El voto ético: un paradigma complejo

Publicado el 07 de septiembre de 2012

Juvenal Osorio Cuatzo, Estudiante de la maestría en Derecho, UNAM y de la especialidad en Proceso Penal Acusatorio, INACIPE
juvenalo@hotmail.com

El incipiente sistema democrático en México invita a reflexionar sobre su fundamento más básico: la participación ciudadana. Es a través de este elemento que los miembros de una comunidad exteriorizan, protestan y evalúan su relación para con sus autoridades. Indiscutiblemente, una de las piezas claves de la participación ciudadana es el voto, mismo que se ha vuelto objeto de innumerables pugnas de intereses políticos y económicos. Ello, sumando a la desmotivación que originan las prácticas políticas en sí, las instituciones, los partidos políticos y los candidatos, conduce a que el ciudadano desvirtué el verdadero sentido del voto. En esta urgencia de reivindicación del voto, no se trata de elaborar nuevos principios morales o éticos para adaptarlos a la actualidad, sino de adaptar la realidad social a la ética. El presente trabajo tiene como objeto establecer la necesidad de voltear hacia un “voto ético” en la toma de decisiones electorales. Primeramente, se enuncian las diversas concepciones de voto y ética; posteriormente, se unifican los términos para lo que habría de entenderse como “voto ético”; consecuentemente, se propone la viabilidad de este sufragio en un nuevo paradigma, y, finalmente, se presenta una reflexión, a manera de conclusión, que invita al lector a asumir éticamente su próxima expresión.

El voto es un instrumento fundamental en la construcción de una democracia cada vez más participativa e incluyente. Lamentablemente, su valor ha sido menoscabado ante el desencanto de los ciudadanos para con los partidos políticos y sus candidatos, sino es que para la totalidad de la política; situándolo en una crisis que parece no encontrar solución. De ahí que, votar no sólo implica la expresión pública o secreta de una preferencia ante una opción,1 sino un conjunto de elementos que convergen entre sí al momento de elegir. La Constitución Política mexicana, en su artículo 35, establece equívocamente al “voto” como una “prerrogativa”, a pesar que en el ámbito internacional es reconocido como un derecho. En su respectivo numeral 36, fracción III, señala además que éste es una “obligación” de los ciudadanos, dándole incluso lun carácter moral, cuando también lo es jurídico. La misma Constitución caracteriza al voto como un sufragio, artículo 41, fracción I, el cual debe ser “universal, libre, secreto y directo”. Imer B. Flores2 describe estas características mencionando que el voto es universal pues todos los ciudadanos tienen el derecho y, por tanto, la obligación de votar; por lo que a nadie se le puede coartar este derecho, salvo en los casos de suspensión de derechos políticos. El voto es libre, siendo que el ciudadano tiene el derecho de votar conforme a sus propias convicciones y creencias. Es secreto, ya que todo ciudadano tiene el derecho de votar en el anonimato, salvo que decida hacerlo del conocimiento público en el ejercicio de su libertad de expresión. Un voto es directo, toda vez que el ciudadano tiene el derecho de ejercer su voto por sí mismo, sin poder delegar su ejercicio a un tercero. Plantea, entonces, que al votar y elegir a sus representantes los ciudadanos contribuyen a la configuración de la representación nacional.3 Ahora bien, es posible identificar diversos tipos o clases de votos, mismos que se vinculan con una “voz”; es decir, al ejercer el derecho a votar se ejerce también la libertad de expresión —el ciudadano hace escuchar su voz—.4 De esta forma, autores como Imer B. Flores y Alfonso Zárate hacen una distinción entre “voto razonado”, “voto de castigo”, “voto útil”, “voto nulo”, entre otros,5 como las motivaciones que habrán de expresarse frente a las urnas. No obstante, sólo Zárate diferencia al “voto ético”, que sin más aclaraciones, lo refiere como votar por el proyecto, partido político o candidato que más se acerque a los valores del elector, a sabiendas de que no ganará.6 En los párrafos siguientes se enunciará la limitación de este primer concepto ofrecido por Zárate, analizando para ello la complejidad de la ética.

