La polarización ideológica en la era de la razón y la ira

Publicado el 16 de marzo de 2022

Humberto Hernández Salazar
Maestrante del Posgrado en Derecho de la UNAM
emailhumbertohernandezsalazar@gmail.com

En el cuento de Jorge Luis Borges Las ruinas circulares, 1 se relata la historia de un hombre gris, conocedor de la brujería, quien se asentó en un templo en ruinas que anteriormente rendía culto al dios del fuego.

El personaje se planteó como propósito soñar a un hombre e imponerlo en la realidad. Pasó incontables noches soñando cada parte de su cuerpo con detalle. Con el tiempo, el dios del fuego le concedió su gracia: le otorgó vida a su creación onírica, pero antes, pidió que el hombre soñado fuera enviado a otro de sus templos para rendirle honores. El hombre gris cumplió con lo ordenado, instruyó a su creación en el culto al fuego y lo envió a otro de sus templos. Antes de partir, en un acto de nobleza, le borró todos sus años de aprendizaje para que se creyera una persona como las otras.

Pasados los años, dos remeros contaron al hombre gris de un hombre mágico que habitaba en otro templo del dios del fuego, quien era capaz de tocar las llamas y no quemarse. El temor de que su creación meditara sobre su privilegio y descubriera su origen perturbó su paz. Mas al término de sus cavilaciones, se repitió lo sucedido hace muchos siglos: el templo del dios del fuego sería destruido por el fuego.

En ese instante, el hombre gris aceptó la muerte como la coronación de su vejez; caminó contra los jirones de fuego para ser consumido por las llamas, pero éstos no quemaron su cuerpo, sino que lo abrazaron con calidez. Entonces, “con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”. 2

El relato anterior sirve como alegoría sobre el funcionamiento de las ideologías en la contemporaneidad. Éstas se buscan imponer en la realidad como una creación utópica —casi onírica—. Su validez se encierra en sí misma sin comprender su apariencia. No admite la crítica; existe un tamiz en el pensamiento que predispone una posición política, una perspectiva para ver al mundo y una funcionalidad práctica. Esta proposición resulta irremediablemente verdadera, contrapuesta a todas las demás.

Creadas en un momento dado, las ideologías perdieron su memoria para afirmarse como convicciones incuestionables. Así, no cuestionan sus fundamentos ni sus carencias; se afirman a sí mismas con una objetividad determinante o rechazan cualquier crítica bajo la sospecha del relativismo. Desde cada ideología, toda perspectiva que se contraponga se percibe como lo heteróclito, el desorden, el inicio del caos y la distopía.

La ideología, como pauta de entendimiento del mundo, pone en duda el diálogo como instancia de acuerdo. Desde la modernidad, la democracia liberal presupone una sociedad abierta al consenso racional; una sociedad organizada que conducirá sus decisiones conforme al ideal de la razón ilustrada. Las personas reconocerán los intereses compartidos de todos los participantes para realizarse en sociedad.

Empero, actualmente las concepciones del mundo se traducen en concepciones univocistas o equivocistas: sólo existe una interpretación válida de los hechos —el objetivismo más radical—, o en su caso, toda interpretación deviene inválida por la sospecha del relativismo —el subjetivismo más radical—. Así, se crea una pugna entre diversas concepciones del mundo absolutamente excluyentes. No existe espacio para el diálogo, sino para el demérito y la descalificación.

Foucault, en El orden del discurso, 3 describe la forma en que los discursos de exclusión operan en las sociedades modernas. El discurso se constituye como un dispositivo de poder: nombra y categoriza racionalmente lo que es adecuado. En torno a diversas categorías conceptuales se juzga racionalmente algo en el mundo.

