Un prototipo del alemanismo en México: Jorge Pasquel Casanueva, agente aduanal, empresario y amigo del presidente de la República (1946-1952)

Publicado el 29 de abril de 2022

Alfonso Guillén Vicentel
Profesor-investigador en la Universidad Autónoma de Baja California Sur
emailaguillenvic@gmail.com

Dedicado al cronista de béisbol apodado “alguien”

Miguel Alemán Valdés (1946-1952) es, sin duda, uno de los presidentes de México más controvertidos.

El primer presidente civil de nuestro país en la historia contemporánea, conocido como “El cachorro de la Revolución” —en una frase atribuida al líder obrero y político Vicente Lombardo Toledano—, es recordado por sus partidarios como un gran mandatario que supo aprovechar la posición de México al terminar la Segunda Guerra Mundial. En cambio, sus detractores lo apodaron “Ali-Baba y los 40 ladrones” para incluir a todo su gabinete presidencial.

El veracruzano de la sonrisa fácil, nominado por los estadounidenses como “Mister Amigo”, reconoció en sus memorias que cuando pretendía a la que fue su esposa, no tenía ni para pagarle una malteada y se resignaban a pasar la tarde en la residencia de sus suegros oyendo la “Hora azul”, de Agustín Lara. Pero se empeñó con sus estudios en la Facultad de Derecho de la UNAM y ahí construyó una sólida red de amistades a toda prueba.

Uno de sus más leales y eficientes amigos fue el paisano Jorge Pasquel, el socio que construyó una leyenda por sus amoríos con las grandes luminarias del cine nacional, como la gran María Félix; por sus desplantes con su pistola 45 en la persecución de la prensa antialemanista, y por su histórico papel en el béisbol mexicano. En mi opinión, la más clara muestra del poderío del grupo que rodeaba al presidente Alemán Valdés.

Pasquel era “de carácter extrovertido, palabra fácil, capaz de bromas pesadas”, como expresó el periodista Julián Díaz Hernández, de la agencia Quadratin de San Luis Potosí. Presumía, con razón, de ser un extraordinario tirador y se le conocieron varios hechos de sangre de los que, milagrosamente, salió sin cargos. María Félix —una mujer bellísima e inteligente— revela en sus memorias, publicadas por Editorial Clío, que no quiso comprometerse en serio con el socio y paisano del presidente Alemán porque recordó que en una época Agustín Lara le disparó por celos con una pistola y erró. Ella estaba segura de que con Pasquel no iba a correr con la misma suerte.

Trabajó en la Agencia Aduanal Pasquel Hermanos y aprovechó, sin duda, la amistad con el general Manuel Ávila Camacho, primero, y luego con su amigo del alma, Miguel Alemán, para amasar una gran fortuna que sabía presumir y gastar como los grandes. Estuvo casado con una de las hijas del general Calles, Ernestina, y alguna vez incursionó en la política como aspirante a una curul en su estado nativo, pero desistió porque así como tenía grandes amigos, también poseía extraordinarios enemigos.

Adquirió el periódico Novedades, y gracias a sus influencias en lo más alto del poder, fundó una empresa que distribuía petróleo y sus derivados. Gonzalo N. Santos, en sus Memorias (Grijalbo, 1984), insinúa que su riqueza la construyó, principalmente, con el contrabando que manejaba en su agencia aduanal.

Pero hoy hemos venido a hablar de béisbol y tenemos que recordar que Pasquel fue propietario del legendario Parque Delta, luego conocido como el Parque de Beisbol del Seguro Social, inmortalizado por el cronista “Mago” Septién, al citar al respetable a la “hora mágica del béisbol”: las 19:30 horas. Hasta allá llevó al gran Babe Ruth, ya retirado y a dos años de su muerte, a que deleitara al público aficionado con una feria de jonrones.

Fundó, en 1940, el equipo de béisbol Azules de Veracruz, luego conocido como El Águila —seguramente en honor de la célebre compañía petrolera inglesa, la más poderosa de México—. Pero fue precisamente en el sexenio alemanista, de 1946 a 1952, cuando presidió la Liga Mexicana de Beisbol y la llevó al primer plano mundial.

Antes de que el afrodescendiente Jackie Robinson debutara, en 1948, en las Ligas Mayores como el primero de su raza, con los Dodgers —que en esa época jugaban en Brooklyn—, el señor Jorge Pasquel acudió a las llamadas Ligas Negras y contrató a lo mejor del mundo, pagándoles dos o tres veces más que en Estados Unidos. Así, Monte Irvin, Joshua Gibson y Ray Dandrige mostraron su gran calidad en los diamantes mexicanos. Y también lo mejor de Cuba en aquella época, Martín Dihigo, Lázaro Salazar y Ramón Bragaña jugaron en esa liga de ensueño que era la Liga Mexicana de Beisbol. Y cuenta la leyenda que tentó a los mejores beisbolistas del mundo poniéndoles enfrente, literalmente, un cheque en blanco, para que pusieran la cantidad que quisieran. No asombra entonces que Jorge Pasquel Casanueva esté, desde 1971, en el Salón de la Fama del Beisbol Mexicano.

Si uno piensa en dólares lo que costó construir esa leyenda, llega a la conclusión que México es un país tan grande que todos los políticos que lo han robado desde 1916, empezando con Carranza, no se lo han podido acabar. Pasquel fue una leyenda que María Félix se encargó también de construir cuando contó que, cuando filmaba Janitzio en el Lago de Pátzcuaro, todos los días arribaba un hidroavión que el veracruzano mandaba con caviar y champaña. Cuenta la diva que le pidió al empresario, amigo de Mr. Amigo, que mejor le mandara sacos de frijol y maíz para repartir a la gente necesitada de los alrededores de esa hermosa región. O cuando narró el episodio de su viaje a Nueva York y se retrasaron sus maletas, entonces pronunció la clásica frase: “No tengo que ponerme”, y su novio Jorge Pasquel le mandó una limusina al hotel para que le abrieran la prestigiada tienda Saks para ella sola… y se llevó todo lo que quiso: vestidos, zapatos, abrigos.

Jorge Pasquel falleció en marzo de 1955, cuando su avión particular se estrelló cerca de su rancho, en la Huasteca Potosina. Su rancho de “San Ricardo” era el más grande del país, con 45 mil hectáreas y 20 mil cabezas de ganado.


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