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Una atmósfera envenenada1

Publicado el 17 de enero de 2023


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email lbarreda@unam.mx

El atentado contra Ciro Gómez Leyva, que hubiera acabado con su vida de no ser por el blindaje de su camioneta, ocurrió sólo dos días después de que el Presidente lo atacara rabiosamente.

“Esa gente es muy deshonesta —sostuvo el Presidente sin detallar en qué consiste esa deshonestidad—. No hay que dejarles libre el terreno. Imagínense si nada más se escucha a Ciro y a Loret de Mola o Sarmiento. No, pues, además, es hasta dañino para la salud, o sea, si los escucha uno mucho, hasta le puede salir a uno un tumor en el cerebro”.

Seguramente, el Presidente quisiera creer que, en contraste, los honestos son los periodistas (de algún modo hay que llamarles) que asisten a sus conferencias mañaneras exclusivamente a quemarle incienso, y que a los que escuchan esas conferencias se les multiplican las neuronas y su palabra —la palabra de la encarnación del pueblo que es él— los libra no únicamente de tumores, sino de toda enfermedad o dolencia.

El Presidente quisiera creer que la única verdad es la que él revela desde su púlpito palaciego, aunque, como demuestra Luis Estrada en El imperio de los otros datos, en sus primeros tres años de gobierno, el titular del Poder Ejecutivo dijo 67 mil mentiras (leyeron bien, lectores: 67 mil). Los que han señalado algunos de los engaños y falsedades presidenciales son, en sus palabras, “gente muy deshonesta”.

Pero el Presidente jamás ha refutado a sus críticos. No es refutación afirmar, cuando se le hace ver la catástrofe de su gobierno, que él tiene otros datos, ya que nunca señala la fuente de esos otros datos ni especifica cuáles son. Hay que creerle porque él, asegura, tiene como tribunal su conciencia, que no le permitiría mentir.

Nunca los ha refutado: los agravia, los calumnia, pero no los rebate… simplemente porque no tendría forma de hacerlo. Si se señala que tenemos récord de homicidios dolosos, que aumentó el número de pobres, que la abulia ante covid-19 propició 700 mil muertes, que se privó a muchos millones de mexicanos de atención a la salud, que ha caído dramáticamente la vacunación infantil, que se ha dejado a niños con cáncer sin los medicamentos que requieren, que terminó el apoyo a la Fundación de Cáncer de Mama, que se acabó el programa Escuelas de Tiempo Completo, que no se han entregado los recursos para los refugios de mujeres maltratadas, que hay desabasto de medicinas, que en el aeropuerto Felipe Ángeles apenas vuela una que otra mosca (en tres meses registra la cantidad de vuelos que en un día el aeropuerto de la Ciudad de México) y un prolongado etcétera… si se señala lo anterior, no se está opinando: se están enunciando hechos innegables.

El Presidente lo sabe. Su respuesta no es la autocrítica, la enmienda. Ante los hechos insobornables, su discurso es vindicativo: sus críticos son corruptos, conservadores, defensores de un orden injusto. ¡Ah, pero esos desahogos no borran la realidad de que la denominada Cuarta Transformación no ha sido sino un retroceso en todos los ámbitos de la vida pública! Y eso ha sacado de quicio al Presidente.

Lejos de reconocer los yerros de su gobierno, el Presidente, incapaz de asumir su responsabilidad y enfrentar con sensatez sus estados anímicos convulsos, vuelca su frustración destructivamente contra sus críticos. Él no se equivoca: quienes apuntan sus fallas responden a intereses inconfesables, y por eso no se cansa de vilipendiarlos.

Se ha acusado de discurso de odio a quienes descalifican con argumentos ciertas ideas o planteamientos. Sin embargo, al debatir argumentando no hay, aunque el debate sea ríspido, tal discurso. Lo hay cuando la polémica es sustituida por la ofensa, por la agresión. El Presidente se ha asumido como el gobernante no de todos los mexicanos, sino sólo de sus feligreses, y arremete sin cesar contra quienes no lo son: periodistas, académicos, médicos y científicos que no le aplauden incondicionalmente, feministas, defensores de derechos humanos, ambientalistas. Al denostarlos genera una atmósfera envenenada y los vuelve blanco de probables agresiones ya no sólo verbales.

Celebro que Ciro Gómez Leyva ––a quien expreso mi solidaridad–– haya salido ileso del atentado. Me sumo a las voces que exigen al Presidente que cese ya sus criminógenas andanadas contra quienes no forman parte de su feligresía.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 22 de diciembre de 2022: https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/una-atmosfera-envenenada/1560200

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