Antes, los discursos fundaban su legitimidad en una voluntad de verdad. El discurso válido tenía como sustento el respeto —místico o tradicional— y el terror coactivo; lo constituía aquel discurso emitido “por quien tenía el derecho y según el ritual requerido; era el discurso que decidía la justicia y atribuía a cada uno su parte”. 4

La separación entre la voluntad de verdad y la voluntad de saber se consumió con la Ilustración. Al identificarse a la razón humana como principio de captación del mundo, el discurso verdadero y el discurso falso se diferenciaron a partir del criterio del conocimiento objetivo: la verdad del discurso no dependía de la forma de su creación, sino de su sentido, forma y objeto. 5

La objetividad, como pretensión del conocimiento, requiere una forma exenta de deseo y libre de la injerencia de poder. Bajo esta apariencia, en el periodo de la modernidad se enmascaró el carácter preformativo de los discursos. Sin embargo, es posible apreciar elementos que determinan un orden racional de las cosas de acuerdo con una base epistémica. En otras palabras, el saber funge como dispositivo que predispone “una cierta posición, una cierta forma de mirar y una cierta función”. 6 Si las premisas de una ciencia objetiva son tomadas como válidas, no habrá conclusiones válidas fuera de éstas mismas premisas.

De esta forma, el discurso norma la conducta; busca producir algo en la interacción social. A partir del lenguaje se fija un orden racional de la realidad. La percepción de la armonía o del orden en las cosas se construye bajo códigos culturales compartidos por determinados grupos identitarios. Estos grupos pueden ser variados al interior de una misma sociedad. Lo incongruente con dicho orden se define como lo heteróclito, lo que no corresponde a la estructura uniforme de lo racional. 7

Debido a lo anterior pueden existir dos concepciones de la realidad diametralmente opuestas en un mismo espacio cultural. Los esquemas perceptivos se enfrentarán en el campo de la cultura para afirmarse como absolutamente válidos. De acuerdo con los fundamentos de cada episteme, “[e]n el fondo de este orden, considerado como suelo positivo, lucharán las teorías generales, el ordenamiento de las cosas y las interpretaciones que sugiere”. 8

Así, la interpretación de la realidad se disputa en el escenario de la razón humana. La hermenéutica es el acto por medio del cual se otorga sentido a los hechos. En este proceso intelectivo existe una confrontación dialéctica: el emisor del discurso y el receptor del discurso pueden entrar en una confrontación por dotar de significado a los hechos; “autor y lector pelean por su reconocimiento, es una dialéctica entre uno y otro”. 9

El diálogo racional se clausura con el arraigo de las visiones del mundo como absolutas. Existen dos concepciones contrapuestas en la interpretación de la realidad: el univocismo y el equivocismo. La primera sostiene que la interpretación válida de los hechos solamente puede ser entendida de una manera; cualquier otra alternativa resulta necesariamente errada. La segunda, en cambio, relativiza cualquier interpretación como subjetiva. Ambas posturas marcan las tendencias cognoscitivas de la modernidad y el posmodernismo; por una parte, el positivismo como aparente conocimiento absolutamente objetivo; por otra, la sospecha y desconfianza hacia el saber objetivo a partir del empleo del conocimiento como instrumento de control. 10

En el campo de la disputa política, esta dualidad puede encontrarse en las figuras de la ideología y la utopía. Ambos conceptos establecen una estructura mental predispuesta para entender la realidad; construyen un conjunto de elementos conceptuales que se buscan imponer en la realidad. Los detractores del orden calificado como hegemónico consideran que la ideología conserva una estructura de poder represiva, la cual justifica racionalmente estructuras de dominación mediante discursos incrustados en la cultura. En consecuencia, forman la imagen de la utopía como promesa de cambio; como la proyección de una realidad anhelada que puede alcanzarse. A la vez, los grupos en posición de poder consideran su ideología como la utopía; la ideología que se contrapone es la amenaza de lo irracional. 11

A partir de ello, toda comprensión de la realidad es mediada por el tamiz de la ideología o la utopía. Al interior de la sociedad, los grupos ideológicamente antagónicos emitirán juicios sobre la realidad “en un mundo de ideas aislado y distinto y que esos diferentes sistemas de pensamiento que a menudo entran en conflicto unos con otros, pueden reducirse, en último análisis, a los diferentes modos de experimentar la misma realidad”. 12

El ideal del consenso democrático se convierte en una empresa fútil en estos casos. El entendimiento de la democracia parte de la interrelación cooperativa o colaborativa entre grupos políticamente relevantes al interior de la sociedad.

