En busca de Joaquín Hernández Galicia (a) La Quina (1922-2013)
Publicado el 28 de enero de 2014 Alfonso Guillén Vicente Departamento Académico de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Profesor-Investigador de Tiempo Completo. Impartió la asignatura de Bienes Públicos de 2011 a 2013 aguillenvic@gmail.com |
El lunes 11 de noviembre, temprano, me enteré del fallecimiento del otrora poderoso líder de los petroleros, allá en Tampico, Tamaulipas. Curiosamente falleció en la Beneficencia Española y no en el Hospital de PEMEX.
Leí en la prensa del día las notas sobre sus conflictos con el presidente de la Madrid y con la candidatura de Carlos Salinas de Gortari. Y escuché en la radio las reflexiones de Héctor Aguilar Camín sobre el significado del cacicazgo del finado dirigente sindical.
Por coincidencias de la vida, me tocó conocer el mundo forjado por Joaquín –así conocido por allegados y conocidos- allá en Ciudad Madero, Tamaulipas y poblaciones circunvecinas. Era una época muy distinta a esos duros años que le cayeron a La Quina después del 10 de enero de 1989, y desde luego, a estas épocas recientes, donde la hermosa tierra tamaulipeca penosamente ha visto cumplir esa estrofa de su himno que reza: “Viva Tamaulipas, altiva y heroica, que en las horas aciagas dio su sangre y su vida”.
Creí entender que se había encumbrado a la dirigencia nacional del sindicato petrolero a raíz de un recambio operado por el Ejecutivo Federal en el sexenio lopezmateísta, para sustituir al cacicazgo asentado en Poza Rica, Veracruz.
Si mal no recuerdo, era tornero en la Refinería Madero y nunca renegó de sus orígenes y de sus lazos familiares. Escuché, por igual, comentarios sobre compañeros de escuela cuyos padres habían padecido a causa de su poder, y a aquellas y aquellos que destacaban su sencillez y frugalidad. Y lo vi despachar asuntos de todo tipo, en camiseta y chanclas, en su residencia de la colonia Unidad Nacional, en una población maderense que vivía apacible bajo su ojo avisor.
Su estilo de vida era opuesto a los excesos y desplantes de algunos de sus subordinados, como el otrora famoso Salvador Barragán Camacho, aquel enjoyado líder sindical que generó la leyenda de haber perdido medio millón de dólares un 15 de Septiembre en Las Vegas, sólo en la mesa del baccarat. Desafortunada apuesta que habría saldado con fajos de billetes salidos de una maleta.
Desde otra óptica distinta al bosquejo del personaje que Héctor Aguilar Camín dibujó en su novela, “Morir en el Golfo”, quiero sumar, al haber de La Quina, el emporio que construyó en su Ciudad Madero, con el gran supermercado –la “Tienda de Consumo”- de la Sección 1 del STPRM; la granja de patos, destinada a cambiar los hábitos alimenticios de los petroleros; y aquel hotel que era bañado por la playa Miramar. Todo ello gracias al trabajo gratuito que entregaban –gustosos unos y fastidiados otros- todos aquellos que aspiraban a un contrato eventual en PEMEX. Sí amigos, era la tan traída y llevada “militancia”. Esa que fue definida en una barda de la vecina población de Ébano, SLP: “La militancia es una forma de esclavitud”.
Se fue un líder que marcó una época en el Golfo de México, y con seguridad, la vida de muchas familias, las de los petroleros. Y parafraseando la novela, en su última voluntad no sólo quiso Morir en el Golfo… deseó permanecer en él con sus cenizas.
En el recuento del personaje, aparece su estilo paternalista, ese que le ganó muchos afectos. Supe que hasta fungía como “juez civil” en el arreglo de las desavenencias conyugales de sus tutelados. Pero también se contaban historias del trato despiadado que dispensaba a quienes consideraban que lo que sucedía en la empresa paraestatal y en su sindicato tenía que discutirse y ventilarse entre todos los afectados.
Si su caída tuvo que ver con su apoyo a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, o con su inconformidad con la cancelación de algunas de las prebendas que obtenía el sindicato petrolero en diversas obras y servicios de la empresa, no lo sé. Es muy posible.
Puedo asegurar que enfrentó directa y personalmente al presidente Miguel de la Madrid Hurtado. Y que la prisión que sufrió provocó fuertes reacciones en el gremio petrolero que fueron derrotadas con amenazas de levantar actas de abandono de empleo.
Personalmente, no creo que la soberbia lo haya llevado a desafiar a Salinas. No era su estilo. Más bien considero que su gallo para la Presidencia de la República era otro, y que sabía que las políticas públicas que se implantaban significaban, inexorablemente, su desgracia.