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La relatividad de los derechos humanos: un apunte de la anarquía

Publicado el 21 de agosto de 2023

Brandon Arturo Lemus Ramos
Maestro en Derecho, UNAM
emaillemorten4010@gmail.com

twitter@Hagenrx


Los derechos humanos y su cultura hiperdemocrática se han constituido como el dogma total de la vida política y académica, instaurando una época de validez extrema de la jurisprudencia e ideología judicial-legal. Ya lo menciona Ferrajoli, “fue el siglo XIX del poder legislativo, el siglo XX del ejecutivo, y el siglo XXI será del judicial”. La idea anterior sólo denota los aires milenaristas y pseudoreligiosos de lo jurídico y la juridicidad.

El principal critico de un modelo, idea, modo de vida y cosmovisión debe ser alguien familiarizado con el objeto de la crítica, y en esto, bajo la perspectiva de la especialización de los derechos humanos, se puede observar un fenómeno en cuanto de absolutización y totalitarismo latente.

Interpretar los derechos humanos como dogmas totales del actuar humano sólo trae consigo la radicalización del individualismo y legitimación de voluntades sobre otras, de grupos sobre otros y de una escalada hacia la anarquía, tiranía y colapso del sistema jurídico funcional y operativo.

La única posibilidad real de concretar los derechos humanos y fundamentales es a través del Estado, pero de un Estado amplio y grande, con toda la extensión y facultades para concretar, realizar y garantizar los derechos de salud, vivienda, educación, cultura, entre otros; los llamados DESC (Derechos Económicos, Sociales y Culturales). Sin embargo, dicho Estado requeriría un gran presupuesto y una reforma total al sistema de contribuciones, aplicar impuestos progresivos y tender hacia un modelo “socialista” algo inimaginable con el orden económico y cultural actual.

Por esta limitación, los derechos humanos, más qué hacerse efectivos desde una responsabilidad colectiva y razonablemente operativa, se alzan como “banderas políticas” de imposición de ideologías parciales, políticas y de combate, incluso se llega a hablar de la politización de los derechos humanos cuando ya ni siquiera los poderes públicos tienen relación con las manifestaciones de grupos de presión políticos dentro de la sociedad mexicana.

Para evitar posibles escenarios tiránicos y de dictadura bajo dogmas “humanistas” debemos de insistir en que los derechos humanos no son de ninguna manera absolutos, el concepto de dignidad y humanidad tampoco lo es. De no aceptar esta idea se estaría validando los excesos de los casos de Bolivia, Honduras y Nicaragua (se establecieron gobiernos autoritarios bajo el amparo del derecho humano a la “no discriminación”).

En este orden de ideas, la ciencia ha combatido siempre los falsos dogmas de la tiranía y la normalidad moral del poder, la verdad de los principios científicos se impone frente a la irracionalidad de la fe. Contra la imposición del carácter absoluto de los derechos humanos se contrapone el principio de la relatividad de los mismos.

El principio de la relatividad, desarrollado por el físico alemán Heisenberg y el gran físico judío, Einstein, es el principio científico que reduce las múltiples posibilidades de la complejidad a una realidad y forma concreta, sin negar ninguna existencia de las demás, es decir, posibilita la misma continuidad de la existencia, en otras palabras, la relatividad hace posible la realidad concreta frente a las “múltiples posibilidades” del universo. La relatividad nos brinda certeza y seguridad, la cual es necesaria para la estabilidad y la vida misma.

El carácter absoluto de los derechos humanos es insostenible y falso hacia con su propio discurso que lo mina desde dentro, pues erosiona la seguridad y certeza jurídica, tiende hacia el caos de la complejidad. La herramienta científica que nos permite reducir la realidad de los derechos humanos a una adecuación y limitación, en caso concreto es la ponderación.

La relativización como principio de derechos humanos será una realidad cuando las condiciones reales colisionen unas a otras y los titulares de derechos humanos, es decir, todas las personas, prefieran sus derechos sobre otros. La guerra comenzará. Sólo un método válido de relativización que asegure el adecuado funcionamiento de derechos humanos podría solucionar dichos conflictos y evitar la guerra social.

Cabe señalar, que es más que obvio que si los derechos humanos no valen más unos que otros, y “pesan igual” al igual que las personas, todos son especialmente relativos, ¿cómo conviven realidades diferentes en una sola? Esa es la cuestión de la vida social misma.

Todo lo anterior tiene una raíz: el resentimiento político.

Los movimientos políticos radicales existen hoy en día, hay de todas las formas, de izquierdas y derechas, laicos y religiosos, en fin, de todos los colores y sabores, sin embargo, cuando uno se pregunta ¿cuál es el movimiento radical por excelencia? Muchos responderían que el anarquismo, sin duda alguna.

