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Emiliano Zapata en la pintura de Diego Rivera

Publicado el 27 de junio de 2023


Adriana Berrueco García

Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email adriana_berrueco@yahoo.com.mx

Para Camilo y Cuauhtémoc


La obra del pintor Diego Rivera se asocia principalmente con el universo popular, con las imágenes del pasado indígena de México y con las expresiones de la vida cotidiana de los pueblos originarios de nuestro país que Rivera observaba en el tiempo que le tocó vivir (vendedores de flores, niños celebrando las posadas navideñas, ceremonias mortuorias, etcétera). Sin embargo, en la inmensa producción creativa del artista guanajuatense también quedaron plasmadas diferentes figuras de las clases media y alta como Dolores del Río, la poeta Pita Amor, Dolores Olmedo y Adolfo Best Maugart. Una parte de la burguesía apareció frecuentemente en distintos murales de Rivera con poses, vestuario y ademanes que resaltaran como características de este estamento: la avaricia, el dispendio y el afán de explotación a los trabajadores.

La familia de Diego Rivera pertenecía a la clase media en la que se insertaba el sector de los trabajadores gubernamentales que, como el padre del futuro pintor, contaban con ingresos económicos seguros y con la posibilidad de proporcionar a sus hijos una educación de calidad (el polémico artista nació el 8 de diciembre de 1886 en la Ciudad de Guanajuato, Guanajuato, y falleció en la Ciudad de México en 1957). Era de una familia de ideas liberales que vivía en una entidad federativa muy religiosa y conservadora. Al salir del estado de Guanajuato, en 1892, se abrió para el niño Diego un inmenso caudal de oportunidades para estudiar con los mejores maestros de arte en la Ciudad de México (en 1896 Rivera comenzó a tomar clases nocturnas en la Escuela Nacional de Bellas Artes, su primer maestro fue Andrés Ríos, después fue alumno de José María Velasco y Santiago Rebull, así como del catalán Antonio Fabrés, en cuya clase de pintura Rivera obtuvo una medalla en 1904), para posteriormente residir en Europa donde alternaría con las más prominentes figuras de las vanguardias artísticas de su época, como Amadeo Modigliani y Pablo Picasso.

El anhelo del joven pintor de estudiar fuera de México fue hecho realidad gracias a su padre —inspector en el Departamento Nacional de Higiene—, quien consiguió que el gobernador de Veracruz, Teodoro Dehesa, le otorgara una beca, en 1906, para estudiar en Europa. Rivera permaneció en el viejo continente cerca de 15 años, solamente hizo un intervalo de 1910 a 1911 para participar en una exposición organizada por la Escuela Nacional de Bellas Artes, la cual fue inaugurada por la esposa del presidente Porfirio Díaz. Diego regresó a París y se casó con la pintora rusa Angelina Beloff.

La estancia de la familia Rivera en la Ciudad de México también permitió que el pequeño Diego entrara en contacto directo con los vestigios arqueológicos de las culturas prehispánicas en virtud de que en la capital del país se realizaban obras hidráulicas y el ingeniero Roberto Gayol, responsable de las excavaciones, permitía a Rivera acercarse a observar las figurillas indígenas que iban siendo desenterradas del suelo que fue habitado por distintos pueblos nahuas. Ahí nació la afición del maestro por coleccionar una inmensa cantidad de piezas arqueológicas de distintas regiones de México, las cuales están depositadas en el Museo Anahuacalli (casa rodeada de agua), obra que fue diseñada y ejecutada por Rivera con auxilio de Juan O´Gormann.

La anterior información se ha presentado con la finalidad de explicar las razones de los principales temas abordados por el pintor guanajuatense tanto en sus murales como en sus obras de caballete. Restaría decir que su juventud transcurrió en un estremecedor momento histórico tanto de México como del mundo, pues Diego se encontraba en Europa durante la Revolución Mexicana y, además, vivió una parte de las transformaciones que trajo consigo la Revolución Rusa. Por diversos factores Rivera abrazó la ideología socialista, por lo que fue ácremente criticado e incluso atacado en sus propiedades y murales. Diego no vivió en nuestro país en los años del movimiento revolucionario pero recibía información extensa y fidedigna de diversos amigos que a través de cartas le narraban el desenvolvimiento del proceso bélico. En la época en que Diego radicó en Francia recibió la visita del escritor chihuahuense Martín Luis Guzmán, en 1915, a quien realizó un retrato utilizando la técnica cubista. Las largas horas en las que Guzmán posó para Rivera se convirtieron en extensas charlas en las cuales el primero narró un panorama general sobre los grupos revolucionarios de México. Es muy probable que a partir de las ponderaciones hechas por Diego sobre las narraciones del novelista surgiera una inclinación favorable hacia el movimiento de Emiliano Zapata, aunque se debe aclarar que Martín Luis Guzmán no fue simpatizante del Caudillo del Sur y tampoco era proclive al zapatista José Vasconcelos, quien se convirtió en el principal impulsor de Rivera cuando éste regresó a México en 1921. Pese a ello, Zapata (asesinado en 1919) y sus ideales fueron plasmados por el artista guanajuatense en un sitio preponderante en su vasta producción plástica. A continuación menciono las principales muestras que Diego Rivera nos legó sobre la lucha de los campesinos mexicanos encabezados por el autor del Plan de Ayala.

