Dinamita para una coalición
Publicado el 07 de diciembre de 2011 Miguel Carbonell, Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM |
Las declaraciones del Presidente Felipe Calderón realizadas durante una entrevista concedida al New York Times han generado un considerable revuelo. El PRI se ha quejado ante el IFE, en la Cámara de Diputados se han cruzado duros reproches entre el propio PRI y el PAN, y la Presidencia se ha visto obligada a sacar al menos un boletín de prensa aclarando el alcance de lo dicho por Calderón. El NY Times, ante la polvareda levantada, tuvo el buen tino de subir la entrevista íntegra en español a su página web.
El ejemplo de este reciente desencuentro (uno más), me permite ilustrar dos cosas, que deben ser tomadas en cuenta si queremos mejor el debate público nacional: la primera es que debe guardarse siempre un cierto grado de cortesía ante el adversario. Se vale acusar al contrincante político de incapaz, de negligente, de opaco, de inepto incluso. Pero si lo llamas narcotraficante lo más seguro es que lo se genere es un profundo desencuentro. Cualquiera de nosotros se levantaría de una mesa de negociación si nos endilgaran tal calificativo. Y con razón.
No es que crea que la política debe ser siempre un encuentro de damas y caballeros perfectamente bien educados, que utilicen en toda ocasión un lenguaje mesurado. Nada de eso. La política puede y debe estar animada por debates encendidos, por posturas encontradas y aún antagónicas. Pero siempre partiendo de la base de quien está enfrente es un adversario, no un delincuente. Con los adversarios se dialoga, se pacta, se intentan encontrar posturas comunes al menos en ciertos temas. Con un delincuente no se puede realizar pacto de ninguna especie (pese a las estrambóticas propuestas de Vicente Fox).
La segunda cuestión que ilustra el diferendo generado por la entrevista del Presidente con el NY Times, es que aunque algunos académicos, políticos y escritores nos hayamos pronunciado recientemente a favor de los gobiernos de coalición, éstos difícilmente podrán prosperar si persisten descalificaciones tan gruesas y contundentes entre los distintos partidos políticos. Las declaraciones de Calderón, bien o mal interpretadas, suponen una carga de dinamita que haría volar cualquier atisbo de coalición que pudiera vislumbrarse en el futuro de México.
Las coaliciones de gobierno pueden funcionar cuando existe una agenda pública convenida entre distintos partidos, para sacar adelante un programa común apoyado tanto en el legislativo como en el ejecutivo por los partidos políticos que la suscriben. Esa agenda común puede tener discrepancias en puntos específicos, desde luego. Pero debe partir de una base elemental: la confianza entre las partes que la avalan.
Y esa confianza no puede nunca darse cuando una le dice a la otra (o al menos lo insinúa) que está fuera de la ley por querer pactar con el narco.
Por otro lado, se produzca o no un gobierno de coalición en el futuro del país, lo cierto es que debemos aprender entre todos a generar acuerdos, a debatir guardando la cordialidad y las buenas formas. No hay más. Estamos en el mismo barco y tenemos por fuerza que entendernos entre nosotros.
En un régimen autoritario o dictatorial se desaparece a los adversarios, se les encarcela o se les hace callar por la fuerza. En una democracia el acuerdo debe ser privilegiado por encima de los intereses partidistas, personales o coyunturales. La convivencia política es obligatoria en una democracia. Cuanto más civilizada sea esa convivencia, mejor no irá a todos.
Si lo anterior es cierto para todo tipo de gobierno, lo es todavía más para aquellos gobiernos cuyo partido no tiene mayoría en las cámaras del Congreso, como ha sido el caso tanto del PRI (desde 1997, cuando todavía gobernaba Ernesto Zedillo) como del PAN desde el año 2000. No hay forma de sacar adelante las leyes, los presupuestos, las propuestas de nombramientos, las grandes reformas constitucionales, si no se llega a acuerdos. Es una convivencia política forzosa, por lo cual deberían todos los actores políticos de hacerla lo más llevadera posible.
Uno de los grandes retos del 2012 va a consistir en confeccionar una agenda común no para los partidos, sino para el país, que es mucho más importante que todos los partidos juntos. La agenda del México del 2012 pasa por debatir el tema de la inseguridad pública, la educación de calidad, el combate efectivo a la corrupción a todos los niveles, el desarrollo de la infraestructura física que necesita el país, la reforma laboral, la transformación de nuestra hacienda pública, la modernización de Pemex y un largo etcétera. No veo otra forma de construir esa agenda tan ambiciosa como necesaria, más que hablando entre todos. Por eso es que las declaraciones de Calderón sobre el pacto del PRI con el narco ayudan más bien en poco y deberían ser evitadas en lo sucesivo.