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Prisionización, una clave para entender la reincidencia en centros penitenciarios

Publicado el 15 de febrero de 2023

Carlos Pascual Zavala
Estudiante de Psicología, Universidad Marista de San Luis Potosí
emailcpascualzav020601@gmail.com

“Lo gracioso es que estando afuera de prisión era un hombre honrado, recto como una flecha. Tuve que entrar en prisión para convertirme en un criminal.”

-Sueños de fuga, 1994

Desde que tengo memoria, en México siempre se ha hablado del problema de la delincuencia, la cual cada año aumenta y para la que no se tienen las estrategias adecuadas de enfrentamiento, que carecemos de recursos para hacerle frente, etcétera.

A pesar de esto, hay un problema de igual tamaño que está desapercibido, y tiene que ver con las instituciones que se encargan de “rehabilitar” a los delincuentes y de “proteger” a los demás ciudadanos, pero que, en realidad, crean más delincuentes cada día.

De acuerdo con los últimos datos recogidos por la ENPOL (2021), en México casi el 45% de las personas que se encuentran privadas de su libertad declararon que el motivo de su reclusión actual es haber sido acusados falsamente, es decir, son inocentes en prisión. Mientras tanto, esta encuesta también nos indica que casi un 20% de esta población estuvo recluida previamente en un centro penitenciario. Con los números en las manos, podemos concluir que aproximadamente 4 de cada 10 personas que se encuentran reincidiendo en un centro penitenciario, eran inocentes en su primer ingreso. Por lo tanto, estamos creando más delincuentes de los que había.

En este artículo no nos centraremos en el proceso legal para juzgar y condenar a alguien; sino en otro proceso igual de interesante que nos puede ayudar a resolver distintas cuestiones, por ejemplo: si esas personas eran inocentes, ¿qué les hace cometer un acto criminal saliendo de la cárcel?, ¿dónde aprenden estos comportamientos que llevan a cabo una vez en libertad?, ¿es culpa del sistema penitenciario o de la sociedad? Desarrollo estas reflexiones en las siguientes páginas.

México está creando criminales. Y no hablo por la crisis económica que se está viviendo, ni por la inseguridad que sufrimos todos los días, lo digo por el papel que están jugando aquellas instituciones encargadas de proteger a la sociedad y a los delincuentes, así como de rehabilitar a estos últimos. Sin embargo, algo no está funcionando en este sistema y cada día es más probable que un inocente, gracias a su paso en prisión, se vuelva un delincuente. Pero, ¿por qué sucede esto?

Los procesos judiciales, penales y legales que lleva a cabo el sistema mexicano han sido ampliamente explorados y abarcados, de ahí que centre mis observaciones en el proceso posterior al fallo penal; ¿qué pasa con esas personas inocentes y qué es lo que los lleva a delinquir una vez que son puestos en libertad? La respuesta a esto se encuentra en el proceso que vive la población privada de su libertad dentro de la prisión y su adaptación a la misma. Un proceso denominado por Donald Clemmer, en 1940, como “prisionización”, éste nos va a ayudar a entender qué aspectos podríamos cambiar para evitar que las personas inocentes tengan conductas delictivas una vez fuera de la prisión y, también, para realmente rehabilitar a los sujetos que son culpables y que no reincidan en este tipo de conductas. Para poder hacer esto, primero debemos entender cómo funciona la cultura carcelaria.

La cultura carcelaria se puede entender como la suma de reglas, valores, actitudes y conductas que se puedan dar entre los internos a la hora de socializar y de establecer la convivencia dentro del centro. Ésta se encuentra determinada por la subcultura criminal, que es la cultura que se porta al establecimiento. Al llegar, el recluso entrega su individualidad, se vuelve un número más y ve cómo se empieza a ejercer un control sobre su capacidad de movimiento, su nivel de propiedad y su tiempo, haciendo más fácil su dependencia respecto a la organización. (Baztán y Rodríguez, 1995). Esto también es conocido como modelo de deprivación o “dolor de encarcelamiento”. Según este modelo, los problemas y las presiones, consecuencias del encarcelamiento, crean la subcultura del interno. (Paterline y Petersen, 1999)

Esta cultura refuerza la conducta delictiva del preso, pues sólo así puede escalar peldaños en la jerarquía carcelaria que, a su vez, le permitirá actuar con más libertad dentro de la cárcel. Por eso la reinserción a la vida social es tan compleja: la persona sale de la cárcel entrenada en forma de comportamiento y de pensamiento, lo que propicia vuelva a delinquir cuando se encuentre en libertad. (González, 2001)

Para Clemmer la prisionización es un proceso en el que, en mayor o menor medida, se adquieren las costumbres, valores, comportamientos, y características propias de la subcultura carcelaria. El mismo autor afirmaba que se trata de un proceso de acumulación lineal, es decir, el grado de adaptación al sistema dependerá del tiempo que el sujeto se encuentre inmerso en el mismo. Por el contrario, Wheeler (1961) planteó que la prisionización no sigue un proceso lineal, sino que alcanza su mayor punto a la mitad de la condena, mientras que al principio y al final hay una menor adhesión provocada por el temor y la angustia relacionados con el ingreso y la ansiedad relacionada con la salida. De esta forma, el proceso de prisionización de Clemmer sigue una línea casi recta y uniforme, mientras que el de Wheeler se encuentra en forma de “U”, siendo el punto más bajo, el grado más alto de prisionización del individuo.

