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Viva la Muerte

Publicado el 27 de octubre de 2023

Brandon Arturo Lemus Ramos
Maestro en Derecho, UNAM
emaillemorten4010@gmail.com

twitter@Hagenrx

I. La muerte y la posición burguesa

"El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor"

Miguel de Unamuno

“¡Vamos, pendencieros, delincuentes¡, eso os decían, muertos en vida, pero yo no os pregunte yo los acogí con los brazos abiertos, bueno con el brazo que me queda, os ofrecí una oportunidad, una vida nueva, de caballeros, por eso tenéis que morir otra vez si es preciso: ¡CABALLEROS LEGIONARIOS VIVA LA MUERTE¡

José Millán Astray

El debate entre Miguel de Unamuno 1 y José Millán Astray, 2 es de los pasajes más emblemáticos, míticos y famosos de la guerra civil española y del fascismo y antifascismo como tal; sin embargo, en este mundo moderno decadente debemos observar la realidad de las expresiones ahí vertidas. Ni Millán era un matón ignorante y malvado, ni Unamuno era un tierno intelectual indefenso y razonable en ese recinto aquel 12 de octubre de 1936. El discurso fue el siguiente:

“Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte! Esto suena lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente”

Este fue el testimonio de Miguel de Unamuno, que respondía al grito de “Viva la Muerte” de Astray. Para muchos, un acto de resistencia ante un régimen tiránico; esa gente comparte los mismos modales asquerosos, débiles, necrófilos y burgueses que el cobarde de Unamuno. Por dónde comenzar, Unamuno era una persona que de verdad se delato creyendo que muera la vida. Para los burgueses la vida vale por la simple vida, y no por su sentido orgánico de temporalidad.

El carácter burgués le teme tanto a la vida que se refugia en extenderla de forma patética. Son los cobardes que no osaron ir a la guerra a las batallas; son los intelectuales que, ante su frustración casi sexual de falta de conquista y de vigor físico, se enfrascan en críticas, palabras y teorías con cero utilidades prácticas, sin nunca haber incluso sido capaces de defenderse a través de los nobles puños, o empuñar aún más las nobles armas.

Los testimonios de Unamuno durante la Guerra Civil Española nos hablan de un defensor del humanismo y crítico del fascismo. ¿Y la mentira? Pero el humanismo en esa época significa lo que aún hoy es: un montón de cobardes oportunistas, tan mezquinos que ni siquiera pueden ayudarse entre ellos. En efecto, a Unamuno le pidieron multitudes de masones, comunistas, homosexuales y come soyas ayuda contra el régimen franquista, él ni siquiera pudo o quiso ayudarlos, pero bien que criticaba a las espaldas del caudillo (que, habrá que decir, le regresó el puesto de rector de Salamanca). Por lo tanto, Unamuno no es muy diferente a ese servidor público mezquino, que niega el servicio al pueblo, pero es un cobarde ante la violencia, gente que vive en una burbuja de lujos y hedonismo, que para ellos es “vivir”.

Unamuno, elitista, agorafóbico (rechazo a los pobres, proletariados o campesinos), clasista, neurótico y resentido, denigra de forma despectiva a todos los militares de España, acusándolos de ignorantes, e incluso se burla de la “invalidez” de Millán Astray (era mutilado de guerra) de una forma que ahora los progresistas acusarían de “facho”. De hecho, Millán no le afecta su condición, sino que es motivo de personalidad y de carácter, recordándonos a las metáforas de “acróbatas” “ejercitantes” del libro “Has de cambiar tu vida”, de Peter Sloterdijk. El autor alemán menciona que el hombre fuerte y sobrehumano es quien sobre una limitación construye una fortaleza, tomando de ejemplo a los inválidos y “fenómenos” de circo. En suma, Unamuno representa esa burguesía hipócrita, envidiosa y anti vitalista que odia la vida, y la enfrasca en normas y reglas morales que asfixian la vida y el movimiento (tal como menciona Nietzsche en sus críticas a las normas morales de los débiles).

Por el otro lado, Millán Astray, era un tipo simpático, alentando en su disciplinaria vida militar a sus soldados y oficiales; siempre haciendo chistes sobre sus lesiones, mencionando que deben amar la vida y ser héroes; ayudando a muchachos pobres, miserables, ex reos y discriminados por la República (que se supone que está del lado de los más débiles), y dándoles trabajo y una nueva vida, así como una nueva misión, un motivo de orgullo y de vivir. Astray, más humano que los humanistas. Contrasta lo anterior con los melancólicos y pesimistas escritos de Unamuno, como “El principio trágico de la vida” y “La agonía del cristianismo”; básicamente, quien quiere escuchar o leer todo el día que la vida es triste y todo muere. En efecto, la vida es muerte; pero, justamente, eso le da el valor.