Por otro lado, Edgar Morin –en su obra El Método VI7—  establece que la ética se manifiesta como una exigencia moral, cuyo imperativo deviene de una fuente interior al individuo, el cual siente en su ánimo la presión de un deber. Proviene a su vez de una fuente exterior (el imprinting8), misma que es ofrecida por las creencias, la cultura y las normas de una comunidad. Asume también que hay una tercera fuente anterior, que proviene de la organización viviente, transmitida genéticamente. Estas tres fuentes correlacionadas son lo que el mismo autor señala como la trinidad humana (individuo-sociedad-especie). A ésta primera concepción de ética habrá de sumársele la autoafirmación del individuo que, por un lado, comporta un principio de exclusión, el cual asegura la identidad singular del individuo, y por el otro, un principio de inclusión, que inscribe el Yo en relación con los demás. Entonces, en cada sujeto existe un doble dispositivo lógico; uno que comprende su propio individualismo y otro que lo inserta a un Nosotros. Es decir, en el primero se fortalece el egocentrismo y en el segundo al altruismo. La conciencia individual (tanto intelectual como moral) aparece cuando existe una brecha entre ambos principios. Por ello, en cualquier relación con la ética se debe percibir al acto moral como un acto individual de religación. De ahí que, prevalecerá siempre una religación constante entre dicha relación trinitaria, a pesar de sus antagonismos. Para fundamentar esto, el autor advierte la necesidad de asumir a la ética en su total complejidad, partiendo de que en el sujeto convergen y debe prevalecer la religación y regeneración de la autoética, la socioética y la antropoética. No obstante, el propio Morin advierte una crisis sistemática existente entre la relación trinitaria individuo/sociedad/especie, misma que ha originado, en la ética, una complejidad cada vez más extenuante y que es producto de las múltiples diversidades y autonomías individuales, así como las dislocaciones presentes en una sociedad autónoma. Esta crisis, sus consecuencias y las propuestas que ofrece Morin al respecto, serán analizadas bajo el estudio del “voto ético” a continuación.

Una vez descritos los conceptos de “voto” y “ética” vale preguntarse ¿cómo se vincula la ética con el voto?, ¿por qué resulta necesario hacer esta vinculación?, y así responder a ¿qué es el “voto ético” y cómo funciona? Ya se ha advertido que tanto la ética como el voto se encuentran en crisis. Una crisis que tiene, como habría de esperarse, una causa demasiado similar: el desarrollo del individualismo alentado por una autonomía social. Por un lado, el surgimiento sin límite de la autonomía individual produjo, en la ética, una primacía en el sujeto del egocentrismo sobre el altruismo y, en el voto, una primacía del interés personal sobre el colectivo. Por el otro lado, la autonomía social ha producido, en la ética, una emancipación total de la política, la economía, la ciencia y las artes, y, en el voto, una ruptura entre la democracia, los partidos políticos, sus candidatos y el ciudadano. En otras palabras, tanto en la ética como en el voto, a la persona le preocupaba más la consagración de su propio beneficio que el establecimiento de un fin colectivo. De ahí que, los fundamentos de la ética y el voto se encuentren también en serias dificultades, los cuales han sido superados por el acrecentado deterioro del tejido social en numerosos dominios. Principalmente, en ambos casos sucede que el nihilismo se ha apoderado del sujeto y la comunidad, desarrollando así la negación a toda creencia. Un primer acercamiento hacia una solución plantea volver a las fuentes de la ética y a las fuentes del voto. Regenerar en la primera sus fuentes de responsabilidad y solidaridad, regenerar en la segunda sus fuentes integración y participación. Lo antes expuesto obliga a tomar conciencia de que efectivamente se está inmerso en una complejidad. En el mismo sentido, cuanto más consciente se esté de la existencia de una complejidad, resulta más efectivo comprender la necesidad de religar.

En efecto, las decisiones que se toman en la ética y en el voto se caracterizan por su incertidumbre. En la ética de Morin, la intención moral procura considerar las consecuencias de sus actos, aun cuando la dificultad de preverlas persiste.9 Exactamente igual es el caso del voto, se deposita en una urna la confianza a determinado candidato o partido político, sin saber siquiera, si éste o aquel cumplirán o no con lo que motivó a elegirlos. Sucede que en la ética y en el voto las decisiones deben basarse en una estrategia, en una apuesta, por qué nunca se tendrá claro —por lo menos en un largo plazo— cuáles serán los verdaderos efectos de dicha determinación. ¿Por qué no es posible tener el control absoluto de los actos? La ecología de la acción10 ofrece una clara respuesta. Es evidente que al tomar una decisión en ética y en el voto, surge primero el diálogo interno con uno mismo. En esta primera fase es posible tener el control y discernir entre las opciones —contradictorias—. Sin embargo, una vez que la decisión es exteriorizada materialmente, ésta escapa de la voluntad del autor en la medida en que se ve rodeada por las influencias del contexto en que se desenvuelve. Los efectos de las acciones no dependen sólo de las intenciones de sus autores, sino de las condiciones del medio en que se despliegan.11 En consecuencia, una vez exteriorizada la acción, podrán suponerse sus efectos a un corto plazo, pero a largo término son impredecibles. Quienes en 2006 votaron por Felipe Calderón, jamás previeron que su planteamiento de “fortalecimiento a la seguridad” implicaría con el paso del tiempo una violencia devastadora.

