La revolución incómoda

Publicado el 02 de febrero de 2011

Víctor M. Martínez Bullé Goyri, Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM

Pasó el festejo por el centenario de la Revolución y me quedo con la sensación de que las autoridades descansan por fin de un tema que les resultaba incómodo. Porque ¿qué se puede festejar de la Revolución?

En el Distrito Federal los festejos se concentraron en el desfile, esta vez no deportivo sino militar y revolucionario, la inauguración de una estatua de Madero frente a Bellas Artes y la inauguración de la remodelación del monumento a la Revolución y su plaza circundante, además del estupendo espectáculo de luz y sonido que se viene presentando desde hace días en el Zócalo. Me imagino que en los estados y municipios se dieron festejos similares.

Hasta el cansancio la Revolución ha servido de referente para la vida política del país, durante años nos gobernó el partido de la revolución institucionalizada, que se adueñó de lo que se ha dado en llamar la ideología de la Revolución mexicana, pero ¿existe realmente una ideología de la nuestra Revolución?, ¿quienes hicieron la Revolución Mexicana fueron movidos por un conjunto de ideas para transformar al país?

Sin duda, la Revolución estalló inicialmente como un movimiento político, con base en el Plan de San Luis de Madero bajo la bandera “Sufragio efectivo, no reelección”. Pero en el plan de Madero no hay nada más que la intención de sacar a Porfirio Díaz del gobierno y desmontar las estructuras de una dictadura de más de 30 años. No hay en ese plan un proyecto de nación distinto, sólo se trató de un cambio de personas, pero no se planteó un cambio de ideas para organizar la vida nacional.

La realidad es que no sabemos si Madero tenía o no ideas para cambiar al país, pues su propia incapacidad y la traición impidieron que llegáramos a conocerlas, más allá de sus afanes por la democracia, como si ésta por sí misma fuera la solución a los problemas.

Una vez muerto Madero se desarrolló la más cruda lucha de caudillos por el poder, pero también sin ideas y sin propuestas, más allá de las naturales demandas por mejores condiciones de vida de obreros y campesinos que se convierten en las víctimas y protagonistas de la lucha revolucionaria, y que verían recompensado su esfuerzo con la inclusión en la Constitución del reparto agrario y los derechos de los trabajadores.

La Revolución en esa etapa no fue un movimiento articulado nacionalmente, se trataba de grupos que más parecían pandillas de cuatreros que asolaban distintas zonas del país. Basta con escuchar los relatos de aquella época de los pocos que quedan vivos, y que narran cómo en cada población, hacienda o rancho se desataba el terror con la llegada de los revolucionarios que se dedicaban a robar, violar y matar. Recordemos el origen de la palabra carrancear para referirnos al robo, que no es otro más que la actividad preferida de los miembros del ejército encabezado por Carranza.

Y ¿quiénes son nuestros héroes revolucionarios, cuáles fueron sus ideas, qué obra escrita nos legaron para conocerlas? No cabe duda que Gustavo Madero, Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, como los personajes centrales de la Revolución son grandes personajes; pero sólo si los vemos desde la óptica de la historia oficial, pues ninguno de ellos resiste o sale bien librado como estadista o verdadero hombre de ideas revolucionarias después de una revisión más acuciosa de su vida y de sus obras.

Mientras tanto la lucha revolucionaria fue un golpe mortal al incipiente desarrollo que el país había alcanzado durante el porfiriato, e impidió que pudiéramos aprovechar la ventajosa situación económica que pudo significar la Primera Guerra Mundial, ante la necesidad imperiosa, especialmente de nuestro vecino del Norte, de alimentos y producción industrial.

Es verdad que es producto de la Revolución, plasmada en la Constitución, el inicio del desarrollo de nuestro derecho laboral mexicano, y que orgullosamente podemos afirmar, gracias a los constituyentes de Querétaro, que la nuestra es la primera Constitución en el mundo en contener derechos sociales. Pero también es verdad que es producto de la Revolución la destrucción y pauperización del campo productivo que hoy nos tiene en situación de vulnerabilidad ante la comunidad internacional, en tanto que no somos capaces de producir lo que comemos.

La Revolución mexicana entronizó el caudillismo, arrancó el gobierno de las manos del dictador, pero lo entregó a las manos de revolucionarios y militares, en muchos casos corruptos y sin preparación, que contribuyeron a generar un régimen clientelar para el gobierno del país, apoyado inicialmente en el corporativismo, magistralmente explotado por el PRI, y hoy sustituido por la partidocracia como una perversión de la verdadera democracia por la que luchó Madero.

A la distancia debemos reconocer que es poco lo que hay que festejarle a nuestra Revolución, fue más lo que destruyó que lo que construyó, y nos dejó una ideología que no existe: la ideología revolucionaria, acomodable a cualquier necesidad o circunstancia, y el modelo de gobierno que se generó es también así, sin ideas, sin proyecto, sin futuro. En el que se permanece no por la capacidad sino por la habilidad y en el que la corrupción es una nota ineludible.

Tal vez valga la pena en este centenario si no festejar si al menos reflexionar sobre cómo lograr una Revolución que verdaderamente transforme al país y lo ponga en la senda de la igualdad y el desarrollo.