La muerte es, en efecto, el valor de la vida. Derrida, el autor francés deconstruccionista, en su obra “Dar la Muerte”, nos menciona el sentido filosófico de la muerte y la vida, y analiza, a manera de ejemplo, el sentido romántico de “Te doy mi vida”, argumentando que la vida existencial no existe; es una ilusión que evade el duelo de nuestra mortalidad. La vida deja de ser vida desde que nace, puesto que, desde el primer momento, el cuerpo se somete a un desgaste que llamamos envejecimiento o crecimiento; desgaste que termina por matar cada célula. Así que Derrida menciona que el término correcto es “Te doy mi muerte”, en este sentido dar la muerte a alguien o la misma por algo, tiene un mayor significado, puesto que cualquiera puede dar la vida, pero pocos pueden o tienen algo de verdadero significado para dar su muerte.

La muerte, de igual forma, representa un límite a la vida; una delimitación dialéctica. En efecto, la vida sin límites sería como un desierto infinito, liso y sin rasgaduras, una vacuidad y vacío. La vida de esa forma, degenera en supervivencia, y la supervivencia te quita la vitalidad y la vida en sí misma. La fobia al dolor y la negatividad queda expuesta en la ideología de la vida eterna; ideal, perfecta y sobre todo productiva. Por su parte, la muerte, como límite, da sentido a la vida y la revitaliza, le da un ritmo, parámetro y musicalidad. La muerte es el lenguaje de la vida.

La anterior idea, se puede vislumbrar por el hegenialismo, y parte de un pasaje de su vida el cual es el siguiente:

iba caminando con el sr. Cless. Justo cuando pasábamos por encima de la fosa tocó la campana grande para el entierro del sr. Regidor R. Schmidlin. Al mismo tiempo unos trombones comenzaron a tocar a duelo desde la torre de la ciudad (moles propinquia nubibus ardius). El sordo y despacioso toque solemne de la campana y el triste sonido de los trombones concitaron en mí una sensación y una impresión tan sublimes que no acierto a describirlas. Al mismo tiempo veía a veces caer el aguacero a lo lejos y pensaba en los lamentos de los familiares del difunto (Friedrich, 1968, p. 10)

Hegel, vislumbró la muerte como una gran revelación, impactante y desorbitante, parecido a la sublimidad del enamoramiento; es decir, la muerte lo saco de sí mismo. Este proceso de duelo fue determinante para el burgués Hegel, alejado de los valores guerreros germánicos barbaros. Este miedo al duelo será una de las causas de que el trabajo de Hegel persiga la unión absoluta, la integración y la superación de las diferencias; esos “otros” dialecticos, parecidos a pequeñas muertes. La dialéctica es el sobrenombre hegeliano para sobreponerse al duelo.

Según Hegel, la filosofía no comienza ni con el asombro ni con el horror, sino por una necesidad. La necesidad de “la filosofía”. Para Hegel (1968), la filosofía aparece cuando, de la vida del hombre, desaparece el poder de la unificación (p. 20). Esta necesidad de “restablecer la totalidad”, la estabilidad o el estado de una plenitud o saciedad de la que se ha conjurado el peligro de la perdida absoluta.

El sentimiento en que se basa la totalidad es el del hartazgo. El poder de la unificación debe restablecer esta totalidad en la que nada se pierde. Todo está recogido, unido, unificado y congregado. Por su parte, y sintetizando el espíritu hegeliano, Byung Chul Han advierte: “El espíritu hegeliano no quiere dar nada por perdido. Su contabilidad dialéctica busca la acumulación, una posesión total. La totalidad a la que se aspira como una saciedad total no sufre ninguna carencia ni ninguna perdida” (Byung, 2020, p. 15). La muerte es el antídoto contra el hartazgo.

II. El sentido de la muerte y de la vida: el camino del samurái

“Descubrí que el camino del samurái es la muerte.”

Yamamoto

En este tenor de ideas, la muerte también puede ser, a su vez, un plan de vida y de consistencia. La vida puede ser vista como un proceso de movimiento y de acción. En esté tenor, se debe evitar la inmovilidad y sedentarismo; la acción constituye el medio más eficaz para evitar las limitaciones del yo y poder abstraerse de sí mismo en algo más grande. La acción y conducta es la función de la vida, y la muerte es la consecuencia natural de la conducta.

Los samurái sabían este sentido de vida: en el libro Hagakure 3 (oculto entre la hierba), obra de importancia y base filosófica del modo de vida samurái. La base de la vida de un samurái es prepararse y vivir para la muerte; tal como dice Yamamoto: “Descubrí que el camino del samurái es la muerte. En una situación de vida o muerte, elige, simplemente, una muerte rápida. No hay que sentir pereza” (Mishima, 2013, p. 51). Esta filosofía es la de la libertad, la humanidad no se puede equivocar cuando se lleva la muerte al lado. No por nada la fórmula del samurái es muerte=decisión voluntaria= libertad.

Como se ha mencionado antes, la acción y la libertad es la vida; la pereza es el vicio supremo, se pone de manifiesto la razón de llevar una vida diaria de tensión cien por cien vigilante. Es la lucha en medio de la rutina cotidiana, es el oficio de un guerrero; sin embargo, ¿para qué se vive a la muerte?, ¿la vida es trascendente o es la muerte la trascendente? Yamamoto en la pluma de Mishima nos menciona:

El sinograma “gen” en chino, en japonés se lee también como maboroshi. Quiere decir “ilusión”. Los magos de la India son llamados en japonés genshutsushi o ilusionistas, es decir, personas capaces de crear o de “sacar” una ilusión. Y es que los seres humanos en esté mundo somos como ilusiones, títeres. Por eso se usa el signo de “gen” para evocar la ilusión (Mishima, 2020, p. 58).

De vez en cuando, Yamamoto utiliza la comparación de títeres para referirse a este mundo: un mundo de títeres. En el fondo esto es un nihilismo, profundo y absoluto, pero es al mismo tiempo significativo en el camino del guerrero japonés. La contradicción de este camino es sacar el provecho a cada momento a la acción; pero, a su vez, el fin de esta acción es la muerte. Esto es, en realidad, este mundo no es más que un sueño. Es este tenor de ideas, Yamamoto menciona: “La vida solo dura un instante. Hay que pasarla haciendo lo que a uno le gusta. En este mundo flotante es estúpido dedicarse a algo que uno aborrece y sufrir por ello”. Sin embargo, en el mundo moderno, prevalece la producción y la técnica, la homogenización y el utilitarismo. Lo último que queda es el deseo y la pulsión de muerte.

Para Mishima y Yamamoto, el hombre calculador es miserable. Calcular significa tener a la vista pérdidas y ganancias. El calculador siempre tiene a la vista dos cosas: morir es perder y vivir es ganar, es la ideología del pusilánime. Son incapaces de morir y de amar. Las anteriores ideas “humanistas” bajo la apariencia de racionalidad, creen en un mundo de cobardía y universalidad, pero no para todos es así, con peligro de que la filosofía de muerte es peligrosa y lunática, siempre se debe pensar en el “otro” pues la “racionalidad” implica el peligro de cálculo, de hartazgo y de una vida sin límites, insípida.

El mundo antiguo obligaba a la guerra, a morir y a la sumisión; por otro lado, el mundo moderno actual obliga a la paz, a vivir y a la libertad; y esta última, en vez de devenir en una vida vigorosa, deviene en una muerte en vida, una zombificacion. ¿Cómo escapar de este terrible destino? Mishima (2006) nos menciona una filosofía samurái adaptada al mundo posmoderno, en el cual, según él, los contrarios conviven fuera de la unidad o unificación (p. 25).

La alternativa a la muerte en vida es la vida en la muerte, la cual tiene un significado espiritual-iniciático. En los procesos iniciáticos japoneses no se concibe a la persona sino como una entidad, como un ser, nunca desgajada. En virtud de su realización, cada persona, mediante una simbólica y real sucesión de muertes y renacimientos, va paulatinamente acabándose, terminándose o cancelándose conforme a su destino. Es así como, desde la adolescencia, el iniciado llega a la meta de su carrera en la vida, encontrándose al final con la última de esas iniciaciones, donde la muerte y renacimiento que se producen, dan por concluidas aquella sucesión de iniciaciones vitales y deviene en un adulto maduro.

En cada iniciación, la muerte y renacimiento van de la mano, siempre van juntos, no desligados, de modo que morían “ambos” y renacían ambos a la vez, al unísono. Esa razón integradora es por la que la doctrina de la resurrección nació de la realidad iniciática japonesa, mientras que la de la reencarnación hindú lo hizo su negación. Sencillamente, en la resurrección, el cuerpo y el espíritu deben permanecer juntos, en tanto que en la reencarnación se condena al espíritu a vagar por diferentes cuerpos, cumpliendo una moralista condena.