Ocurre a menudo que en la ética y el voto aparecen para cada cual dos imperativos contradictorios igualmente potentes, un conflicto entre dos deberes. En el caso de la ética, Morin señala que a fuerza de sacrificar lo esencial por la urgencia, se acaba por olvidar la urgencia de lo esencial.12 Es decir, en múltiples ocasiones surge un aprieto al tener que decidir sobre una situación no prevista pero que resulta urgente, lo que desvirtúa el camino que se ha trazado en la búsqueda de un determinado objetivo. Así pasa en el voto cuando llegado el día de la elección y estando dentro de la mampara para tachar un candidato de la boleta, sin estar plenamente convencido sobre las opciones o aun estándolo, se termina eligiendo aquel candidato o partido político que por la urgencia de emitir un voto resulte el “menos peor”. Dado que tanto en la ética como en el voto, va implícito un discernir entre el bien o el mal y entre el mejor o el peor, respectivamente, es imprescindible que el sujeto esté atento de la self-deception13 o autoengaño y la autojustificación que prevalecen en el individualismo; mismos que ciegan al sujeto y lo hacen caer en la falsa ilusión interior de creer que obedece a la exigencia ética más alta cuando en realidad se obra en favor de la moralina. En estos casos se conduce a la descalificación y a la reducción de lo que tenga más bajo el prójimo. Cuántas veces sucede que durante la formación del voto la presencia de la moralina ha limitado al votante abrir su mente a las opciones, quien no se percata que su decisión se ha visto ya opacada. Hasta ahora fueron descritos los vínculos indispensables para comprender las similitudes entre el voto y la ética. Ciertamente, el lector podrá rescatar algunos elementos más, empero, resultan suficientes los antes descritos para justificar la tesis que se plantea en este trabajo.

Es oportuno ahora, dar contestación a la segunda pregunta planteada en párrafos anteriores, ¿por qué resulta necesario hacer esta vinculación (voto-ética)? La respuesta parece sencilla: si se entiende que la ética y el voto se complementan —religan— una a otro, se estará en la posibilidad de asumir la complejidad del “voto ético” y, por ende, se vislumbrará en el elector la inquietud de regenerar un voto cada vez más consciente. ¿Qué quiere decir esto? Dos cosas: a) tan necesaria es una ética en el voto, como tan indispensable es el voto en la ética, y b) que afortunadamente, existen respuestas a las incertidumbres que plantean las crisis de la ética y el voto. En el primer supuesto, la ética y el voto trabajan conjuntamente para religarse y regenerarse; es decir, se establecen límites y fijan sus alcances mutuos. En el segundo caso, el ejercicio unísono de la ética y el voto disminuirá, junto a la práctica del autoexamen y la elección reflexionada, cualquier incongruencia que pareciera al vincular ambos conceptos. Se trata de, como dijo Pascal, “trabajar por el bien pensar, ése es el principio de la moral”,14 un vínculo entre el saber y el deber. Forjar un pensamiento complejo que, de la unión entre ética y voto, conduzca a la responsabilidad y la solidaridad.

Si bien es cierto que del debate entre ética y política se advierte que son conceptos que persiguen objetivos antagónicos, también lo es que ambos son términos complementarios y concurrentes. No es menester de este ensayo establecer la relación ética-política, pues ello implica un tratado paralelo, sin embargo, este breve acercamiento justifica por qué el voto, al formar parte de la esencia política, lleva inherentemente una relación ética.

Toca el turno de responder a la tercera pregunta hecha con antelación y que constituye el fundamento central de este trabajo, ¿qué es el “voto ético” y cómo funciona? En este sentido, se asimilarán el concepto de auto-ética, planteado por Morin; de tal forma que, al finalizar el análisis de dicha noción podrá el lector inferir la contestación a esta interrogante. Cabe aclarar que, después de los razonamientos vertidos con anticipación es posible converger ya los términos ética y voto en un solo concepto: “voto ético”.

