La formación del abogado ideal en Quintiliano

Publicado el 07 de septiembre de 2012

Marco Antonio Navarro Rivera, Estudiante de la maestría en Derecho, UNAM
marcusdixit@me.com

I. Ideas pedagógicas de Quintiliano, Marco Fabio, Sobre la enseñanza de la Oratoria I-III, traducción de Carlos Gerhard Hortet, México, UNAM, 2006

El autor nos indica desde el inicio de su obra De Institutione Oratoria, en el proemio, cuál es el propósito de su obra, y señala que tal es la educación del orador perfecto.1 Después de exponer las razones que lo han llevado a escribir esta obra y de dedicarla a Marcelo Vitorio como prenda de su mutuo afecto, para que le fueran útiles en la educación de su hijo Geta,2 nos dice que “sit igitur orator vir talis, qualis vere sapiens apellari possit, nec moribus modo perfectus (nam id mea quidem opinione, quamquam sunt qui dissentiant, satis non est, sed etiam scientia et omni facultate dicendi; qualis fortasse nemo adhuc fuerit”.3 Su intención es formar, antes que todo, un hombre bueno que hable bien.

Expone pues Quintiliano en sus XII libros de la Institutio Oratoria lo que considera útil para la formación del orador, mismo que debe tener cualidades innatas, pero que también pueden ser refinadas con el método pedagógico que propone. Quintiliano es optimista al considerar que la educación es el camino para mejorar integralmente al ser humano, pues aun, pese a las diferencias entre uno y otro individuo, ya que uno tendrá mayor o menor éxito que otro, a los dos mejora.4

Concibe Quintiliano la formación del vir bonus dicendi peritus5 como un proceso que inicia desde la tierna edad de un varón. Propone que las nodrizas que cuiden al bebé sean mujeres educadas que hablen correctamente,6 en aras de que el niño, al escucharlas, las imite. En cuanto a los progenitores, también debe procurarse que sean personas educadas,7 lo mismo los pedagogos.8 Lo preciso en estos preceptos, que parecieran muy rudos, es que se le corrijan al menor sus errores de habla inmediatamente, y no se le permita repetirlos.

Es la preferencia de Quintiliano que se inicie al menor en el aprendizaje de la lengua griega, pues el latín es tan común, dice, que lo aprenderá en el habla cotidiano. Sugiere que se le enseñe a leer a los siete años, luego de tres de haber sido formado por las nodrizas.9 En cuanto al proceso de lecto-escritura,10 señala que debe ser algo gradual y continuo.

El calagurritano sugiere que hay mayor utilidad en educar al futuro orador en las escuelas (públicas, a caso) en el contacto cotidiano de las multidudes y a plena luz de los asuntos públicos, pues no puede aprender a solas lo que desempeñará frente a la multitud.11 Al respecto ahondaré más en el siguiente apartado de este reporte de lectura. El orador debe tener un sensum communis, pues.

Destaca de manera impresionante el núcleo y la esencia de la técnica pedagógica de Quintiliano, misma que a mi parecer se concentra en los parágrafos 22 al 29 del segundo apartado del primer libro. En estas líneas Quintiliano describe la manera en que se desarrolla su modelo pedagógico, y resulta verdaderamente sorprendente que, a mi juicio y guardadas las proporciones, es el mismo que derivó en la actual técnica del monitor-facilitador del modelo de enfoque por competencias.

Me explico. Por un lado, Quintiliano concibe al educando como poseedor de conocimientos (los adquiridos de su nodriza, su compañero y su pedagogo) sobre los cuales construirá nuevos saberes, mismos que deberán ser guiados por el maestro, que se convierte en un facilitador de los saberes, y quien ayuda al educando a construir su propio conocimiento. Por otro lado, al hablar de la emulación que hacen los niños entre sí, nos indica que “sicut firmiores inlitteris profectus alit aemulatio, ita incipientibus atque adhuc teneris condiscipulorum quam praectoria iucundior hoc ipso, quod facilior imitatio est”,12 y esto no es más que la herramienta del niño monitor de las técnicas pedagógicas modernas, que es quien alienta a los niños “rezagados” a construir su conocimiento, vía la imitación. Para esto, Quintiliano ilustra esta técnica pedagógica de manera muy bella con una metáfora, diciendo que aquellos que han empezado con los rudimentos “proxima amplectentur magis, ut vites arboribus adplicitae inferiores prius adprendendo ramos in cacumina euadunt”.13

Luego, el resto de la obra, Quintiliano se centra a advertir a los preceptores la manera en que se deben seguir los estudios del futuro orador, y señala que se debe iniciar con la Gramática, una vez que ha aprendido a hablar y a escribir, mismo que se hará en griego y luego en latín, y tendrá como objetivo enseñarle a hablar correctamente y a interpretar a los poetas.14 Enseña en el resto del libro I las reglas de la lengua; en el libro II, se aboca a describir la enseñanza que se debe impartir en la segunda fase de la educación a cargo del maestro de retórica, quien le enseñará la ars rhetorice toda.

Esta formación era destinada al orador, pero no perdamos de vista que en la antigüedad clásica romana el orador era el advocatus, que con su elocuencia acudía a la defensa de sus representados en el foro.

II. La educación pública en Roma

Sobre el tópico de si es más útil educarse en casa o en las escuelas, Quintiliano señala que hay opiniones divididas al respecto, pues hay quienes alaban la educación privada del futuro orador con un preceptor en casa que le enseñe los rudimentos, otro que le enseñe los tópicos de gramática, y otro para que le enseñe propiamente el arte de la retórica, pero todo dentro de las paredes del hogar paterno, sin contacto con el exterior en afán de que no se adquieran los vicios, con el fin de que el preceptor le dedique más tiempo al educando; al respecto dice que los que optan por esta solución aducen que “prior causa prorsus gravis”,15 prefiriendo la vida honesta a la excelencia retórica.

Y es precisamente en este punto donde Quintiliano se decanta por la educación pública, la enseñanza en la escuela, pues es esta la que dotará de excelencia al futuro orador. Señala, refutando la opinión anterior, que los mismos vicios también se adquieren en casa (sed domi quoque), pues se puede tener una inclinación natural al vicio o puede haber condiciones en casa que corrompan la educación, tales como maestros malos o padres mimadores. Por otro lado, también refuta la idea de que el preceptor particular le infundirá más conocimiento.

Una vez refutadas aquellas ideas que desdeñan la educación pública, expone su opinión a favor de la enseñanza pública, diciendo que el futuro orador está llamado a desempeñar una vida pública en contacto con las multitudes, y debe “aduescat iam a tenero non reformidare homines neque illa solitaria et velut umbratili pallascere”.16

Cree que la educación pública es la óptima para estimular la mente del futuro orador en los temas humanos, pues al fin y al cabo el orador humano es, y nada de lo humano le debe ser ajeno, antes bien, debe estar inmiscuido de lleno en la vida gregaria  y participar en los asuntos políticos dando luz con su elocuencia. Sentencia finalmente el autor: “Non esset in rebus humanis eloquentia, si tantum cum singulis loqueremur”.17

III. Valoración personal

La obra de Quintiliano, considerada como una obra monumental y verdadero parteaguas en la manera en que se enseñaba la oratoria en Roma en el siglo I a. C., y hasta bien avanzada la Edad Media, es una de las lumbreras que deberían guiar los pasos que un país en subdesarrollo como el nuestro debe tomar en materia de educación pública.

Sin la menor duda, a través de sus páginas se plasma el plan pedagógico de un verdadero maestro que formó múltiples oradores que dieron rumbo a la Urbs iniciado el primer milenio, a pesar de la decadencia que se vivía en la época en que se compuso y en la que se aplicó como modelo pedagógico en la escuela que tuvo Quintiliano pagada del erario. Las pruebas contundentes de su eficacia operativa están en las páginas de la historia con los hombres ahí formados.

Me parece que la esencia de toda formación que imparta el Estado debe ser la que Quintiliano tenía en mente, formar ciudadanos buenos, que sepan qué es lo bueno y puedan optar por ello en sus decisiones diarias.

Hoy en día, nuestro país padece un déficit de figuras públicas con vocación humanística como los oradores que formó Quintiliano con su método; y si los hay, son vistos por el vulgo como veían a Don Quijote, como un loco, pero que en realidad fue un baluarte en señalar la corrupción y la decadencia de la España del siglo XVI. En estos tiempos posmodernos estamos necesitados de un plan educativo nacional que contemple al ser humano en cuanto tal como el centro nodal de la formación, y no como un mero tecnócrata vendido a los designios de los intereses imperialistas de las empresas trasnacionales, que defiende como perro los intereses de su amo, pero nunca los de la mayoría, de la cual es parte y ni cuenta se ha dado.

Es hora de volver los ojos a los clásicos en esta coyuntura del milenio, tal como lo hiciera José Vasconcelos el siglo pasado, para que con su brillante luz e ingenio nos guíen en el derrotero que debemos tomar en materia educativa como nación. Es hora de volver a la formación de orador al estilo clásico para formar mejores abogados que sirvan a la nación.

NOTAS:
1. Oratorem autm instituimus illum perfectum. Proem., 9.
2. Quod opus, Marcelle Vitori, tibi dicamus, quem cum amicissimum nobis tum eximio litterarum amore flagrantem non propter haec modo, quamquam sint magna..., … sed quod erudiendo Geta tuo, cuius prima aetas manifestum iam ingenii lumen ostendit... Proem., 6.
3. Proem., 18: Sea, pues, el orador un hombre tal que pueda realmente llamarse sabio, y no sólo de costumbres irreprochables (pues en mi opinión, aunque algunos disientan, esto no es suficiente), sino que también debe poseer la ciencia y todas las facultades de la elocuencia hasta tal grado que quizás nadie haya logrado.
4. I, I,3: Concedo; sed plus efficiet aut minus: nemo reperitur, qui sit studio nihil consecutus.
5. XII, 1: Sit ergo nobis orator, quem constituimus, is, qui a M. Catone finitur, vir bonus dicendi peritus.
6. I, I, 4.
7. I, I, 6.
8. I, I, 8.
9. I, I, 15-17.
10. I, I, 32-33.
11. I, II, 1-20.
12. “...así como la emulación alimenta el progreso de  los que ya se encuentran algo avanzados en el estudio de las letras, los principiantes de edad aún tierna prefieren imitar a sus condiscípulos más que a sus maestros, precisamente porque les resulta más fácil”, I, II, 26.
13. “...abrazan con mayor facilidad lo que les es más cercano, como las vides plantadas junto a los árboles empiezan por enlazar las ramas inferiores para elevarse hasta la cima”, I, II, 26.
14. I, IV, 2.
15. I, I, 3.
16. “...debe acostumbrarse desde niño a no temer el contacto con los hombres y a no palidecer, en cierto modo, en la sombra de una vida solitaria”, I,II, 17.
17. “No existiría la elocuencia entre los hombres, si habláramos para uno solo”, I, II, 31