Como guerrero, como samurái, Mishima creía que la vida era una escala de acciones iniciáticas, las cuales iría traspasando. Al hacerlo, no solo se veía renacer en “espíritu” sino también en “cuerpo”. Moría enteramente y renacía enteramente. Resucitaba. Y en el nivel que se adquiere maduración, Mishima considera inadmisible seguir viviendo una dualidad semejante, o que esta adquiera, menciona Mishima: “El enigma estaba resuelto; la muerte era el único misterio” (Mishima, 2006, p. 48). Solo la muerte une cuerpo y espíritu; de hecho, es el cruce, en la prueba límite, donde ambos se encuentran más juntos que nunca. Y así se renace, con la carne y espíritu.

Para finalizar este apartado, se muestra un segmento de Yukio Mishima (2006), donde se muestra una revelación de la unificación cuerpo-alma-muerte-resurrección, justo cuando entreno y piloteaba un avión en el ejército japonés: Fue en ese momento cuando vi la serpiente aquella enorme serpiente (…) de nubes blancas circulando el globo, que se mordía la cola, moviéndose continuamente, eternamente (…).

Si el gigantesco anillo serpentino que resuelve todas las polaridades entró en mi cerebro, es natural suponer que existiera ya (…) Era un anillo más grande que la muerte… era sin duda el principio de unidad, que se fijaba en el cielo resplandeciente (p. 52).

Esa serpiente, que Mishima menciona como metáfora, es la unión de todo, la unificación hegeliana, el Uroboros, el Jormungander, o bien, el eterno retorno y la figura de un dios supremo.

III. La muerte y el caudillo

“No me quito la vida, me doy la muerte”

Jaques Derrida

La muerte forma al yo firme, viril, heroico e insondable, que no tiene otro interés que hacerse consigo mismo. La muerte no es el final del yo, sino autentico comienzo ¿Cuál es la forma viril de vivir? Antes habíamos mencionado, la existencia del capital, del trabajo, y poder resiste a la muerte, es activa. La muerte es pasiva, destruye toda subjetividad y toda relación, pues nadie es más seguro que ensimismado, protegiéndose de los demás y del gran otro como es la muerte o el amor.

El mundo del capital, del trabajo y del poder es la democracia. En las sociedades democráticas se vive como si siempre se fuera a vivir en un progreso continuo, en un proceso lineal y monotónico. Los crecimientos monotónicos tienen la característica de un crecimiento sin ciclos, es decir, progresivos; piénsese en un motor de gas que no tiene mecanismos de control y neutralización, es decir, válvulas de escape; sin un freno al crecimiento del gas interior, el motor termina fallando y explotando. La anterior idea es lo que sucede con toda ideología surgida del progresismo moderno (llámese todo proceso derivado de 1789), donde sólo basta la “razón” para justificar la acción. La razón es una calculadora que únicamente tiene el fin de crecimiento, ganar y vivir.

La idea de la democracia progresista es una estúpida ilusión; no puede existir un progreso monotónico, pues la vida no es lineal ni tiene certidumbres que permitan hacer un plan tan alto; aún con los avances científicos y tecnológicos que vuelven cómoda la vida y dan una apariencia de “inmortalidad”. En este tenor, la válvula de escape de nuestro motor político es una forma de control; dicha forma Heidegger identifica con la figura del caudillo. ¿Qué es el caudillo o Fhürer?

Byung Chul Han (2020) nos menciona al respecto:

¿Cómo responsabilizarse?

Si solo hubiera certidumbres, no se suscitaría ninguna necesidad ni ningún anhelo de un caudillo. Todos los caudillos se atreven a adentrarse los primeros en lo incierto. Forman la vanguardia. El caudillo de Heidegger quiere ser el primero en dar un paso a “lo oculto” y desconocido, a lo digno de ser cuestionado. Tiene que adoptar una postura acrobática, en la oscuridad completa, como tras la muerte de dios. Con una linterna en la mano el caudillo inquirente va tanteando en la oscuridad. El lema del caudillo heideggariano sería “ese firme mantenerse (…) en medio de la inseguridad de la totalidad del ente. Se expone a lo apirético. Para ser “fuerte” para el caudillaje “el presentar” tiene que “avanzar” entonces, más allá, de la respuesta de cómo saber hasta el no saber, hasta los puestos más avanzados del peligro que la incesante inseguridad del mundo presenta. Por ejemplo, la ciencia como “caudillaje” se ve capaz de soportar la angustia, se escoge el héroe (p. 125-127).