Para comprender la naturaleza del “voto ético”, es indispensable saber que ésta parte de la asimilación de la auto-ética.15 La auto-ética se forma en el nivel de la autonomía individual, pero debe imponerse a las manifestaciones de la individualización. Una auto-ética requiere la consolidación de una cultura psíquica a través del autoexamen y la autocrítica. Constituye un ejercicio permanente de autoobservación por el que el elector debe elaborar un punto de vista que le permita objetivarse, un autoexamen. Consecuentemente, al autoexamen debe realizársele una autocrítica, que implica una lucha fundamental contra la autojustifiación y el autoengaño. Entonces, un “voto ético” es aquel que a través de un ejercicio de introspección permita al votante poder adentrarse a la compresión de su propio ser. En otros términos, un “voto ético” inicia desde el momento en que el votante realiza un autoexamen sobre su persona, haciendo una introspección de la que pueda concluir cuáles son sus principales ideales y hacia dónde se dirigen. Le permite conocerse a sí mismo y poder establecer cuáles son sus intereses, virtudes y limitantes. Una vez realizado su autoexamen, el elector deberá autocriticar los resultados obtenidos; cerrándole con ello la puerta al egocentrismo y abriéndosela al prójimo. Se trata entonces de un ejercicio reflexivo que fortalece la cultura psíquica y, por lo tanto, producirá en el votante la apertura a las apuestas y multiplicará su capacidad para descifrar las diversas alternativas (llámense candidatos o partidos políticos).

La auto-ética es a su vez honor y responsabilidad. En este sentido, el “voto ético” se ve enriquecido por el honor, pues motiva al elector a asumir sus propias decisiones y pensamientos —característica de libertad en el sufragio—, y no aquellos que se le intentan imponer por manipulación o coerción. Es hacer frente a las decisiones propias, sin dejarlas menoscabar por intereses ajenos. La responsabilidad implica que el votante se haga responsable de sus propias acciones y lo ubica en el plano de una comunidad a la que deberá allegarse para enriquecer sus opciones. El ejercicio de su voto trascenderá en la sociedad.

El “voto ético” es religación permanente entre el egocentrismo y el altruismo. Esta clase de voto (como cualquier otro) es unipersonal, pues surge de la decisión interna del sujeto mismo. La gran diferencia está en que esta decisión deberá tomarse con base en el análisis auto-ético descrito anteriormente, de tal forma que se reprime el egocentrismo que caracteriza al individualismo y, al exteriorizarse la decisión,  se da pauta al altruismo. El altruismo implica considerar que el voto tendrá un resultado inherente en la comunidad. Esto quiere decir que, el “voto ético” comprende una dialógica entre el Yo y el Nosotros. Lo que es igual, para hacer uso del “voto ético” es indispensable analizar, primero, la postura propia del sujeto, segundo, confrontarla con la postura de la comunidad y, subsecuentemente, reflexionar sobre la postura de la comunidad para enriquecer la propia.

El “voto ético”, además de apertura, también es respeto y tolerancia hacia los otros. Esto significa que, con el fortalecimiento de la cultura psíquica se está habilitando al elector para que tenga la capacidad de abrirse a la comunidad, se fraternice y solidarice, logrando que se dé cuenta que existen más opciones de las que puede elegir. No obstante, lleva consigo la necesidad de guardar respeto y tolerancia a las diferentes apuestas que se le presentan, eliminando en todo momento el nihilismo, así como evitando juzgar a las diversas apuestas con una moralina. Si bien es una actividad que resulta complicada, pues en la mayoría de los casos se encontrarán alternativas divergentes, es precisamente este ejercicio el que sustenta a la naturaleza misma de la democracia. Los principios de la democracia se ven fortalecidos al nutrirse de opiniones antagónicas o contradictorias, siempre en el marco de respeto y la tolerancia. Así, el “voto ético” no es ni fanático ni idólatra. Esto obliga al elector a juzgar a los partidos políticos y sus candidatos no por el egocentrismo que en él impera, sino por las cualidades que encuentre en cada uno de ellos al compararlos los unos a los otros. Estará, entonces, habilitado para comprender tres aspectos fundamentales: la complejidad de sí mismo, la complejidad del “voto ético” y la complejidad de los contextos. Sucede que el sujeto aleja de sí la apatía y la indiferencia que, como un virus, se esparcen y reproducen perjudicando el interés ciudadano.

