“México tiene una sofisticada cultura política”*

Publicado el 10 de marzo de 2014

John Ackerman
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
@JohnMAckerman
ackerman@unam.mx
www.johnackerman.blogspot.com

Los medios de comunicación dentro y fuera de México silencian los movimientos sociales que, como en España y en otros lugares del mundo, buscan dotar de contenido a una democracia que consideran vacía. El bombardeo de noticias sobre violencia, sobre la captura de tal o cual capo del narcotráfico o sobre la negativa del futbolista Carlos Vela a ir con su selección al mundial eclipsa el trabajo de ciudadanos como John Ackerman.

Este profesor doctor de Ciencias Políticas, investigador y analista no sólo desarrolla su actividad en las aulas o dentro de un despacho. Su contacto con “la calle” se nota en la fuerza con la que promueve nuevas formas de participación social cuando la clase política en México ha perdido legitimidad de ejercicio y que, desde su punto de vista, merece ser expulsada de sus cargos públicos. Las nuevas fórmulas de hacer política que propone se plasman en el Congreso Popular, un espacio de expresión, de diálogo y de debate que ha tomado forma en las últimas semanas para  ganar espacio público al margen de los partidos políticos.

No hay rastro de su origen cuando escribe para Proceso, La Jornada y otros medios de comunicación en español considerados de izquierdas, además de grandes medios internacionales. No todos los días se conoce a un “born and raised American” que se declare 100% mexicano, que mantenga una postura crítica con la democracia estadounidense, la mexicana y de los países occidentales en general.

El primer contacto para nuestra entrevista se produce en una plaza de México D.F. Ackerman nació y pasó su adolescencia en Estados Unidos. Hablamos hasta que sus hijas bajan del autobús que las trajo del colegio y se produce la despedida con una promesa: mantener el contacto. Promesa cumplida con este segundo encuentro por Skype.

Usted nació en Estados Unidos pero habla como hablaría un analista mexicano. ¿Tiene doble nacionalidad?

Nací en Estados Unidos, donde viví mi infancia y mi adolescencia, pero me nacionalicé mexicano hace unos veinte años. Mi patria es la patria mexicana. Tengo amigos, familia y mucho cariño al pueblo estadounidense. Me parece valiosa y valiente su historia. Pero el gobierno de Estados Unidos me parece profundamente antipopular, antidemocrático. El gobierno de Obama ha sido una decepción. No veo mucha esperanza, pero sí la veo en México. Hay un debate público más dinámico plural, más abierto que no existe en Estados Unidos.

¿Alguna vez lo han acusado de traidor o de infiltrado?

Los adversarios siempre descalifican. He sido blanco de muchos ataques, tanto en México como en Estados Unidos. No soy “anti nada”… Estoy a favor de los intereses de la sociedad, reivindico el derecho del pueblo mexicano a decidir su futuro y no permitir una “integración norteamericana” bajo el mando de Washington. Estos ataques me fortalecen. Que me lean y que me escuchen quiere decir que estamos influyendo.

¿Existe en México una democracia real?

No. No es una cuestión sólo de México, sino global. Así como se generó un descontento social ciudadano en el comunismo real, hoy tenemos un descontento equivalente en las democracias liberales. Ya no satisfacen a la gente. México es un escenario muy especial para vislumbrar este malestar. Tiene una amplia experiencia con lo que podemos llamar “elecciones inútiles”. Porfirio Díaz, el dictador del siglo XIX, ganó ocho elecciones. Sabemos por experiencia que las elecciones en sí no implican democracia. Y no me refiero a cuestiones sustantivas como democracia directa o justicia social, sino a una democracia representativa formal. La celebración de comicios no representa la voluntad de la gente. Para tener una verdadera democracia se necesitan unas elecciones auténticas. La pregunta es: ¿tenemos unas elecciones auténticas? Estamos viendo una continuidad histórica con las elecciones que siempre hemos tenido en México. En 2000 se cambió de un partido a otro. “La oposición ganó”. Pero el criterio fundamental no debe ser si gana la oposición, sino si la sociedad es tomada en cuenta y participa en las elecciones. ¿Las elecciones son un reflejo de soberanía popular o una vía para legitimar los arreglos populares? En España, Estados Unidos apenas empiezan a darse cuenta de la falta de democracia real, pero nosotros lo hemos sabido siempre, tenemos una madurez ciudadana más desarrollada, lo cual va en contracorriente de las creencias generalizadas sobre una pobre cultura política de México. Pero no es así. Tenemos una sofisticada cultura política con altas exigencias respecto a las elecciones y por eso México se convierte en un ejemplo de fraude de democracia electoral pero también ejemplo de un espacio donde se generan nuevas iniciativas

¿Cómo valora los 12 años de gobierno del Partido Acción Nacional (PAN, de derecha, entre 200 y 2012), después de 70 años de gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), hoy de nuevo en el poder?

