La revuelta juvenil*

Publicado el 19 de agosto de 2011

John M. Ackerman, Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM

Urge una radical renovación generacional y ética de la clase política nacional. Es iluso imaginar que a partir de una serie de reuniones públicas televisadas los mismos políticos de siempre se despertarán y ahora sí trabajarán en función del interés público. Lo que se necesita es un nuevo movimiento juvenil combativo y propositivo que sacuda a los políticos profesionales y prepare el camino para un relevo integral de la clase gobernante.

El movimiento tendría que ser verdaderamente nuevo y desplazar a muchas de las voces y organizaciones sociales actualmente “autorizadas” para hablar en nombre de la llamada “sociedad civil”. La renovación generacional debe aplicar no solamente para los políticos, sino también para la “comentocracia” y muchos de los dirigentes sociales que han envejecido y se encuentran desfasados.

A lo largo de la historia, México ha jugado un papel central en los procesos de transformación social a escala mundial. A principios del siglo XX, la Revolución Mexicana y la Constitución de 1917 establecieron las pautas para el nuevo constitucionalismo social que rápidamente se extendería a lo largo y ancho de Europa, y después al mundo entero. Posteriormente, la materialización del proyecto revolucionario durante el sexenio de Lázaro Cárdenas, con la expropiación petrolera y el inicio del reparto agrario, demostró al mundo que era posible pasar de la propuesta a la acción para detonar una profunda transformación social desde el poder del Estado.

Durante los años 50, 60 y 70, México volvió a destacar en el escenario global por la fuerza de sus movimientos sociales en sectores tan diversos como los de maestros, ferrocarrileros, electricistas, campesinos y estudiantes. Durante la década de los ochenta, la imposición de una lógica “neoliberal” en materia económica alrededor del mundo encontró una resistencia particularmente fuerte y consolidada en nuestro país. El movimiento que emergió fue tan fuerte que incluso en 1988 logró derrotar al partido en el poder, si bien la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas finalmente fue pisoteada por el fraude orquestado por Carlos Salinas.

En la década de los noventa, el movimiento internacional en contra de los efectos de una “globalización” desigual e injusta tuvo su momento fundacional en el “Encuentro Intergaláctico en contra del Neoliberalismo y por la Humanidad” organizado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional durante el verano de 1996. Las movilizaciones históricas durante la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Seattle, EU, en 1999, y después en otros encuentros de la misma organización, así como del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, no se explican sin el ejemplo y la inspiración de los indígenas de Chiapas.

Hoy, México vuelve a destacar como un país ejemplar, ahora en materia de reformas legales para la defensa de los derechos fundamentales. Las reformas constitucionales en materia de transparencia, justicia penal, electoral, amparo y derechos humanos que han tenido lugar en los últimos años representan un cambio real y significativo en el marco legal del país. Lamentablemente, hemos visto que las modificaciones legales significan muy poco si los individuos a cargo de las instituciones siguen trabajando de la misma manera corrupta e ineficiente que en el pasado.

La tragedia que hoy vive México en múltiples ámbitos (seguridad, educación pública, elecciones, empleo, salud, desarrollo social, etcétera) no es responsabilidad sólo de las “instituciones” de manera abstracta, sino de hombres y mujeres que han privilegiado sus propios intereses y compromisos por encima del bienestar general. La necesaria transformación de México requiere en primer lugar de un relevo integral de los políticos actuales para dar cabida a nuevos liderazgos juveniles, solidarios, éticos y trabajadores.

La juventud mexicana se encuentra actualmente en crisis. Estudios recientes de la Coneval, el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y el Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical coinciden en que el desempleo y la pobreza han aumentado en este sector. Asimismo, la situación laboral para los que sí tienen empleo se vuelve cada vez más precaria ya que las nuevas políticas de contratación reducen sistemáticamente las prestaciones del sector juvenil. Los informes de la Organización de las Naciones Unidas reflejan que esta realidad de desprotección y exclusión juveniles no es privativa de México, sino que abarca al planeta.

Pero también existe una gran oportunidad histórica. Hoy gozamos de un “bono demográfico” sin precedentes en el que el porcentaje de población juvenil es más grande que nunca en la historia, y el promedio de edad de los mexicanos es de apenas 26 años. Así que, de la misma manera en que los jóvenes se movilizaron en Egipto, Libia y España, las condiciones están listas para un movimiento similar contra la totalidad de la clase política en nuestro país.

Pero el brote de este movimiento de nuevo signo, que sobre todo debería reivindicar las demandas de los jóvenes menos privilegiados, de ninguna manera ocurrirá de manera automática o espontánea, sino que dependerá de las acciones y decisiones que tomen los actores sociales. El futuro político del país no dependerá de los resultados de las elecciones de 2012, y mucho menos de la posibilidad de consensuar un candidato supuestamente “ciudadano” entre dos o más partidos, sino de la capacidad de los jóvenes para organizarse en sus comunidades, escuelas, barrios y centros de trabajo, así como para implementar nuevas formas de protesta social y plantear innovadores caminos para el desarrollo nacional.

NOTAS:
* Se reproduce con autorización del autor, publicado en Proceso, el 31 de julio de 2011