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Infancias trans1

Publicado el 28 de abril de 2023


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email lbarreda@unam.mx

Si una niña de tres años se arranca los pasadores y se quita el vestido todos los días protestando de esa manera por la forma en que la viste y la arregla su mamá, y prefiere usar pantalones, trepar a los árboles y andar con los niños en lugar de jugar a las muñecas y andar con las niñas, y dice que siente que en realidad es niño, no niña, ¿es razonable que sus padres crean que su verdadera identidad de género no corresponde con su sexo biológico y, en consecuencia, asuman que su hijita es un chico atrapado en un cuerpo de chica, e inicien los preparativos para la transición de la pequeña hacia el género autopercibido?

El activismo transgenerista sostiene que el transexual no se hace sino nace siéndolo y, por eso, hay niñas y niños trans, a los que hay que ayudar cuanto antes a la transición para evitarles sufrimiento. Esa tesis ha tenido una asombrosa influencia sobre no pocos padres que, cuando su pequeña hija o su pequeño hijo tiene aficiones, actitudes y gustos tradicionalmente considerados del sexo opuesto, y dice que siente que éste es el que percibe como propio, se convencen de que su vástago es trans y, en consecuencia, lo conveniente es iniciar la metamorfosis, pues su disforia de género —inconformidad con su sexo biológico— le produce ansiedad y angustia.

Sin embargo, el doctor Kenneth Zucker, psicólogo estadunidense-canadiense, trató a unos 500 preadolescentes aparentemente inconformes con su sexo biológico con la perspectiva de convencerlos de esperar hasta alcanzar una edad adecuada para determinar su identidad de género. Zucker explica: “Es posible que los chicos con tendencia a obsesionarse con algo puedan hacerlo con respecto al género. No todo lo que dicen los niños tiene que aceptarse, ser verdad o ser lo mejor para su interés. Un niño de cuatro años puede decirte que es un perro. ¿Le irás a comprar croquetas para perro?” 80% de sus pacientes aceptaron su sexo biológico y, por ende, su cuerpo, pero Zucker pagó caro su éxito: fue expulsado del Centre for Addiction and Mental Health de Toronto, acusado de utilizar terapia de conversión para curar a niños de género confuso, con lo cual —sostuvieron sus acusadores— les provocaba graves problemas psicológicos.

¿Pero cómo puede una persona, de cualquier edad, saber que su identidad de género no corresponde a su sexo biológico afirmando que es en realidad del otro género, si no ha sido jamás de este último y, por tanto, no ha tenido acceso directo a los estados mentales del sexo opuesto sino tan sólo a los del suyo?

La feminista mexicana Laura Lecuona sostiene: “Ningún niño y ninguna niña tendrían ganas de cambiar de sexo si supieran que no lo necesitan para jugar a lo que se les antoje, vestirse como les guste y aspirar a lo que deseen”. La pregunta más importante, advierte Laura, es: ¿permitir a las pequeñas y los pequeños explorar por su cuenta sus gustos e intereses sin etiquetar éstos como femeninos o masculinos, “o estar pendientísimos de si al niño le gustan ‘cosas de niña’ o a la niña ‘cosas de niño’ para, a la primera señal de que su género no concuerda con su cuerpo, impulsarlo a la transición social y luego derivarlo con el endocrinólogo o al centro de atención transgénero, como hacen quienes se dicen defensores de las infancias trans y piden reformas procedimentales para permitir que menores de edad tengan el derecho de elegir su género en el acta de nacimiento”? (Cuando lo trans no es transgresor. Mentiras y peligro de la identidad de género, edición de la autora, pedidos a disentirnoesodio@gmail, libro del que me he servido para esta nota).

La aplicación de bloqueadores hormonales en la pubertad ocasiona que los huesos no se fortalezcan en el momento que tendrían que hacerlo y obstruyen el desarrollo del cerebro. Los pacientes quedan sujetos a una vida dependiente de medicamentos, pierden la fertilidad y probablemente su funcionamiento sexual pleno. Por eso se clausuró —demandada por una joven arrepentida de haberse sometido a los 16 años a una transición— la clínica Tavistock de Inglaterra, que favorecía los bloqueadores de la pubertad por encima de la psicoterapia.

La poeta inglesa Rachel Rooney, en su libro Mi cuerpo soy yo, invita a los infantes: “Naces en tu cuerpo, no tienes uno de repuesto, así que quiérelo, abrázalo, trátalo bien”.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 27 de abril de 2023: https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/infancias-trans/1583903

Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero