¿Era evitable la guerra cristera?
Publicado el 14 de septiembre de 2022
Alfonso Guillén Vicente
Profesor-investigador en la Universidad Autónoma de Baja California Sur
derechos.puic@unam.mx
En 2004, Jean Meyer publicó en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) una interesante reflexión sobre su texto clásico La Cristiada, Siglo XXI Editores, 1973.
Su tesis de doctorado en letras en París-Nanterre apareció publicada en tres partes. Señaló que las otras dos terceras partes “… pueden considerarse la una como constituyendo una historia previa y paralela, y la otra un análisis estático”.
No me detendré aquí en los comentarios que responden a sus críticos, ni en las acotaciones que formula sobre los alcances de aquella investigación que comenzó cuando él tenía 22 años, mirados desde la madurez que dan las 62 primaveras. Sólo diré a su favor, lo que el entonces líder sinarquista, Juan Aguilera Azpeitia me comentó en 1977, cuando acudió a un ciclo de conferencias sobre “Conducta social y partidos políticos”, organizada en Toluca por la Facultad de Ciencias de la Conducta de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). “Le hemos dado a Jean Meyer el acceso a los archivos de la Unión Nacional Sinarquista para que cuente la verdad sobre nuestra organización”. Sin filias y sin fobias.
Me interesa detenerme en lo que es, sin duda, por lo menos para mí, un valioso apunte sobre la enseñanza del conflicto cristero para el México del siglo XXI, prisionero de una polarización, que lo mismo encontramos en España que en la República Argentina; una radicalización que en el campo de las relaciones internacionales nos ha regresado a los bloques de la guerra fría.
“La Cristiada no era inevitable, [escribe Jean Meyer en ese ajuste de cuentas con su obra] no tenía nada de fatal. Según me lo comentó, en casa de doña Hortensia Calles, el general Miguel Aranda Díaz, bien pudo evitarse; el general Cedillo, de quien era entonces secretario particular, tenía la convicción de que sin el radicalismo de un pequeño grupo dirigente, tanto del lado del gobierno, como en el campo católico, no habría sucedido ningún levantamiento armado” (Jean Meyer, Pro Domo Mea: “La Cristiada” a la distancia, Documentos de Trabajo del CIDE, número 29, 2004, p.16).
Precisamente quiero referirme aquí a la actuación del general Saturnino Cedillo en la guerra cristera, contada por Jean Meyer. Una prueba de que no todos los que participaron en el conflicto pensaban que era inevitable.
“El gobierno [apunta Jean Meyer] no podía dejar a los cristeros asentarse en el Bajío y tomar a Guadalajara, por lo cual recurrió, una vez más, a los servicios de Saturnino Cedillo, el salvador de 1923-24 (cuando la rebelión delahuertista) el cacique de San Luis Potosí. Creóse para él una nueva región militar, la 35ª., la de Los Altos, que tenía como cuartel de operaciones a Tepatitlán. Y Cedillo alistó ocho mil hombres (…) Estos agraristas, a diferencia de los que se movilizaron en otras partes desde 1926 eran combatientes aguerridos, veteranos a menudo de la División del Centro de Cedillo” (Jean Meyer, La Cristiada, Siglo XXI Editores, 1973, p. 301).
“Cedillo [hace constar el investigador del CIDE] dio pruebas de una clemencia nueva, evitando el saqueo y suspendiendo las ejecuciones; dejó sentir por doquier que él no odiaba a los cristeros, y dejó correr el rumor de que él mismo era católico y combatía a disgusto” (Ibidem, p.305).
A pie de esa página da una prueba contundente. Con una entrevista realizada en 1968 al sacerdote jesuita Heriberto Navarrete, nada menos que el lugarteniente del legendario general cristero, el artillero egresado del H. Colegio Militar, Enrique Gorostieta. Ese hombre, que todavía andaba armado en 1933 cuando entró al noviciado de la Compañía de Jesús, le dijo a Jean Meyer: “Cedillo, que era católico, no quería fusilar a ni un solo cristero…”
Formación electrónica e incorporación a la plataforma OJS, revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero, BJV