminales miembros del cártel Jalisco Nueva Generación, quienes se adjudicaron el ataque dejando un mensaje por escrito en el que advertían que eso les pasaba por apoyar a la gente de los cárteles y/o células criminales de la región.

Un policía del municipio de Poncitlán, Jalisco, observaba con detalle y asombro el televisor; quizá ya era una noticia que circulaba desde el día previo entre todos sus compañeros, pero no por eso era de menor impacto, pues su rostro, y en particular su mirada, daba cuenta del desconcierto que le causaban la narrativa y las imágenes de los hechos. ¿Qué pasaría por la mente de aquel vasallo, el cual se encontraba próximo a registrar sus huellas y perfiles en cuestión de minutos, ambos requisitos para enfilarse en la nómina de la policía municipal de la región Ciénega de Jalisco? ¿Qué pensarías tú si estuvieras en esa situación? Será la necesidad económica del candidato o un gusto por pertenecer a las fuerzas castrenses. Me parece que hoy día es más la necesidad del mexicano promedio que se enfila en dichas instituciones. En cualquier caso, cómo interpretar el mensaje que daba el noticiero: un mensaje atroz entre cárteles de la droga, pero también —con la complicidad de los medios de comunicación— un mensaje al televidente en el que la fuerza estatal se veía reducida, ultrajada y vulnerable. Códigos explícitos escritos sobre cartulinas, pero también escritos implícitos sobre los cuerpos de aquel grupo de víctimas.

“Los mandan al matadero” gritaba con todas sus fuerzas una de las mujeres que se encontraban en el velorio de los policías. Quizá esposa, quizá hermana, madre, hija o amiga; destacaba que fue una mujer quien alzaba la voz y su grito rompía el silencio de los presentes, cimbrando los féretros donde yacían los cuerpos de los súbditos, de acuerdo con las imágenes que presentaban los noticieros. Estas palabras me recordaron algunas líneas del texto Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres, de Rita Segato, donde refiere:

Desafortunadamente, lo que vemos en los noticieros es la soldadesca oriunda de las ranchadas pobres y no blancas, la leva reclutada por la persuasión, por la necesidad de los desposeídos o por la fuerza, para ser carne de cañón en la primera línea de fuego a la que son mandados los peones, los soldados rasos, de esa organización gigantesca que atraviesa todos los estratos y niveles económicos de la sociedad.

No cabe duda de que el coraje, la impotencia, la rabia y el enojo contra el Estado condensaron con aquella expresión el dolor y el riesgo del que se sabe confrontan día a día las familias de los policías de baja escala en distintas regiones del país. No obstante, ante el desenlace de los hechos, nunca se estará preparado para aceptar con la cabeza agachada el destino de un padre, un hermano o un amigo que ha muerto “en nombre de la seguridad pública”, pues, al menos para la tierra caliente, también es bien sabida la complicidad del Estado con estos grupos criminales —ya sea por la acción, la inacción o el olvido histórico, cabe destacar—.

De un momento a otro se cierra la nota informativa con las condolencias de nuestro señor presidente a las familias en luto, cuando de pronto la conductora de televisión expresa: “pero la nota del día es que una maestra en Japón enseña a niños de preescolar a limpiarse el trasero usando globos”. De esta forma, de un momento a otro en nuestro país pasamos de imágenes crudas de la violencia en la tierra caliente de Michoacán a una imagen de un aula llena de infantes que miran a su profesora sentada en un banco, la cual coloca unos globos cual alegoría de sus nalgas y pasa entre los coloridos globos un papel higiénico. Con tales imágenes el candidato a policía municipal vuelve a su celular y de esta manera abrupta el programa televisivo en turno limpia el imaginario del televidente, dando un brinco de la violencia en México a la educación e higiene infantil en Japón.


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Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero