La vuelta a España de Chavela Vargas

Publicado el 11 de abril de 2013

Beatriz Bernal Gómez
Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
betiberg@yahoo.es

Mucho se ha escrito sobre Chavela Vargas desde su fallecimiento en agosto pasado. Yo, como homenaje, quiero añadir algo más; algo que viví en persona junto a ella,  lo que yo llamo la “segunda vuelta”  de la actriz  a España después de su extraña desaparición por más de dos décadas Comienzo.

Corría el año de 1991 cuando, en un sofá verde y dorado de los amplios salones del hotel Felipe II en El Escorial, una de las sedes de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense de Madrid, platicábamos Juan Sierra y yo. El tema,  lo bonito que sería invitar el siguiente año a una de las grandes cantantes iberoamericanas a la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América; o del Encuentro entre Dos Mundos, como eufemísticamente decidieron llamarlo para no ofender a los naturales del Nuevo Mundo.

Sierra, que en paz descanse, fungía por esas fechas como encargado de los eventos culturales de los cursos. Yo organizaba las tertulias de los destacados intelectuales y artistas que nos visitaban cada verano. Después de repasar nombres afamados de cantantes latinoamericanas se me ocurrió proponer a la mexicana Chavela Vargas. “Sería estupendo -me dijo Sierra- pero creo que está muerta”. “Pues no –le contesté-, acabo de verla actuando en El Hábito, un centro bohemio en el barrio de Coyoacán”. A mi interlocutor le brillaron los ojitos, la había oído cantar en Madrid en sus años mozos antes de su extraña y larga desaparición. Quedamos en que yo la buscaría a mi regreso a México e intentaría convencerla de que aceptara nuestra invitación.

A pesar de que el nombre de Chavela Vargas va unido indisolublemente al de México, porque se sintió y se nacionalizó mexicana, y aquí vivió por casi ocho décadas hasta su fallecimiento en agosto de 2012, lo cierto es que originariamente era de Costa Rica, donde nació en abril de 1919. A los 17 años se trasladó a la capital azteca donde conoció, se hizo amiga y compartió parrandas, nada más y nada menos que con el más grande compositor de rancheras, José Alfredo Jiménez. Sí, ese, el de  “…Y yo sigo siendo el Rey”. Tanto, que cuentan que cuando este falleció, Chavela se desplomó cantando y llorando borracha en su velorio. No me extraña, yo fui testigo de la caída  de la tarima donde cantaba en los años sesenta, en el bar del Hotel Regis, hoy desaparecido por el terremoto de 1985. Es que yo, con un grupo de amigos españoles transterrados  después de la guerra civil, la seguí desde mi llegada a México en 1962. Vamos, como ahora se dice, era “su fan”.

Como cantante de rancheras, Chavela Vargas se caracterizó por su voz ronca, estilo desgarrado y una gran emotividad, que se ajustaban perfectamente a las canciones de amor y desamor (canciones “de ardidos”, dicen en México) compuestas por José Alfredo. Ataviada siempre con sus rebozos y ruanas, Chavela y su guitarra llenaban toda la escena, al transmitir sus sentimientos a un público, entonces un poco elitista, pero muy entregado. Tuve el privilegio en varias ocasiones de verla interpretar: “La llorona”, “Piensa en mí”, “Macorina”, “Paloma Negra” y otras muchas tonadas, y puedo asegurar que las bordaba como nadie. 

Como persona fue siempre una contestataria. Vestida de hombre, tapada con su gabán rojo, en su primera época la chamana fumaba puros, bebía hasta caerse y llevaba pistola. Respondía siempre con sinceridad y arrojo a las entrevistas que le hacían sin dejarse intimidar. Recuerdo una en que le preguntaron, después de un viaje a Cuba, si había hablado con Fidel Castro y contestó que ella no habla con quien no escucha. Sin embargo no fue hasta los 81 años, en Colombia,  que declaró abiertamente que era lesbiana.

Sus últimos álbumes fueron: Por mi culpa donde compartió voces, entre otros cantantes,  con sus grandes amigas Lila Down y Eugenia León.  Y su disco-libro Luna Grande en homenaje a Federico García Lorca, donde fraseó bellos poemas del poeta y dramaturgo español en compañía de Eugenia, la cantante española Martirio y Laura, la sobrina del autor. Esto acontecía en 2012, en Bellas Artes de México, según la cantante, el escenario cultural y artístico  más importante del mundo.

Ese mismo año Chavela viajó a España para presentar su obra en la Residencia de Estudiantes, refugio de intelectuales y artistas, y lugar emblemático del Madrid anterior a la guerra civil. Esa casa que en distintos  momentos históricos fue tanto la de Federico como la de ella. Fue su última presentación en público. Días después enfermó, o se agotó, regresó a México y murió el domingo 5 de agosto de 2012, con 93 años a cuestas.

Muchos fueron los homenajes que se le brindaron después de su muerte; los más importantes, el del 6 de agosto en la famosa Plaza Garibaldi, templo de la música vernácula mexicana, acompañada por varios  Mariachis y por una enorme cantidad de cantantes, amigos y seguidores de La Chamana. Y sobre todo, el del martes 13, de cuerpo presente, en el Palacio de Bellas Artes.  Antes, en 2009, cuando cumplió 90 años de edad, había recibido el homenaje del Gobierno de la Ciudad de México que la nombró “Ciudadana distinguida”. Y había sido incluida, en 2010, como una de los cien inmigrantes más notables del país en un libro publicado por el Centro de Estudios Migratorios del Instituto Nacional de Migración. Eso y más, mucho más  mereció de su Patria Grande, México, esa maravilla de intérprete de la canción ranchera, que el mundo conoció como  Chavela Vargas.