Si bien, Clemmer y Wheeler daban importancia a los aspectos individuales de las personas privadas de su libertad como las relaciones que mantenían antes y durante su encierro, en sus teorías primaba un proceso de prisionización que respondía a un modelo unidimensional-estructural determinado únicamente por la cultura carcelaria o por la institución. Sin embargo, este proceso es altamente influenciado por la trayectoria de vida y la representación del encierro para las personas en él se hayan, es esto lo que los vuelve activos en el manejo de su plan de condena. La intensidad de la prisionización se asocia a una serie de variables: la posición de entrada y acomodación ascendente en la jerarquía carcelaria, la red interna de contactos, el genograma delictivo y la trayectoria criminal. (Romero, 2019).

La prisionización afecta de manera directa al modo de socializar que tiene una persona durante su estancia en prisión, pero también tiene resonancia en el comportamiento del individuo una vez que sale del reclusorio. Se podría decir que el proceso de prisionización del interno se acaba en cuanto se le otorga la libertad o inclusive un poco antes (al dejar de involucrase de lleno en la cultura carcelaria, por la ansiedad y las ganas de salir según Wheeler), sin embargo, deja “efectos” que las personas sufren afuera de la prisión y se vuelven parte de los símbolos de estigma que muestran. Estos “efectos” que las personas padecen como pueden ser el lenguaje, rasgos del comportamiento, gestos faciales, reacciones, etcétera, dan pie a un estigma social con el que tendrán que vivir, a menudo dificultará la oportunidad de conseguir un empleo digno, de establecer vínculos con gente nueva, de mantener relaciones pasadas, etcétera.

Según Escaff et al. (2013) entre las principales consecuencias de vivir un proceso de prisionización se encuentran las alteraciones somáticas en funciones vitales como el sueño, el apetito, el peso y otras modificaciones en el funcionamiento de los órganos sensoriales, ya que el ambiente, el olor, la comida, la oscuridad, etcétera, experimentados en prisión alteran de manera relevante el mundo sensorial del individuo preso. Además, se añaden procesos psicológicos como podrían ser hipervigilancia, ansiedad, despersonalización, desconfianza, distanciamiento emocional, disminución de autoestima, depresión, pérdida de intimidad, síntomas de estrés post-traumático y alteraciones en el plano sexual. También se produce una actitud de afrontamiento negativo ante el futuro y puede existir una pérdida del sentido de vida.

Según la última Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (ENPOL) realizada a nivel nacional en 2021, el 20.5% de la población privada de la libertad señaló haber sido juzgada por algún delito de manera previa a su reclusión actual, mientras que el 17.4% estuvo recluida previamente en un centro penitenciario. En total, un 42.8% de la población privada de la libertad que estuvo recluida antes, pasó más de dos años en un centro penitenciario y 48.1% pasó más de dos años en libertad antes de su reclusión actual. Estos datos nos muestran que una de cada cinco personas que entran en prisión, reingresan tiempo después y la mayoría antes de los dos años. Lo que hace aún más impactante esta estadística es que, según el mismo estudio de la ENPOL, de las personas que se encuentran privadas de su libertad, el 43.9% señaló que el motivo de su reclusión actual es por haber sido acusada falsamente.

Es decir, estadísticamente hablando, si casi el 18% de la población privada de su libertad estuvo recluida previamente en un centro penitenciario y luego casi un 45% declaró ser inocente, nos da como resultado que de 10 personas que reinciden en centro penitenciario, 4 eran inocentes la primera vez que fueron detenidos.

Escaff et al. en 2012 ya postularon que los efectos de la prisionización afectan de manera directa a la reinserción social y aumentan el riesgo de reincidencia. Esto varía dependiendo del tiempo que pasa una persona en prisión, entre más tiempo, más difícil será lograr la reinserción social.

Como ya vimos, la prisionización afecta directamente a la reincidencia en centros penitenciarios y la solución a este conflicto pasa por el mismo proceso de prisionización. Aunque la cultura carcelaria está influenciada en gran medida por la subcultura criminal que es la que predomina en los centros penitenciarios, también hay factores de los mismos centros que afectan altamente el grado de intensidad de esta cultura. Factores como el trato del personal de seguridad a las personas privadas de su libertad, los derechos que estas últimas posean, los talleres que provea el centro, la sobrepoblación en los mismo, el cuidado y limpieza de sus instalaciones, etcétera.

