¿En Noruega?*

Publicado el 19 de agosto de 2011

Emilio Rabasa Gamboa, Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
erabasa@prodigy.net.mx

En el año 2010 Noruega fue clasificado por la ONU como el país con el mejor índice de desarrollo humano, y, de acuerdo con la organización Global Peace, uno de los más seguros y pacíficos, además de que es una de las democracias más consolidadas del orbe.

¿Quién podría siquiera imaginar que en una nación con esas credenciales se realizaría una matanza de 77 personas, en su mayoría jóvenes, en la isla de Utoya, cercana a la capital, Oslo, en donde estalló una bomba que también quitó la vida a varios ciudadanos el pasado 22 de julio?

¿Una bomba en el centro de Oslo? ¿Un asesinato colectivo planeado hasta el detalle y, parece hasta ahora, ejecutado por un solo hombre que mata a mansalva a más de 60 jóvenes? Todo eso nada menos que ¡en Noruega! No en el Magreb, no en Libia, no en Palestina o Israel; no en Guatemala, escenario del reciente crimen de Facundo Cabral; no en Ciudad Juárez, México, lamentablemente ahora incluido en la lista de ciudades y países con altos índices de inseguridad, no en alguno de estos lugares, sino que ¡en Noruega!

¿Cómo explicar y digerir ese hecho sangriento y violento de Anders Behring Breivik, que al menos contradice a su contexto y que echa por tierra todas esas teorías que asocian casi mecánicamente la violencia con el subdesarrollo social, económico y político o el fanatismo religioso?

Si le rascamos a la biografía de Breivik, encontraremos una conexión con México, país que visitó y en el que paradójicamente interpretó el movimiento zapatista, y en general la política a favor del multiculturalismo, como una grave afrenta a la riqueza cultural de nuestro país. Postura opuesta a la de Guillermo Bonfil Batalla, a quien no le gustaban los “paisajes planos y uniformes… porque si la vida es cambio, es diversidad”.

La uniformidad social cultural, incluyendo desde luego la racial (“pureza de raza” la llamó Hitler), enemiga de la mezcla de razas y culturas y concretamente en Noruega en contra del islam, es la premisa básica del ideario que sostuvo la acción de Breivik, toda vez que, con el asesinato, quiso llamar la atención para protestar en contra de la política a favor del multiculturalismo que defiende una democracia tan abierta e incluyente como lo es la noruega.

Un nuevo fantasma recorre a Europa y el mundo (como dijeran Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista), el nuevo fantasma de un cocktail mortífero y letal: la combinación de xenofobia con terrorismo instalada en una ideología perversa de ultraderecha que ha irrumpido con gran fuerza, sobre todo en Europa, como respuesta a las grandes corrientes migratorias que crecen por todo el mundo pero principalmente en ese continente, procedentes del norte de África, en busca de asilo político o mejores condiciones de vida.

Con Breivik, el mundo ha vuelto sus ojos hacia grupos sociales o partidos políticos conservadores, ultranacionalistas y de extrema derecha: la Liga de Defensa Inglesa, del Partido Popular por la Libertad y la Democracia de los Países Bajos, Partido de la Libertad de Austria, o la Unión Democrática del Centro en Suiza, el Tea Party en EU, por mencionar algunos.

Habrá que estar pendientes de la próxima reunión de los 27 jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea en septiembre, y las resoluciones que adopte el organismo sobre políticas migratorias, en un contexto de todavía astringencia económica y gran desempleo, como el que azota a Grecia y España.

Sería lamentable que el caso Noruega, que refleja más que una preocupación social, una obsesión propia de la mente de un sicópata comparable al Raskolnikov de Dostoievski en su célebre obra Crimen y castigo, resultase determinante para endurecer el libre tránsito de personas con todo tipo de trabas como lo quiere el Breivik, tanto en el Espacio Schengen entre los países firmantes, como del exterior, procedentes de otros continentes en proceso de transformación, como el caso del despertar árabe.

Ojalá que “las puertas de Noruega (y de todo el Occidente) sigan abiertas de par en par para los que buscan refugio y oportunidades de trabajo a pesar de la criminal reacción neonazista” (Juan Pellicer, La Jornada, julio 26, p. 25) y que, como lo ha repetido insistentemente el primer ministro de Noruega, Jens Stoltenberg, la respuesta a Breivik sea ¡más democracia!

NOTAS:
* Se reproduce con autorización del autor, publicado en El Universal, el 4 de agosto de 2011