¿En qué se parece el PAN de Madero y Cordero al Partido Acción Nacional de González Luna y de González Morfín?

Publicado el 28 de abril de 2014

Alfonso Guillén Vicente
Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur
aguillenvic@gmail.com

Tengo dudas sobre la identidad de Acción Nacional cuando se examina su desempeño de las últimas décadas.  En 1975, el destacado dirigente político Efraín González Morfín, en un informe presentado ante el Consejo Nacional de ese partido, planteó que existían dos partidos blanquiazules:

“Debo denunciar y reprobar ante ustedes la creación y mantenimiento, incluso mantenimiento financiero, de otro Partido Acción Nacional, con ideología, organización, jerarquía, lealtades y comunicaciones al margen y en contra del Partido Acción Nacional legítimo”.

Ese otro PAN, el de José Ángel Conchello, el de Pablo Emilio Madero, etcétera, es lo que podría llamarse el blanquiazul “práctico”, el “innovador”, “el participacionista”, el del “frente amplio”- para utilizar las palabras del propio Conchello-, aquél que desde mediados de los setentas del siglo XX resultó muy atractivo para muchos empresarios lastimados por Luis Echeverría y José López Portillo.

Se deja atrás al Partido Acción Nacional doctrinario, aquél que había nacido para continuar la lucha de la Cristiada y de la campaña vasconcelista, movimientos a los que Efraín González Luna, el gran ideólogo de esa organización política, calificaba de “estar libres de cálculo y de compromiso”; “divorciados del éxito”.

El PAN que nace a mediados de los setentas, producto de esa primera gran crisis interna, no puede estar en sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia; y tiene que rechazar forzosamente el “Cambio Democrático de Estructuras” propuesto por González Morfín en la XX Convención Nacional de febrero de 1969, porque ahí se afirma que “en Acción Nacional tenemos conciencia de que para encauzar positivamente los sentimientos de inconformidad que en México se exteriorizan cada día con mayor vehemencia, frente al escandaloso desequilibrio político y a la ostentosa y desigual distribución de los bienes, son necesarias medidas revolucionarias, para que se operen o se transformen las estructuras políticas, económicas y sociales del país”.

Esa tercera vía, netamente heredada de las Encíclicas Papales de orientación social, es el Solidarismo, definido como la “participación responsable de la persona en la convivencia y organización de la autoridad y las instituciones”. Y ello no podía ser posible en el mundo empresarial mexicano, a pesar de sus notables excepciones expresadas en la Unión Social de Empresarios Mexicanos.

Igual de distante de las grandes empresas mexicanas era la tajante afirmación de González Morfín  acerca de que “el destino universal de los bienes exige estructuras que difundan la propiedad privada entre el mayor número posible de personas y familias concretas”; una tesis que suele sonar idealista si se olvida que fue derrotada al interior del blanquiazul por la tendencia abiertamente pragmática y pro-empresarial hace cuarenta años.

En el PAN de hace 70 años, según el académico Jorge Alonso, ya Efraín González Luna “defendía un amplio acceso del pueblo a la propiedad, a la seguridad y al moderado bienestar material que la condición humana exigía”. El mismo ideólogo blanquiazul apuntaba que “ se profesaba la lucha de clases no sólo cuando explícitamente era proclamada y aceptada, sino cuando en la conducta práctica, empresarios, estadistas, intelectuales y en general todos los relacionados con las cuestiones sociales, nada hacían por tender puentes de reconciliación, de paz, de armonía y de justicia social entre los elementos en pugna”.

En cambio, hoy reconozco que tengo dificultades para definir al Partido Acción Nacional de la segunda década del siglo veintiuno porque en el pasado, tanto Conchello como Pablo Emilio Madero y Manuel Clouthier, tuvieron como denominador común su oposición a toda alianza con el priísmo.

En otros tiempos, Acción Nacional se planteó definirse como un partido demócrata cristiano. Tal como Vicente Fuentes Díaz apunta en su libro Los partidos políticos en México cuando señala que “en 1958 y 1959, surgió en el PAN otra irrupción rebelde, encabezada por… Hugo Gutiérrez Vega y Manuel Rodríguez Lapuente. Su objetivo era el de transformar (al blanquiazul) en un partido demócrata cristiano semejante a los de su tipo en Europa y América del Sur.  En cierto momento pareció que el PAN se enfilaba a ese objetivo” (p.306).

Más adelante, a raíz de la reforma política lópezportillista,  Acción Nacional buscó esa misma definición, en parte para distinguirse del Partido Demócrata Mexicano, brazo electoral de la Unión Nacional Sinarquista.1

La lucha intestina de los blaquiazules a partir de su salida de Los Pinos no permite ver, por ahora, si el partido se planteará con seriedad una definición importante, al mismo tiempo novedosa que arraigada en su más honorable tradición,  de su papel como oposición real y provechosa para México.

NOTAS:
1. Entrevista del autor a Eugenio Ortiz Walls, entonces Comisionado del PAN ante la Comisión Federal Electoral, agosto de 1978