Propuesta de un jurista indignado: “criminalizar la indiferencia”

Publicado el 22 de abril de 2014

Jorge Alberto González Galván
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
jagg@unam.mx

En sintonía, me parece, con el llamado del filósofo Stéphane Kessel a indignarse/levantar la voz/protestar, en contra de la pobreza, la desigualdad, el desempleo, la desesperanza, el jurista Jean-René García, de la Universidad de París, propone castigar al ciudadano que no haga nada por evitar dichos males que aquejan al cuerpo de las sociedades actuales.

No vino a pontificar desde el confort de su país desarrollado, para dar lecciones a un país en vías de: vino a poner su palabra en una llaga común, aquí y allá, la pobreza. No vino a ganarse el aplauso criticando la irresponsabilidad del Estado (esto es fácil, por las múltiples razones que encontramos todos los días en las calles): vino a provocar la reflexión de las masas encefálicas para que asumamos como ciudadanos nuestras obligaciones.

A nadie nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer: los evangelistas de las garantías individuales del siglo XIX nos han instalado en la pasividad mental de la lógica del Estado “protector” de nuestros derechos. La propuesta de Jean-René no pretende, por ello, exculpar, justificar, la irresponsabilidad del Estado de los males que nos aquejan, se trata de poner el énfasis ahora en nuestras obligaciones ciudadanas, con el fin de dinamizar, activar, el combate a las obvias necesidades individuales y sociales incumplidas. Propone, así lo entiendo, castigarme si no atiendo a una persona que necesita mi ayuda o si no actúo para defenderme del autoritarismo. Esta obligación de hacer algo ayudando o defendiéndome, para ser más efectiva, quiero entender, se debe aplicar no sólo en el ámbito social, sino también en los ámbitos sentimental, familiar, vecinal, escolar y profesional. Debo ser castigado, por una parte, si no ayudo a mi pareja, hijos, padres, hermanos, vecinos, alumnos y colegas, cuando me necesiten, y, por otra parte, si alguno de ellos ejerce sobre mí una presión para imponerme sus ideas, creencias o emociones, tendría que ser castigado si no defiendo mi dignidad poniendo límites.

Jean-René nos recordó en su conferencia casos donde en las relaciones individuales la justicia francesa ya ha castigado a personas por no dar auxilio a quienes estaban en peligro. Más difícil resulta, advirtió, sancionar en las relaciones sociales a quienes son omisas ante los gobiernos dictatoriales, tiránicos, autoritarios: como al 99% de la población francesa, nos recordó, que “colaboró” con los nazis cuando Alemania invadió Francia en la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo podríamos, digo yo, en este sentido, castigar la indiferencia del 90% de los mexicanos no indígenas por “colaborar” con la “Dictadura Perfecta (antes) Imperfecta (hoy)”, Mario Vargas Llosa dixit, ante la ocupación racista de aztecas, españoles, criollos y mestizos, que han padecido los pueblos originarios de México? ¿Acaso los indígenas zapatistas de Chiapas no están ejerciendo su derecho a cambiar el sistema de gobierno autoritario, como lo reconoce la Constitución, y a quienes se debería perseguir, censurar, son otros?

Para calmar los ánimos, Jean-René aclaró que su intención como filósofo del Derecho constitucional, no es llenar las cárceles (así lo interpreto yo), sino proponer un nuevo “paradigma” para hacer efectivo el combate a la pobreza, la desigualdad, la injusticia, polemizando no desde la dinámica (siempre necesaria, inevitable) de las obligaciones del Estado, sino desde la olvidada dinámica (por ser electoralmente nada rentable) de las obligaciones de los individuos: niños, jóvenes y adultos.

De este modo, pienso, veríamos a niños denunciando a los padres (biológicos, putativos y sociales) por ser indiferentes a sus derechos a un ambiente familiar y social sanos, libres de violencia, por ejemplo. De este modo, veríamos a jóvenes denunciando la indiferencia de sus padres e instituciones educativas, para garantizar sus derechos a educarse hasta el doctorado para auto-emplearse, por ejemplo. De este modo, veríamos a los adultos denunciando a sus hijos por ser indiferentes ante sus obligaciones de trabajo en equipo, brindándoles ayuda hasta su muerte, por ejemplo. Suena a sermón de domingo, lo sé. Pero no hablar de “valores”, “principios”, por haberlos desterrado de los espacios escolares laicos, nos ha vuelto insensibles, analfabetas emocionales, para fomentar desde las aulas la elemental convivencia sana y solidaria en lo sentimental, familiar, vecinal, escolar, laboral y social.

La Moral no debe seguir siendo, lo dijo él, y aquí lo reinterpreto, el monopolio de las cuatro paredes de las religiones y de los hogares (sabiendo que ahí dentro pasan cosas inmorales): el Derecho debe traer la Moral al espacio público de debate y consenso, para que el “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, no siga siendo la flor de un día de hipócritas y cínicos, sino parte de los valores y principios (como el respeto, la tolerancia, la confianza, la buena fe, la solidaridad, la fraternidad, la igualdad, la libertad, el bien común, la seguridad…) de personas conscientes como herramientas de trabajo diario en cualquier lugar y situación.

No se trata de dar limosna para calmar nuestras buenas conciencias: “La lástima tiene sus raíces en el miedo y en una sensación de arrogancia y aires de superioridad y a veces en una complacida sensación de me alegro de no ser yo.” (Sogyal Rimpoché). Tampoco se trata de dejar-hacer y dejar-pasar para llevar la fiesta en paz. Ser pacifista, como Gandhi, Luther-King, Mandela, no está reñido con “poner límites” a las personas e instituciones (públicas y privadas) que nos quieran ver la cara, manipulándonos, engañándonos, golpeándonos (física, emocional e intelectualmente).

El debate está abierto: ¿El código penal o de ética albergará estas obligaciones? ¿La pena será una amonestación, multa, trabajo comunitario o privación de la libertad? ¿Por cuánto dinero será la multa, por cuánto tiempo estaré en prisión? ¿Habrá una jurisdicción o mediación especializada?

Estas son preguntas que tendrá que responder el técnico del Derecho, lo que me interesa, dijo él, como humanista del Derecho (diría yo), es abrir el debate sobre el cumplimiento de los derechos humanos individuales y colectivos (políticos y sociales) desde la perspectiva de las obligaciones de los ciudadanos.

Un García del siglo XIX nos recordó que “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, ahora un García nos viene a provocar académicamente para no olvidar que la paz entre los individuos y Estados depende también del respeto al ejercicio responsable de nuestras obligaciones.