Han sido años de continuidad en lo político ni en lo social. Lo que siempre hemos tenido es una ley del péndulo, fruto del autoritarismo para dar “alternancia” desde el partido único. Esa fue la “magia” del PRI. La llegada de un nuevo partido fue otro giro del péndulo. Supone un cambio pero no rompe con la estructura de poder. Lo que vemos con el Pacto por México sigue la misma lógica y es muy grave: la extracción de los debates parlamentarios para trasladarlos a puertas cerradas. La efervescencia democrática sí existió entre 1997 y 2012 en el seno del Congreso (poder legislativo) y no en el ejecutivo. Se tuvieron que negociar presupuestos, armarse coaliciones legislativas, aprobarse leyes y reformas constitucionales importantes en estos 15 años, reformas importantes de transparencia y de derechos humanos. Pero estos debates se han cancelado, como hemos visto con la reforma energética: diez días sin debate real. El Washington Post celebra esto como ejemplo de “efectividad democrática”. “Por fin funcionan las instituciones democráticas”, decían. Algunos intelectuales habían hablado de la generación del “no”, y vieron aquí un avance en que el congreso se puso de acuerdo para poner en marcha las reformas. Pero yo lo veo como un retroceso.

¿Cómo se vive en México el surgimiento de movimientos sociales?

En los últimos treinta años vemos olas expansivas de participación ciudadana con periodos de quietud. Desde los ’80, con el terremoto, los distintos movimientos electorales, el movimiento zapatista, el Movimiento por la Paz de Javier Sicilia, y ahora el movimiento #YoSoy132, que para mí fue un éxito. No frenaron la llegada de Enrique Peña Nieto al poder, pero rompieron su guión. No fue una victoria contundente, y me atrevería a decir que un tercio de sus votos fueron comprados. No ganó con legitimidad. YoSoy132 canalizó un sentimiento de la sociedad y obligó al PRI a hacer un Pacto por México.

Luego viene, el año pasado, el movimiento de los maestros, que también rompió el guión de la supuesta modernidad de estas reformas. Los maestros, que no son perfectos, tenían demandas claras respecto a su seguridad laboral, la calidad educativa desde un punto de vista integral y humanista y no desde el esquema estadounidense que impone el presidente Enrique Peña Nieto, con exámenes estandarizados y capacidades neoliberales. Estas olas siguen.

Los movimientos sociales han tenido un momento crucial histórico y han sido efectivos en construir un discurso de resistencia. Se han derrumbado las estructuras tradicionales de liderazgo de la izquierda, tanto en los sindicatos como en los políticos. Su credibilidad está por los suelos. Tenemos una gran conciencia ciudadana al percatarnos de que esta democracia no está funcionando. Los partidos han perdido su legitimidad. México se parece mucho a Venezuela antes de Hugo Chávez, a Bolivia antes de Evo Morales y a Ecuador antes de Rafael Correa.

La desconfianza actual puede ser un gran activo si encontramos fórmulas para que la gente pueda canalizar esa indignación y esos esfuerzos para llenar los vacíos que dejan los partidos y las organizaciones sindicales. Eso pretendemos con el Congreso Popular, trazar caminos juntos y expulsar a la clase política, cambiar la forma de hacer política.

También en México se dice que estos movimientos no van a conseguir nada sin adherencias políticas formales ¿Se les demoniza y se les tacha de vagos o violentos?

Hay que tomar esas críticas de donde vienen, aunque algunas críticas sí tienen fundamento. Pero los firmantes nos hemos propuesto aprovecharlas y articular esfuerzos sin en el burocratismo y en la corrupción del pasado. No es una marcha, no es un plantón, no es un cartel, no es una asamblea… El Congreso Popular es un poco todo esto. Es un espacio de expresión, de diálogo y de debate. No sabemos cómo va a salir. Pero buscamos innovar, crear espacios para expresarnos. Queremos ganar espacio público. No estamos con ningún partido. Más que “apartidistas” somos “antipartidistas”. No estamos buscando interlocución formal alguna.

El poder real no reside sólo en la política formal…

El poder real depende de una legitimidad, de un reconocimiento político social. El poder está en una relación entre las instituciones y el pueblo. Si el pueblo no reconoce ese poder, todo se puede derrumbar. No se necesitan armas para generar una situación revolucionaria. Tenemos nuevas formas para comunicarnos y para generar un poder popular y desplazar la legitimidad de las instituciones a otros espacios. No será fácil porque enfrente está el dinero y el poder; con Enrique Peña Nieto ha vuelto la represión política directa. Hace unas semanas murió Juan Francisco Kuykendall, un activista pacífico que hacía teatro callejero. Y no es el único. Hay muchos abatidos y encarcelados por este estado autoritario. Pero podemos encontramos nuevas formas de conseguir poder popular, aunque todo cambio importante tarde años en llegar.

¿Qué papel juega la lucha contra corrupción en todo esto?

La corrupción es central, en eso destaca el fracaso de la transición política. La reforma energética es una consolidación de ese modelo de corrupción, centralizado en el Presidente el poder de reparto de territorio nacional por medio de licencias a empresas extranjeras. Mi pregunta sería: si eres una empresa trasnacional, ¿no pagarías para poder explotar esta enorme riqueza de gas y de petróleo que tenemos en México? De esto se trataba la reforma energética. Empoderar a la clase política para repartir a cambio de kit packs de corrupción. Así ha funcionado el sistema en México y así funciona el sistema neoliberal y las privatizaciones. Los tecnócratas han sido los líderes más corruptos.

Carlos Miguélez

Carlos Miguélez Monroy @cmiguelez // Cuaderno de Lluvia @cuadernodLluvia

Periodista. Coordina el Centro de Colaboraciones Solidarias vinculado a Solidarios por el desarollo.

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NOTAS:
* Se publica con autorización del autor, entrevista de Carlos Miguélez Monroy, en Cuaderno de Lluvia, España, www.cuadernodelluvia.com/john-ackerman/, el 5 de marzo de 2014