Todo parece indicar la idoneidad de plantear al “voto ético” como un paradigma cuando se trate de elegir a los representantes políticos en una elección. Thomas S. Kuhn —en su obra intitulada La estructura de las revoluciones científicas16—, adaptó el concepto paradigma para referirse al conjunto de prácticas que definen una disciplina científica durante un periodo específico de tiempo. En ausencia de algún paradigma o de algún candidato a paradigma, es probable que parezcan igualmente relevantes todos los hechos que podrían corresponder al desarrollo de una ciencia dada. Razón suficiente para determinar que para ser aceptada como paradigma, una teoría debe parecer mejor que sus competidoras, pero no tiene por qué explicar todos los hechos a los que se enfrenta y de hecho nunca lo hace. El nuevo paradigma entraña una nueva y más rígida definición del campo. Los paradigmas alcanzan su posición porque tienen más éxito que sus competidores a la hora de resolver unos cuantos problemas que el grupo de científicos practicantes consideran urgentes. El éxito de un paradigma en sus momentos iniciales consiste en gran medida en una promesa de éxitos detectable en ejemplos seleccionados y aún incompletos.

Kuhn está considerado, comenta Luz Araceli González, como el autor clásico y obligado para abordar este tema, pues precisa el concepto de paradigma para convertirlo en la base del debate paradigmático contemporáneo. González afirma que Kuhn se ha valido del término paradigma en dos sentidos distintos. Por una parte, significa toda la constelación de creencias, valores, técnicas, etcétera, que comporten los miembros de una comunidad dada. Por otra parte, se refiere más a lo que se puede llamar una matriz disciplinaria, es decir, un conjunto de supuestos epistemológicos fundamentales, a partir de los cuales una comunidad científica determinada explica el mundo o la parte del universo que les interesa.17 Está claro que nuestra época atraviesa un cambio de paradigmas. Un nuevo paradigma no es más verdadero que el anterior, sino simplemente más explicativo. De ahí que, el “voto ético” se convierte en un paradigma vigente y latente, por encima de los demás tipos de votos que en la práctica y teoría se han incentivado.

Finalmente, compete al lector hacer valer los postulados planteados en este trabajo, pues, evidentemente, el “voto ético” es una determinación exclusiva del sujeto. Claro está que el “voto ético” no es la única solución al incipiente sistema democrático mexicano. Como se ha expuesto, existen innumerables cuestiones ajenas a la propia persona, presentes en el contexto social, que hacen inciertas sus decisiones a largo plazo. Lo que sí es posible es afirmar que con el uso sistemático del “voto ético” por el ciudadano, habrá mayor acercamiento a los principios rectores del sistema democrático. El “voto ético” garantiza una mejor toma de decisiones y, paralelamente, la apertura a los grandes temas. Parafraseando el imperativo categórico de Kant, vota sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en sufragio universal. Corresponde entonces a las autoridades, a los partidos políticos, a los candidatos, pero sobre todo a los ciudadanos promover, adentrarse y transitar hacia a una cultura del “voto ético”, máxime de cara a los próximos comicios de 2012 cuando millones de mexicanos salgan nuevamente a votar.

NOTAS:
1. “Voto”, Diccionario de la Lengua Española, 22a. ed., Madrid, Real Academia Española, 2010
2. Flores Mendoza, Imer B., “El problema del “voto nulo” y del “voto en blanco”. A propósito del derecho a votar (vis-à-vis libertad de expresión) y del movimiento anulacionista”, en Ackerman, John, M. (coord.), Elecciones 2012: en busca de equidad y legalidad, México, IIJ-UNAM, 2011..
3. Ibidem, p. 155.
4. Idem.
5. Véase, Flores Mendoza, Imer B., op. cit., nota 3, y Zárate, Alfonso, “Diez formas de votar”, El Universal, México, 02 de julio de 2009, disponible en: www.eluniversal.com.mx/editoriales/44735.html
6. Zárate, Alfonso, op. cit., nota 6.
7. Morin, Edgar, El Método VI, España, Ediciones Cátedra, 2006.
8. Ibidem, p. 231.
9. Ibidem, 46.
10. Ibidem, 230.
11. Ibidem, 47.
12. Ibidem, 56.
13. Ibidem, 235.
14. Ibidem, p. 67, citado por Edgar Morin.
15. Ibidem, pp. 97-160.
16. Kuhn, Thomas S., La estructura de las revoluciones científicas, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 70.
17. González, Luz Araceli, “Crisis o continuidad paradigmática”, en Zeraoui, Zidane (comp.), Modernidad y posmodernidad, México, Editorial Noriega, 2000