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Los irreductibles1

Publicado el 10 de noviembre de 2022


Pedro Salazar Ugarte

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email pedsalug@yahoo.com

Estando las cosas como están, en medio de tanto marasmo y forcejeo, creo que es importante elegir las batallas que estamos dispuestos y en condiciones de emprender. No me refiero al plano individual sino—quizá sobre todo— al plano colectivo.

La queja genérica y constante, al igual que el malestar permanente que la acompaña, han demostrado ser corrosivos para la convivencia y estériles en sus resultados. Lo mismo vale para los aplausos acríticos e incondicionales al poder en turno. Desde ese frente, que no es nuevo, pero se ha agudizado en estos años, se defiende la militancia propia pero tampoco se construye nada.

Al final, por una parte y por la otra, perdemos como sociedad (de la cual, de por sí, nos queda poco). Por eso creo que conviene hacer un esfuerzo colectivo para ponernos de acuerdo en los irreductibles.

Pienso en aquellos temas, instituciones, políticas y decisiones que deben ser respetadas sin condiciones. Aquellos acuerdos mínimos y fundamentales sobre los que se montan los desacuerdos, las disputas y las confrontaciones legítimas sin que se generen rupturas insalvables. Se me ocurren cuatro que tal vez son obvias, pero no por ello son baladí.

El irreductible de la no violencia. El uso de la fuerza física, moral o institucional en contra de los demás debe ser un acto ampliamente reprobado. En eso debemos estar de acuerdo. Sobre todo en el ámbito de la convivencia social y política porque la violencia inhibe convivir que, en su mejor acepción, significa “coexistir en armonía”. Esa armonía no excluye la pluralidad o el desacuerdo pero sí es antitética con la amenaza o la materialización de actos violentos. El tejido social mexicano está deshilachado en buena medida porque no hemos sabido renunciar a las violencias como pauta y patrón de nuestras interacciones.

El irreductible de la democracia. Estoy consciente que incurro en el lugar común más manoseado en muchas décadas. Pero la democracia —que es un acuerdo de reglas básicas— es el medio mejor probado para canalizar la disputa política precisamente sin violencia. Valga el multicitado Popper: es la única forma de gobierno que permite deshacernos de los gobernantes sin derramar sangre. Pero también permite otras cosas: la coexistencia de la diversidad, el disentimiento genuino, la deliberación acalorada, la competencia por el mando, la alternancia en el mismo, etc. Se trata de reglas e instituciones elementales: voto universal e igualitario, libertad para elegir y para optar entre opciones alternativas reales, regla mayoritaria y respeto a las minorías. Tan simple y elemental y, al mismo tiempo, tan arduo de lograr y tan difícil de conservar.

El irreductible de los derechos. No hablo de las clientelas, tampoco de las dádivas, menos de los privilegios, ni de las concesiones graciosas o de las ventajas situacionales. Me refiero a los derechos fundamentales para todas las personas con garantías efectivas sin discriminaciones. Más allá de teorías o textos constitucionales, se trata de generar situaciones de hecho en las que las personas interactúen en términos de igualdad y las instituciones brinden y blinden las condiciones que lo hagan posible.

Regreso a Bobbio: paz, democracia y derechos son tres eslabones de un mismo movimiento histórico. Momento, hay que decirlo, que se nos está desdibujando.

El irreductible de la laicidad. Para que quepamos todas las personas debemos respetarnos todas por igual. Eso implica que nuestras creencias —o no creencias— no deben ser razón de discriminación ni de privilegio alguno. Ser creyente o no serlo, profesar una religión u otra o ninguna, no debe incidir en nuestra pertenencia a la sociedad política de la que formamos parte. Por eso el espacio público debe estar libre de símbolos y manifestaciones religiosas. En lo personal, por ejemplo, celebro el proyecto que se discutirá en la primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación el día de hoy que, de ser aprobado, inhibiría que sigan exhibiéndose ofrendas de muertos, nacimientos u otros símbolos religiosos en oficinas y espacios públicos. No se trata de una pretensión personal sino de un mandato constitucional. Un mandato claro de inclusión robusta: sin simbologías religiosas, cabemos todas las personas; con rituales sobrenaturales, no.

Rechazo a la violencia —que supone discordia en paz—; apoyo incondicional a la democracia —que supone competencia civilizada por el poder—; compromiso con los derechos fundamentales —que implica igualdad robusta sin discriminaciones—; y respeto al principio de la laicidad estatal —que supone reconocimiento a la diferencia sin dogmatismos y con tolerancia—, son los cuatro irreductibles que propongo para los años venideros que se vislumbran álgidos y complejos.

Por ello (y porque creo que esta agenda subyace a la convocatoria), marcharé el domingo con convicción y sin titubeos.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en El Financiero, el 9 de noviembre de 2022.

Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero