La ministra presidenta1
Publicado el 17 de enero de 2023
Luis de la Barreda Solórzano
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, lbarreda@unam.mx
En la primera ronda de votación, la ministra Yasmín Esquivel obtuvo dos votos. Esto indica que, además del voto de ella misma, algún otro integrante de la Suprema Corte le dio su apoyo. No sabremos quién, pues la votación es secreta —Sergio Sarmiento sospecha, como millones de mexicanos, que fue Loretta Ortiz (Reforma, 3 de enero)— pero, ¿cómo podía apoyarla alguno de sus compañeros o compañeras sabiendo que plagió su tesis de licenciatura y, además, le imputó el plagio al propio plagiado?
El plagio es una deshonestidad; la falsa imputación, una bajeza. Para salvarse del descrédito que supone ser una plagiaria (lo que pone en duda la validez de su título profesional) siendo miembro de nuestro máximo tribunal, no le importó a la ministra Esquivel perjudicar gravemente —lo intentó— a un tercero no solamente inocente, sino agraviado por el fusilamiento de su tesis. Entonces, me pregunto de nuevo: ¿quién podía, con tales antecedentes, otorgarle su respaldo?
Pero en la segunda ronda alcanzó un solo voto, supongo que el de ella misma. Nunca sabremos si se le hubiera elegido presidenta de la Suprema Corte de no haberse hecho público el plagio. Era la candidata del Presidente de la República. Así que la nación le debe un enorme servicio al escritor Guillermo Sheridan por haber descubierto —como ya lo había hecho con un texto del doctor Alejandro Gertz Manero— el plagio, lo que ocasionó que el Presidente de la República lo injuriara rabiosamente. Al hacer pública la clonación, Sheridan puso en evidencia la calidad ética de una de las aspirantes a presidir la Corte, quien después se puso en evidencia a sí misma, pues mintió reiteradamente y calumnió para ocultar su primera falsedad.
Se ha elegido a la ministra Norma Piña, que cuenta con una brillante carrera judicial de cerca de un cuarto de siglo. Es la primera mujer en presidir el máximo tribunal. Ha votado contra los deseos de López Obrador en asuntos que a éste le interesaban mucho. Votó, por ejemplo, en contra de la realización de la consulta popular para enjuiciar a los expresidentes, en contra de la ley eléctrica, en contra del padrón de usuarios de telefonía móvil, en contra de la prisión preventiva automática y en contra de prolongar la militarización de la seguridad pública. Además, ha apoyado los derechos de la comunidad LGBTIQ+, la despenalización del aborto y el uso recreativo de la mariguana, y estuvo en contra de que se hiciera un parque de atracciones en Tamaulipas en zona de manglares.
Los votos de la ministra Piña han sido sólidamente razonados, esgrimiendo como fundamentos la Constitución y los tratados internacionales en materia de derechos humanos. Así que la nueva presidenta de la Suprema Corte reúne los requisitos básicos que debe satisfacer un juzgador: sólida preparación jurídica, trayectoria destacada, compromiso con los derechos fundamentales e independencia de criterio. Esta última virtud será de especial relevancia ante un Presidente de la República empeñado en aniquilar todos los contrapesos a su poder.
Por otra parte, la elección confirma algo de la mayor relevancia: excepto dos de ellos, los ministros no están dispuestos a acatar todos los designios del titular del poder ejecutivo. Ya López Obrador había manifestado su decepción por dos de los cuatro que él propuso: no se estaban comportando incondicionalmente a sus órdenes. Late la esperanza de que la Corte sea un auténtico escudo contra las pretensiones autoritarias del primer mandatario. Capturada y chatarrizada (la expresión es de Carlos Marín) la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la Suprema Corte es la defensa que nos queda frente los embates despóticos de López Obrador.
El alto tribunal debe sacar de la congeladora los amparos, controversias y acciones de inconstitucionalidad pendientes. Y debe resolver también a la brevedad casos graves de los que pronto tendrá que conocer, como el concerniente al debilitamiento de los organismos electorales. En esos asuntos se juega nuestra democracia. Los ministros saben que están ante una responsabilidad formidable. Si se comportan a la altura de esa responsabilidad —como lo ha hecho la hoy ministra presidenta—, tendrán el orgullo y la satisfacción de haber sido los salvavidas del Estado de derecho y de nuestro régimen democrático.
NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 5 de enero de 2022: https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/la-ministra-presidenta/1562387
Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero