Raíces indígenas de las ofrendas a los difuntos

Publicado el 01 de noviembre de 2012

Adriana Berrueco García, Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM

En el siglo XV la civilización mexica o azteca había logrado un pleno desarrollo político, cultural y militar, razón por la cual los mexicas sojuzgaban a una buena parte de los pueblos indígenas de lo que hoy es México, por ello las prácticas culturales y la cosmovisión del “pueblo del sol” predominaban en las comunidades autóctonas a la llegada de los españoles. Gracias a los testimonios documentales (como códices y las crónicas de los frailes) que se han conservado hasta nuestros días conocemos las creencias religiosas de los aztecas en torno a la muerte, así como las ceremonias que realizaban las familias en honor a sus difuntos, mismas que tienen un enorme parecido con las que actualmente  hacemos en diversas regiones de México, específicamente los altares u ofrendas y sus componentes. También son similares las fechas en que los mexicas y los españoles realizaban su homenaje a los muertos.

Los mexicas practicaban una religión politeísta, Mictlantecuhtli era el dios al que genéricamente se asociaba con la muerte, por ello le llamaban el “Señor de los muertos”, esta deidad gobernaba el Mictlán que era la morada de los desaparecidos. Aunque como bien explicó el maestro Alfonso Caso, en la cosmovisión azteca el destino de las almas estaba determinado por la forma en que morían, no por la vida que habían llevado. Por esa causa las almas de los difuntos podían habitar lugares distintos al Mictlán.

De tal suerte que los guerreros muertos en combate o en la piedra de los sacrificios moraban en el Tonatiuhichan (casa del sol); en tanto las mujeres muertas en parto vivían en el Cincalco o casa del maíz, y quienes fallecían ahogados, por rayo o por enfermedades asociadas con el agua, habitaban en el Tlalocan, paraíso del dios Tláloc. Entonces, sólo quienes no fallecían en las condiciones antes señaladas tenían como destino final el Mictlán.

Los mexicas pensaban, en relación con la periodicidad y contenido de las celebraciones mortuorias, que las almas de los muertos tenían que pasar por nueve lugares antes de llegar al destino definitivo, lo cual realizaban en el lapso de cuatro años, esta creencia determinaba que las ceremonias mortuorias que hoy llamamos día de muertos, se efectuaran durante cuatro años consecutivos. Los mexicas acostumbraban la cremación de los cadáveres; las cenizas eran colocadas en una urna que enterraban en algún aposento de la casa. En ese lugar los familiares hacían ofrendas a los difuntos a los 80 días de su fallecimiento y una al cumplirse el año de la desaparición, hasta completar los cuatro años que duraba el viaje a la morada final.

De lo anterior se desprende que cada familia realizaba las ofrendas y demás ritos mortuorios de acuerdo con la fecha de desaparición de cada individuo. Lo cual no evitaba que todos los integrantes de la sociedad azteca tomaran parte de las conmemoraciones hechas a nivel general a todos los difuntos. Según don Miguel León Portilla, los mexicas, y una buena parte de los pueblos mesoamericanos, contaban con dos calendarios, el que regía las fiestas relacionadas con la muerte dividía el tiempo en 18 meses de veinte días cada uno. De esos 18 meses los indígenas dedicaban siete festividades mensuales a los muertos, una de ellas coincidía con la celebración católica española de Todos los Santos y Fieles Difuntos, según las crónicas de frailes, como Diego Durán, en el mes Quecholli tenía lugar la ceremonia más importante dedicada a los muertos por los indígenas, esas festividades se realizaban del 20 de octubre al 8 de noviembre. Esta coincidencia entre los calendarios europeo e indígena quizá fue la causa de que las poblaciones evangelizadas aceptaran de buen grado la festividad española a los muertos, y tal vez por ello también se ha preservado hasta la actualidad esta expresión cultural de los pueblos originarios de México.

En cuanto al contenido de las ofrendas, éste básicamente se integraba de incienso para el sahumerio, mantas, vestidos  y de alimentos elaborados con maíz como los tamales, así como frutas, y de flores, cuando la fiesta se realizaba entre octubre y noviembre se utilizaba la flor de cempoalxúchitl. En el caso de los ritos mortuorios que coincidían con el ciclo agrícola de recolección se obsequiaba pinole diluido en agua. El papel tenía demasiada relevancia en el culto a los muertos que realizaban los indígenas, porque al amortajar los cadáveres se les incluía una dotación de papel que les serviría como una especie de salvoconducto en el recorrido que el ánima realizaba para llegar a su morada final; por dicha causa en los festejos a los muertos también se incluían papeles en las ofrendas, pues no debe olvidarse que los papeles eran atributo característico del atuendo del dios Mictlantecuhtli (la imagen de esta deidad aparece en varios códices como el Borbónico y el Borgia). Algunos cronistas españoles narran que los indígenas incorporaban en los altares u ofrendas, algún elemento simbólico como ídolos u otro objeto que hacía las veces de retrato del difunto. Como puede apreciarse, la mayor parte de estos objetos materiales y su simbología perviven en nuestros altares a los muertos.