En 1915 creó el Paisaje Zapatista (óleo sobre tela), obra que actualmente se halla en el Museo Nacional de Arte de México. En la parte de atrás de la misma tela Rivera había pintado La mujer del pozo, obra hecha en 1913. Ambas pinturas son un ejemplo de la etapa cubista de Rivera.

En 1930, en la terraza del Palacio de Cortés, en Cuernavaca, Morelos, hoy Museo Regional Cuauhnáhuac, Rivera pintó el mural denominado Historia del estado de Morelos, conquista y revolución. En ella se utilizó el fresco como técnica. El Palacio de Cortés es un edificio construido en el siglo XVI por el conquistador español Hernán Cortés. Estos murales fueron financiados por Dwight W. Morrow, embajador estadounidense en México durante una parte del gobierno de Plutarco Elías Calles.

El famoso mural denominado Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central fue creado en 1947 (usando la técnica de fresco sobre bastidor de acero), dentro del Hotel del Prado, ubicado en la céntrica avenida Juárez de la Ciudad de México. Durante los sismos de 1985 el hotel quedó en ruinas, pero, empleando técnicas nuevas, se logró el rescate de la monumental obra de Rivera y se construyó un museo para albergarla a un costado de la Alameda Central. El mural describe la historia de México incorporando personajes que estuvieron presentes en la Alameda y sucesos que se escenificaron en ese espacio desde la etapa colonial hasta la Revolución Mexicana. En este relato pictórico aparecen las tropas zapatistas enarbolando las banderas con el lema “Tierra y libertad”, sobresale en la escena un jinete de piel morena portando un fusil, está a bordo de su caballo, lo cual recuerda la figura del caudillo del sur. Es de recordarse que durante el movimiento revolucionario Zapata y Francisco Villa, con sus respectivas tropas, se encontraron en la zona centro de la Ciudad de México en 1914.

En diferentes periodos comprendidos entre 1924 a 1948 Diego Rivera se hizo cargo de crear murales en la Escuela Nacional de Agricultura, Chapingo, hoy Universidad Autónoma de Chapingo. En ellos plasmó el entierro de Emiliano Zapata y de Otilio Montaño, quien fuera coautor del Plan de Ayala.

En 1953 Rivera pintó en el Teatro de los Insurgentes el mural El teatro en México o Historia popular del teatro, en esta espléndida recreación del arte dramático mexicano y de nuestra historia nacional Rivera utilizó la técnica de mosaico de vidrio de colores. En la escena pictórica Rivera hizo coexistir a los frailes evangelizadores con Sor Juana Inés de la Cruz y Mario Moreno “Cantinflas”, pero ocupa un papel preponderante un retrato de Emiliano Zapata portando una luminosa antorcha, debajo de él hay unas milpas en las que yace un hombre muerto, más abajo dos cantantes populares entonan canciones, quizá cantan corridos de la Revolución Mexicana. Diego Rivera quizá quiso colocar a Zapata como protector perpetuo de la cultura popular mexicana, del amor de los pueblo originarios por sus tierras, por las que muchos ofrendaron sus vidas. La narración pictórica concluye con varios artistas indígenas ricamente ataviados, que están danzando junto a Emiliano, realizando sacrificios en una pirámide, tocando caracoles, simbolizando que ni la invasión europea del siglo XVI ni los regímenes autoritarios del siglo XIX mexicano pudieron exterminar las culturas de los pueblos originarios de México y que precisamente fue el movimiento zapatista el que revitalizó la defensa de estas raíces culturales.

REFERENCIAS

Arqueología Mexicana. Diego Rivera y la arqueología mexicana, edición especial 47, México, diciembre de 2012.

Diego Rivera, gráfico, hipergráfico. Guía general de la exposición, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Instituto Nacional de Bellas Artes, 2007.

Tibol, Raquel, Diego Rivera, luces y sombras, México, Lumen, 2007.

Velásquez Martínez del Campo, Roxana (coord.), Guía Museo Nacional de Arte, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, 2006.


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