La concepción económica estadounidense entiende a la democracia en términos de mercado; electorado y candidatos confluyen en una continua transacción de apoyo electoral a cambio de representación; el voto se convierte en el capital político de los grupos políticos. El intercambio político, como teoría, considera que los conflictos sociales se solucionan por medio de acuerdos entre grandes organizaciones sociales, quienes realizan intercambios mutuos de expectativas. En sentido similar, el neocorporativismo considera que los representantes de intereses contrapuestos negocian en procesos sociales. 13

Con base en lo anterior, se advierte la predisposición al diálogo: el reconocimiento de los otros como interlocutores con pretensiones válidas. No obstante, dicho escenario no acontece en el contexto actual. El diálogo público se desenvuelve en la descalificación y el desprecio. Existe un acolchonamiento ideológico que define una red estructurada de términos que son empleados en la discusión. Cada ideología acentúa los elementos que los convalidan. 14

Un significante puro —el Uno— forma una identidad totalizadora; presenta su empresa como la lucha última; las demás luchas únicamente pueden comprenderse como expresión secundaria. 15 Existe un designante rígido que otorga un significado a las cosas. Es un significado adicional —plus producido— que atribuye un sentido al plano de lo real más allá de su existencia bruta. Así, se reducen las diversas fórmulas de comprensión de lo real a una determinada forma. 16

Comprendemos la realidad a través de un proceso de simbolización que capta todo bajo un orden fijo. Este significante puro nos permite sintetizar la experiencia en una unidad socialmente compartida. 17

La finalidad del designante rígido consiste en aglutinar la ideología bajo una sola matriz de significados; es la instancia que funge como referencia, delimitación de la diferencia, estructuración de sentidos, preformación del entendimiento, bajo un elemento que lo sostiene todo unido. Este elemento puede ser Dios, la patria, el partido, la clase, etcétera. 18

Ahora bien, este aspecto de confrontación irreconciliable puede encontrarse en la descripción de la Edad de la ira. 19

Existen dos posturas contrapuestas que se afirman como absolutamente correctas. La ideología de la modernidad se adhiere a un extremo fundamentalista. La creencia ciega en los sistemas políticos y económicos angloamericanos promete el mejor de los mundos posibles, así la producción de gobiernos responsables y representativos. Se cree con convicción que el discurso ilustrado del liberalismo derrotará a las fuerzas irracionales de la no-modernidad. Sin embargo, la promesa incumplida provoca una amplia frustración en sus adeptos y en sus detractores: los seguidores del progreso indoloro del liberalismo no pueden explicar la realidad que presencian; sus críticos rechazan dicha ideología en su totalidad desde sus fundamentos, al identificar en su trasfondo la legitimación de la opresión capitalista y la desigualdad. 20

Para los seguidores del liberalismo, el otro alterno es percibido como un bruto o bárbaro irracional. Como grupo privilegiado, se conciben como los ilustrados, personas con la capacidad y el talento para dirigir a las masas. Los inconformes, críticos de las estructuras del liberalismo, se convierten en ignorantes resentidos. 21 En otras palabras, “[e]l resentimiento y la envida producían en el plebeyo ansias de un cambio rápido e igualitario”. 22 Así, “[e]n lugar de armonizar[se] intereses socialmente mediados, la economía industrializada creó antagonismos de clase y crasa desigualdad”. 23

Esta dualidad es apreciable en la disputa intelectual que sostuvieron los personajes Voltaire y Rousseau. Ambos recurrieron a descalificaciones desde el ámbito personal para cuestionar a sus interlocutores. Voltaire, defensor del liberalismo, acusaba al ginebrino de pretender convertir a sus lectores en brutos, así como de ser un autor ridículo, depravado, lamentable, abominable y falso. Rousseau, crítico de las repercusiones de un orden liberal y mercantilista en la moral de la sociedad, calificaba al parisino como mundano, aspirante a aristócrata, y como una persona sometida a una voraz ambición. 24

En esta pugna entre ideologías, como concepciones absolutas del mundo, la destrucción mutua es la única alternativa. El reconocimiento del otro y de sus pretensiones representa la vía para conformar nuevas realidades, más incluyentes y justas. El pensamiento totalitario en la ideología se materializa en la descalificación de los grupos antagónicos. El otro como opresor, ambicioso, acumulador, egoísta, aristócrata, salvaje, resentido, bárbaro, inculto, ignorante o irracional.

La percepción de las ideologías como determinantes racionales del pensamiento podría significar una primera instancia para el diálogo: es necesario comprender la apariencia de sus fundamentos y mostrar apertura al diálogo.

La vulnerabilidad ante el fuego servirá como señal de alarma ante la autodestrucción humana, como un recordatorio de nuestra mortalidad. Implica reconocer el carácter humano en los intereses compartidos; el recordatorio de nuestra vulnerabilidad y codependencia frente a los otros.

Después de una prolongada exposición de la humanidad a un clima gélido de aislamiento ideológico, en el que la apariencia de las creencias destruyó todo entendimiento colectivo, como en el cuento de Álvaro Méndez Leal, 25 la sensibilidad al fuego resulta redentora: “el fuego … no duele (más todavía) (el fuego tranquiliza) … (el) (fuego) (no) (quema) (es mentira que el fuego quema) … y sí / es-suficiente / el fuego es suficiente / y es amigo… es amigo…”.

REFERENCIAS

Beuchot, Mauricio, Hechos e interpretaciones. Hacia una hermenéutica analógica, México, FCE, 2016.

Bobbio, Norberto, Teoría general de política, trad. de Antonio de Cabo y Gerardo Pisarello, España, Trotta, 2005.

Borges, Jorge Luis, “Las ruinas circulares”, Cuentos completos, México, Lumen, 2019.

Foucault, Michelle, El orden del discurso, trad. de Alberto González Troyano, México, Tusquets, 2014.

Foucault, Michelle, Las palabras y las cosas, trad. de Elsa Cecilia Frost, México, Siglo XXI Editores, 2016.

Manheim, Karl, Ideología y utopía. Introducción a la sociología del conocimiento, trad. de Salvador Echeverría, México, FCE, 2019.

Méndez Leal, Álvaro, Fire and Ice, 2022, disponible en: https://ciudadseva.com/texto/fire-and-ice/ (fecha de consulta: 3 de marzo de 2022).

Mishra, Pankaj, La edad de la ira. Una historia del presente, trad. de Eva Rodríguez Halffter y Gabriel Vázquez Rodríguez, España, Galaxia Gutenberg, 2017.

Žižek, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, trad. de Isabel Vericat Núñez, Argentina, Siglo XXI, 2003.


NOTAS:
1 Borges, Jorge Luis, “Las ruinas circulares”, uentos completos, México, Lumen, 2019.
2 Ibidem, p. 123.
3 Foucault, Michelle, El orden del discurso, trad. de Alberto González Troyano, México, Tusquets, 2014.
4 Ibidem, pp. 8 y 9.
5 Ibidem, p. 9.
6 Ibidem, p. 10.
7 Foucault, Michelle, Las palabras y las cosas, trad. de Elsa Cecilia Frost, México, Siglo XXI Editores, 2016, pp. 3-6.
8 Ibidem, p. 6.
9 Beuchot, Mauricio, Hechos e interpretaciones. Hacia una hermenéutica analógica, México, FCE, 2016, p. 11.
10 Ibidem, pp. 88 y 89.
11 Manheim, Karl, Ideología y utopía. Introducción a la sociología del conocimiento, trad. de Salvador Echeverría, México, FCE, 2019, pp. 89-108.
12 Ibidem, p. 134.
13 Bobbio, Norberto, Teoría general de política, trad. de Antonio de Cabo y Gerardo Pisarello, España, Trotta, 2005, pp. 491-493.
14 Žižek, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, trad. de Isabel Vericat Núñez, Argentina, Siglo XXI, 2003, p. 125 y 126.
15 Ibidem, pp. 127 y 128.
16 Ibidem, p. 137.
17 Ibidem, p. 138.
18 Ibidem, pp. 139 y 140.
19 Mishra, Pankaj, La edad de la ira. Una historia del presente, trad. de Eva Rodríguez Halffter y Gabriel Vázquez Rodríguez, España, Galaxia Gutenberg, 2017.
20 Ibidem, pp. 44-46.
21 Ibidem, pp. 50 y 58.
22 Ibidem, p. 58.
23 Ibidem, p. 64.
24 Ibidem, pp. 87-92.
25 Méndez Leal, Álvaro, Fire and Ice, 2022, disponible en: https://ciudadseva.com/texto/fire-and-ice/ (fecha de consulta: 3 de marzo de 2022).


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