Si bien desearíamos que las instalaciones de estos centros fueran óptimas; que dieran una sensación de pulcritud y tranquilidad, propiciando que los internos actuaran de acuerdo con ese entorno, la verdad es que la inversión económica requerida para este tipo de infraestructuras y su mantenimiento es demasiado elevada como para pensar que en México pudiera ser plausible la aplicación de un plan de renovación en las instalaciones de los centros penitenciarios. Es verdad que no podemos cambiar este aspecto, pero existe la posibilidad de influir en los otros factores vinculados al desarrollo humano y psicológico, como la atención a la singularidad de las personas privadas de su libertad, sus derechos, la seguridad interna, la implementación de talleres, tanto para que adquieran habilidades que les permitan generar un ingreso durante su estancia en prisión, pero sobretodo, una vez fuera de ella, así como aquellos talleres que van más hacia un lado de interacción lúdica, de conocimiento, etcétera. Esto se queda en manos del equipo técnico de los centros penitenciarios en los que se incluye gente que trabaje estas áreas: criminología, psicología, medicina, pedagogía, trabajo social y el ámbito jurídico (INEGI, 2017). Sin embargo, aunque dependan de ellos, muchas veces este equipo técnico (la realidad es que casi nunca) no cuenta con el apoyo, ni económico, ni institucional suficiente como para generar un cambio significativo dentro del centro y en los internos.

Hay que tener en claro que, aunque estos cambios se aplicaran, tanto los de factor humano y psicológico como los de infraestructura, seguiría habiendo reincidencia en los centros penitenciarios; sin embargo, el problema ya estaría tratado desde esta perspectiva, permitiéndonos explorar nuevas vías y modelos para lograr reducir dicho problema cada vez más. La relevancia de centrarnos en este tema es que es un aspecto más factible de cambiar que el sistema penal, legal y jurídico mexicano. La realidad es que seguirá habiendo gente inocente en prisión y también reincidentes, pero el asunto es intentar que esas personas, una vez libres, no inicien (o continúen) una vida criminal.

La prisionización afecta a la población privada de su libertad dentro del centro y también fuera de éste, por lo que es de suma importancia empezar a mirar este problema con la magnitud correspondiente y así poder implementar estrategias y planes que ayuden a que este proceso pueda ser vivido con menor intensidad, de tal manera que disminuyan sus secuelas en los internos y que facilite, de alguna manera, su reinserción social una vez libres o, por lo menos, que no la complique más.

Referencias.

Baztán, A. & Rodríguez A. (1995). Patios abiertos y patios cerrados: psicología cultural de las instituciones. Marcombo. Universidad de Barcelona. España. En: Gutiérrez L, Calderón C, Borbón, y Hernández M. (2017). Relación entre cultura carcelaria e institución total de grupo de internos en establecimiento masculino. Universidad Católica de Colombia. Facultad de Psicología. Bogotá. D.C.

Clemmer D. 1975. “Prisionización”. En The sociology of punishment and correction, compilado por Savitz y Wolgang, 479-483. Nueva York: Wiley. En: Romero M. (2019). Prisionización: estructura y dinámica del fenómeno en cárceles estatales del sistema penal chileno. URVIO, Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad No. 24

Clemmer D. The prison community. Boston: Cristopher Publishing Co.1940. En: Alfageme R, Quesada P, Domínguez M. (2018). Relación entre el factor prisionización y las dimensiones de personalidad de extraversión y neuroticismo de Eysenck. 2021, de Cuadernos de Medicina Forense.

Escaff, E., Estévez, M. I., Feliú, M. P. & Torrealba, C. (2013). Consecuencias psicosociales de la privación de libertad en imputados inocentes. Revista Criminalidad, 55(3), 291-308.

INEGI. (2017). Estadísticas sobre el sistema penitenciario estatal en México. Instituto Nacional de Estadística y Geografía. En: https://www.cdeunodc.inegi.org.mx/unodc/wpcontent/uploads/2018/01/en_numeros2.pdf.

INEGI. (2021). Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad. ENPOL.2021. En: https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/enpol/2021/doc/enpol2021_presentacion_ nacional.pdf.

Paterline and Petersen (1999). Structural and social psychological determinants of prisionization. Journal of Criminal Justice, Vol. 27, Nº5, pp. 427-441. En: Freddy C. (2007) Construcción y validación de la escala para medir la prisionización. Caso Venezuela: Mérida, 2006. Capítulo Criminológico Vol. 35, Nº 3.

Romero M. (2019). Prisionización: estructura y dinámica del fenómeno en cárceles estatales del sistema penal chileno. URVIO, Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad No. 24

Wheeler S. (1961.) “Socialization in correctional institutions”. American Sociological Review 26: 679-712. En: Romero M. (2019). Prisionización: estructura y dinámica del fenómeno en cárceles estatales del sistema penal chileno. URVIO, Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad No. 24.


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