El caudillo es necesario en un mundo complejo, enigmático y totalmente azaroso; el caudillo pareciera tener las respuestas de la razón; es decir la iluminación. Sin embargo, su valor, así como la certidumbre que muestra a sus allegados, no son para nada una razón, una certidumbre o una respuesta; es decir, no es un intelectual. Por otro lado, el caudillo trae un mantenimiento de fuerza y vanguardia; es capaz de soportar la muerte e ir para la muerte. La muerte, esa gran incertidumbre final.

Para poder ir más allá de la muerte, no se necesita saber, sino el no saber. El caudillo, pues, es poseedor de la razón más poderosa: el irracionalismo. La anterior reflexión, la sintetiza muy bien Adolf Hitler: “un intelectual nunca puede llegar a ser un caudillo”. En efecto, el sazón y guía de la vida es de carácter espiritual, no racional. Es interesante como los grandes caudillos de la historia, tales como Jesús, Buda, Wotan, entre otros, son suicidas. El suicidio es el mayor acto de valentía y de acción propia, es el fin de la vida en su máximo éxtasis en su punto más bello.

Por último, si la democracia es el régimen burgués de la supervivencia vacía y exagerada, de progresos monotónicos y de vacuidad, entonces, la autocracia, es el régimen de la lucha, la virilidad y la vida extasiada, cuyo fin es y será un suicidio ritual gigantesco (Deleuze, 2003). La segunda guerra mundial y el holocausto siempre fueron el fin del Tercer Reich, y debe ser el fin de cualquier caudillo, de cualquier persona que entienda el amor. ¿Acaso no es una promesa entre amantes el ir juntos hacia la muerte? La fórmula libertad=muerte, ahora se completa con libertad=muerte=amor. La pulsión de muerte que desata el fascismo es tan pura y absoluta que es identificada con el deseo mismo.

IV. Conclusiones: Viva la Muerte, muera la inteligencia

A lo largo de este breve ensayo, hemos revisado tres temas importantes tratando de mostrar la relevancia de la muerte como vida plena. Los puntos esenciales son los siguientes:

I) El pensamiento burgués se basa en un rechazo al dolor y miedo a la muerte; lo que trae un instinto de supervivencia y competencia que vacía la sustancia de la vida, que es la acción y movimiento; II) La vida y su sentido son la muerte, como final de un actuar filosófico y de un camino virtuoso; III) En un mundo caótico y actual, se deben rechazar las ideologías progresistas que vacían la vida y adecuar la vida ante un pensamiento de caudillaje y que tienda hacia a muerte, por una vida con sustancia. Y, por último:

Así la vida no es vivida; la vida está muriendo. Todos nuestros intentos por vitalizarla son la fuerza superviviente del vigor, algo que ya muchos dejaron atrás, resignándose a vivir por vivir, teniendo encuentros cada vez más grotescos con formas de “inmortalidad” vacías, spa´s, gimnasios, operaciones, casas, fortalezas, dinero y recursos. Toda esa cultura burguesa, judío democrática, solo tiene un origen: el miedo a la muerte como vida plena. Así que muchos son Unamuno, queriendo dar sentido a su miedo eterno. Pocos otros son Millánes, respondiendo a la existencia finita con el grito más vitalista posible: ¡Caballeros viva la muerte!

V. Referencias.

Friedrich Hegel, G. W. (1968). Escritos de juventud. Meiner

Byung Chul, H. (2020). Caras de la muerte. Herder

Mishima, Y. (2013). La ética del samurái en el Japón moderno. Alianza editorial

Mishima, Y. (2006). Lecciones espirituales para jóvenes samurái. Palmyra

Deleuze, G. y Guattari, F. (2003). Mil mesetas. Pre-Textos


NOTAS:
1 Filósofo español célebre por sus posiciones nacionalistas y críticas a la modernidad y el marxismo. Abogó por una cultura española heroica bajo la figura de Don Quijote. Su debilidad hizo denunciar al bando nacional y “cambiar de ideas”. Irónicamente, sustenta la filosofía del régimen franquista o al menos su parte más universal.
2 General español que tuvo un papel relevante en la guerra civil española. Del bando nacional amigo y lugarteniente de Francisco Franco, líder y futuro dirigente de España durante los próximos 40 años después de la guerra. Millán Astray formó un cuerpo de élite de soldados denominados “La legión”. Famosos por su hermosa y célebre canción de guerra “El novio de la muerte”.
3 Escrito en el siglo XVIII. El Hogakure es la obra máxima del pensamiento militar y filosófico laico japonés. Su autor, Yamamoto Tsuenetomo, uno de los últimos samuráis a quien le fue prohibido el sepukku o suicidio ritual, y se confina a una vida de espiritualidad y letras.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero