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La conflictividad humana

Publicado el 11 de octubre de 2023


María del Pilar Hernández

Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email mphm@unam.mx
0000-0001-9577-0750

Desde hace algunos meses, uno de los fenómenos sociales que atrapan mi atención, es el incremento del nivel y variabilidad de conflictividad entre los seres humanos.

Como la casi totalidad de los actos humanos, las causas de la conflictividad son multifactoriales, de ahí que su estudio sea, consecuentemente, multidisciplinar.

Desde luego hay varios tipos de conflictos; yo he identificado, al menos, doce: intrapersonales, interpersonales, intragrupales, intergrupales, familiares, sociales, laborales, organizacionales, políticos, internacionales, ambientales, armados, inter alia. Anoto, como puede deducirse de las partes que intervienen en un conflicto intrapersonal, el conflicto se genera a partir de un solo elemento, nosotros mismos.

Las causas de la conflictividad, nuevamente, son múltiples; sin embargo, derivado de mis observaciones en las organizaciones, listo algunas de ellas: la ausencia de poder y liderazgo, falta de claridad en el rol de mando, diferencia entre los valores, dilución real y simbólica de la autoridad —entendida como auctoritas—, ascensión de los grupos emergentes a posiciones de dirección o mando —que en ausencia de supervisión se convierten en autoritarios sin escrúpulos—, falta de confianza, expectativas frustradas, trastocamiento de las normas —de las reglas y los procedimientos—; historia de conflictos no resueltos.

No es para nadie desconocido que, en las organizaciones o instituciones, existe una clara estratificación y asignación de roles —necesarias para lograr la eficacia, eficiencia y claridad en el logro de los objetivos y la gestión de los recursos humanos—. Cuando éstos se dejan de desempeñar, se generan dos fenómenos trascendentes: el primero, que tiene que ver con la ausencia de poder y liderazgo —por déficit de legitimidad consensual o procedimental—, esencial para el buen funcionamiento de la organización —para quien escribe estas líneas debe ir acompañado del savoir faire de la función o tarea, de conocimiento pues— ; y la segunda, la dilución real y simbólica de la autoridad, fenómeno que, por razones diversas, se genera a partir del home office. Recuérdese que esta reflexión es postpandemia.

Los dos factores son trascendentes para mantener la cohesión institucional; desde luego, adiciono valores como: la disciplina, el orden y, trascendente, el respeto —valores que, paradójicamente, están a la baja— si no existen, la laxitud se entroniza, la consecuencia indefectible: el trastocamiento de la estructura organizacional, el rebasamiento de las funciones, facultades y atribuciones o, en su caso y lo más grave una triada que va desde: 1. Su no desempeño; 2. Actos de simulación; y 3. La generación y proliferación de espacio de violencia silenciada, reductos ignominiosos de violación de derechos.

Puntualizo que dicha triada se concreta tanto por los “mandos superiores”, como por los “grupos emergentes” que, ante la ausencia de quienes representan la autoridad moral, generan sus propios mecanismos de autodefensa y cohesión, entre ellos la manipulación de las normas —reglas, principios y procedimientos—, all the power of facticity— la desgracia es que sí, lo de hoy es la kakistocracia.

En las estructuras organizacionales, desventuradamente, siempre hay una franja de seres humanos que, aun en cumplimiento de sus tareas, obligaciones, responsabilidades, sufren los embates de la debacle institucional: la espiral de conflictos no resueltos —por indolencia, ignorancia o capricho— se ven entrelazados, cual ADN, con la espiral de expectativas frustradas, condiciones propicias, por demás, a la conflictividad. Crónica de una distopía anunciada (Rascacielos, 2015, Ben Wheatley).


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Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero