Niños rarámuris

Publicado el 19 de marzo de 2014

Jorge Alberto González Galván
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
jagg@unam.mx

Mientras exponía en un Taller sobre Derechos Indígenas, en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, me pidieron mi opinión sobre la utilización de niños indígenas rarámuris como sicarios, publicado ese día en un diario local. “Tengo que sentarme”, dije, “porque ese tema duele.”

Duele porque los derechos de los menores de edad en este país son vulnerables en su efectiva aplicación porque no tienen una Cédula de Identidad: son parias en su propio país, objetos de trata, de la ignorancia de los padres y de la adultocracia, no sujetos de derechos.

Duele porque los derechos de los padres no suelen tomar en cuenta los derechos de terceros, es decir, de los hijos, por lo cual si no tienen la formación de padres responsables, de empleo fijo, de vivienda estable, los derechos de sus hijos no podrán garantizarlos.

Duele porque no tenemos educación sexual efectiva, si la tuviéramos, entonces la concepción de un niño sería una decisión responsable de la pareja, el producto de una elección neuronal, no del azar hormonal.

Duele que un niño que se equivoca, se resbala, en lugar de que los adultos les ayudemos a corregirlo, levantarlo, apoyarlo, guiarlo, lo castiguemos verbal, física y emocionalmente, con castigos domésticos, escolares y privativos de su libertad, afectando su derecho a equivocarse y su derecho a la inocencia.

Duele que los padres (indígenas o no) permitan, “justificados” por la falta de dinero, educación, vivienda, la venta o el empleo de sus hijos con fines sexuales o laborales.

Duele que los padres (indígenas o no), antepongamos nuestros intereses sobre el Interés Superior del Niño, incumpliendo así sus derechos reconocidos en las legislaciones internacional y nacional.

Duele que un niño viva estresado, ignorado, discriminado, manipulado, utilizado, por la violencia intrafamiliar y social, en lugar de vivir su infancia estudiando y divirtiéndose con tranquilidad y alegría.

Duele que se utilicen drones (aviones no tripulados) para ubicar al delincuente más buscado del país, y no se empleen para identificar las hectáreas sembradas con plantas prohibidas.

En un Estado de Derecho de baja intensidad, por no decir “fallido” (para no violar los castos oídos de la ortodoxia), hablar de respeto a los derechos de los niños, en general, y de los indígenas, en particular, resulta una tarea ingrata, dolorosa. Después de mi explicación y el intercambio de opiniones tuve que ir al receso, me agoté.

Agradezco a las autoridades, colegas, estudiantes y mujeres rarámuris que se interesaron en el Taller, ya que sin los espacios académicos para razonar y proponer mejoras a lo que esté mal en la sociedad nos tardaríamos más tiempo en construir el país que nuestros niños merecen.