Anarquismo del vocablo griego “an”, significando “nada” o “sin”, y “arque”, “poder”, exactamente la doctrina y movimiento político que pretende la abolición del Estado y evita todo control social basándose en el individuo y el orden natural (anarco-individualismo de Max Stirner, Renzo Novatore y Ángel Cappellatti, entre otros) o quiere darle poder al orden colectivo de comunidad como el anarco-comunismo o anarco-sindicalismo de corte marxista, el cual es un error.

Uno de los mayores exponentes de la doctrina fue Mijail Bakunin, quien de hecho tuvo un distanciamiento con Marx por no estar de acuerdo de dónde nacía la opresión. Marx sostenía que el poder opresor lo dictaba la economía y la clase dominante, Bakunin, por su parte, mencionaba que las clases sociales y la economía son productos del Estado para perpetuar su sistema.

La pelea y conflicto tuvo más que ver con que ese “estado utópico” que Marx mencionaba —el cual no puede existir—; el marxismo y el socialismo científico tienen sus bases en un super Estado corporativo, una verdadera pesadilla orwelliana, algo que es muy contrario al ideal ultra individual que propone el anarquismo.

Durante gran parte del siglo XX el anarquismo se ha asoció a ideas de ultraizquierda y de, incluso, regímenes comunistas, de hecho mucha de la iconografía “anarquista” trae símbolos de la vieja izquierda marxista, como son “el sindicalismo extremo”, “las banderas rojas”, “el símbolo de la estrella roja”, entre otras.

En México antes y durante la Revolución existieron ideas afines a ese anarquismo con base obrera y con añoranza a un sistema socialista, como el Partido Liberal Mexicano. La idea de “anarco-comunismo/socialismo/sindicalismo” trae consigo aparejada un gran hueco ideológico, e incluso manipulado, o bien una gran mentira y contradicción. ¿Cómo puede ser posible que en un sistema en donde exista ausencia de poder y un claro teísmo a la individualidad pueda existir también la idea de clase social, de colectividad e igualdad como lo maneja el marxismo?

Pueden existir dos argumentos igual de falaces, el primero es que el anarquismo en extremo puede ser la ausencia de toda regla, no importa que sistema se adopte o si es que existe el poder aún, el otro es una clara referencia esta etapa “utópica” del socialismo/comunismo que es la desaparición del Estado; ambos argumentos cojean de muchos lados.

En primer lugar, el ser humano y el poder van íntimamente ligados, y una vez que se está dentro de un grupo o una organización existe la repartición del poder llegando a ser una antinomia ese supuesto anarquismo-comunista, el otro es una falsedad, puesto que los regímenes más autoritarios y violentos los ha arrojado el comunismo y su sistema se basa en un Estado ultraintervencionista y fuerte, todo lo contrario incluso al estado minarquista del neoliberalismo (si el Estado está pronto a desaparecer se ve más cerca desde el neoliberalismo extremo que desde el comunismo), puesto que no puede existir este anarquismo, ese movimiento fue corrompido y manipulado por la doctrina de izquierdas.

Este anarquismo ya se va pareciendo al que todos identifican: “un grupo de personas con un profundo odio social, una subespecie de tribu urbana que sólo causan destrozos y quieren que el gobierno los mantenga”, en efecto, lo que mueve a este tipo de ideologías es el resentimiento, odio al poder no por lo que representa, sino porque lo envidia, lo quiere tener, no quiere ser su enemigo, quiere remplazarlo.

Friedrich Nietzsche en la Genealogía de la Moral narraba de una forma elocuente como los “esclavos” envidiaban a los “amos”, creando así la moral del bien y del mal, e incluso algunos valores como la humildad, compasión y caridad son sólo subterfugios de envidia ante el poder y fuerza de los amos, pues algo así tiene esta ideología de pseudoliberalismo. Yo sólo trato de evocar que la raíz de muchos perjuicios, de que unas ideas políticas tienen su origen en la errónea visión que unos pocos le quisieron dar para sus intereses: el anarquismo no es y nunca será de izquierdas ni derechas, el anarquismo va más allá, como lo dice Saúl Newman, el anarquismo debe de ser individual y manejar su visión en la post-izquierda, no como un movimiento de resentimiento social, sino como una oda al individuo y rechazo a lo establecido.

Como una gran muerte que con su hoz destruye para que algo nuevo nazca, este anarquismo es del que nunca se han hablado, el anarquismo que sabe qué es imposible vivir sin el poder, un anarquismo no de esclavos, sino de amos, entre otras ideas políticas son las que más ataques han tenido y menos revisión.

Por mi parte, siento un profundo rechazo hacia la radicalidad, puesto que el origen de esta siempre será el resentimiento, la desdicha y la visión de los malnacidos de una y otra forma “sólo se lucha por lo que se ama y sólo se ama lo que mínimamente se conoce”, algo que es y será siempre antimoralista.


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Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trijillo Guerrero