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La ideología de las palabras. Una lectura deconstructiva

Publicado el 11 de agosto de 2023

Raymundo P. Gándara
Lector sénior en Bureau de Investigación y Docencia de Conocimiento de Fronteras. S. C.,
emailrp_gandara@hotmail.com


A propósito de una mirada a un escrito presentado en la Revista Hechos y Derechos, titulado “El Género de las Palabras”, realizo estos comentarios.

Comienzo por el final del escrito, cuando preguntó: “¿… las palabras significan lo mismo para los hombres que para las mujeres?”.

Dice Octavio Paz (cito de memoria) “no sabemos dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen el sentido de nuestros actos se vuelve incierto ya que las palabras se apoyan en las cosas y viceversa”.

A esto habría que preguntar qué es y cómo se corrompe la palabra, luego por qué, cómo y quién la corrompe. Suponiendo sin conceder que ello fuese así, se tendría que definir cuáles son los parámetros que permiten saber que una palabra ha sido corrompida, se podrían utilizar como parámetros de pureza de las palabras, por ejemplo, su etimología. Veamos una palabra: “precipitación”, su etimología proviene del griego “precipitare”, que quiere decir caer algo con la cabeza por delante. Sus componentes léxicos son “prae” (delante o por delante), “caput”, cabeza, más el sufijo “-ción” (acción o efecto).

La susodicha palabra ha tenido un cambio sustancial que trasgrede la esencia de la misma. En el lexicón de la Academia Mexicana de la Lengua esa misma palabra tiene otros significados: referido a un hecho que sucede de prisa, antes de lo previsto, de modo muy rápido, acción que excede a lo normal, entre otras definiciones. Para quien conoce el idioma español y hace uso de él, ya de manera académica como meramente empírica, esa expresión le es común, por lo tanto, la utilizan con el mismo sentido. La única “regla”, por así decirlo, es que el texto se corresponda al contexto, si esto es así, la palabra dice lo mismo para todos los que sepan su uso, su aplicación cuando la usan.

Si lo anterior es plausible, la palabra precipitación dice lo mismo para hombres y mujeres, no es posible que se pierda algo “en su proceso de definición”. Me parece que al planteamiento que se hace respecto de “si las palabras refieren lo mismo para mujeres y hombres, se le debería proporcionar las puntualizaciones pertinentes, esto es, los cortes transversales para darle sentido al discurso que se quiere proponer, por ejemplo, cuando se leen las palabras protón, quark, nanopartícula, cuántico, etcétera. Se habla de física cuántica. Dudo, y con mucho, que haya discrepancia en su entendido y en su definición, ya por mujeres, ya por hombres; claro, siempre y cuando conozcan de física cuántica.

Entonces, la pregunta es qué palabras y por qué no pudiesen decir lo mismo para hombres y mujeres, qué es eso que se dice y para qué se dice. Propongo para la discusión de entrada dos lecturas: a) la palabra-concepto, b) la palabra-discurso.

De hecho, las “palabras-concepto” sólo se dicen a sí mismas forman categorías sígnicas, el lexicón es el ejemplo por antonomasia. Las “palabras-discurso”, su interpretación y su traducción la adquieren del oficio comunicacional que cumplen en el texto (Derrida).

Las palabras per se son multívocas y por lo tanto equívocas, su sentido y alcances lo adquieren en la propia construcción del discurso. Una misma palabra solamente adquiere denotación y connotación en el uso que de ella se dé en el texto, por ejemplo, si el discurso es científico cuando se habla de las leyes de la mecánica clásica la palabra “leyes” es exactamente la misma que se utiliza en las disciplinas del derecho. Son una ele, una e, una ye, una e y una ese, escritas en el mismo orden (primero una l, y sucesivamente “e”, “y”, “e” “s”, todas en ese mismo orden) sin embargo, dicen cosas diferentes, refieren a asuntos diversos.

Las palabras per se no son propiedad de nadie ni su propuesta de significado y significante pertenecen a alguien, en el sentido idea-patrimonial del término y por ende no son de dominancia y exclusión. Aún las llamadas “palabrotas” no le son propias a los léperos, las llamadas personas cultas pueden usarlas (y de hecho las dicen). El quid es: ¿existen palabras propias que le son inherentes a las mujeres y otras propias del hombre?, en el sentido que las palabras de unas y otros sean antagónicas o excluyentes, si es así cómo se crean, cómo se distinguen y cómo y por quiénes se usan, además quién o quiénes puede regular o censar su uso y quiénes pueden reclamar su exclusividad.

No soslayo que a las “palabras” se les puede dar una diversa lectura (por ejemplo, el “albur” mexicano), pero ese tinte por lo general y no necesariamente es lo que la palabra predica de sí misma. El sentido le deviene de la ideología como se discurra. El discurso en sí es para la palabra su contexto, esto es, que está sujeta a las condiciones ideológicas de lo que se dice. Así, lo que refiere ya la palabra no es discurso de sí misma, por sí misma, para sí misma, su estatus cambia, se convierte en un elemento integrante del discurso por lo cual el sentido de la palabra le pertenece totalmente al discurso. En esta situación, la palabra solamente conserva su forma sígnica primaria u original. Si ello es así, luego, la palabra se convierte en una especie de vaso vacío en el que se vierten ideas, conceptos, etcétera, que inclusive pueden ser ajenos a la palabra en sí. Aquí es importante recordar lo que Octavio Paz dice sobre la palabra “chingada” en el Laberinto de la Soledad. Considero que ejemplifica con nitidez estas ideas.

El ejercicio de decir y decirse mediante la palabra antes de cualquier otra cosa es una necesidad del homo intelligens, si esto es así, entonces, se está frente a un problema mucho más complejo del que se plantea en el escrito de que: “aún en las palabras hay desigualdad”. Cabe decir aquí que esa hipotética desigualdad no es porque algunas palabras sean o son más importantes, más influyentes que otras; y suponiendo que ello fuese así, habría que demostrar cuáles y el por qué, el para qué; tampoco ello implica que haya una visión parcial de la realidad de las palabras per se respecto de la experiencia de las mujeres y de los hombres. La palabra es en sí y de por sí una tautología, sólo se dice a sí misma, sin embargo, tiene diferentes acepciones, más aún hay palabras a las que se les pueden dar nuevas acepciones, que incluso contradigan la lectura de sí mismas, por ejemplo, la palabra átomo, hoy se entiende exactamente de manera contraria a como se entendía en el pasado, esto es, como una parte indivisible de la materia. Hoy el átomo se entiende como divisible, sin embargo, “absurdamente” (así entre comillas) se le sigue llamando igual.

Me parece que hay que volver a Foucault para desde una lectura foucaultiana indagar cuál es y cómo es la correspondencia entre las palabras y las cosas, así mismo, preguntarnos cómo es que se ha venido construyendo desde hace miles de años el lenguaje hablado y después el lenguaje escrito. Según muestra Foucault, entre las palabras y las cosas hay un desencuentro, exhibe cómo el contenido y el valor de las palabras va cambiando de lugar a lugar y de tiempo en tiempo, lo que nos lleva hacer arqueología del lenguaje contemporáneo.

La novela de Pip Williams, The Dictionary of Lost Words, es una adecuada provocación para releer la Hermenéutica del sujeto del propio Foucault, sin olvidar a Jaques Derrida en su obra De la gramatología.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero