Días aciagos*

Publicado el 5 de mayo de 2014

Pedro Salazar Ugarte
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
pedsalug@yahoo.com

Otra vez la televisión está colonizada por la iglesia. Como si nuestra agenda pública no estuviera plagada de problemas, el protagonismo en estos días lo tienen los papas muertos. Los noticieros dan cuenta con devoción pasmosa de las decisiones vaticanas en materia de santos y milagros y no, por ejemplo, del debate, de las objeciones y de las manifestaciones de rechazo que han suscitado la iniciativa presidencial y el dictamen panista de Ley en materia de Telecomunicaciones. El dato es elocuente por aristas varias. Por un lado nos recuerda la vinculación histórica y perene entre los grandes poderes, públicos y privados. Por otro, nos conmina a hacer cuentas con antiguas pero actuales estrategias de distracción y propaganda mediática. Y, de paso, por si no bastara, nos confirma que la agenda de los medios está determinada por sus privilegios e intereses y no por los derechos de las audiencias.

Hay algo de indignante y mucho de preocupante en esta operación que entremezcla los intereses con el cinismo y la manipulación con el descaro. Pero, además, detrás de la puesta en escena descansa un cálculo desolador: a los mexicanos les interesa más lo que sucede con los curas y los espíritus que lo que pueda sucederle a sus instituciones y, peor aún, a sus derechos. Es difícil saber si esto es cierto pero no es errado suponer que esa es la apuesta porque, para colmo, esa estrategia usa como palanca los sentimientos religiosos y con ello reblandece –aun más, se antoja decir- a la cultura laica en el país. Bonito fresco social el que se traza: un conjunto de telespectadores embobados por los santos mientras los poderes consuman el contubernio que les permitirá eternizar el embobamiento.

El tema de la cultura laica y su paulatino desmoronamiento merece tomarse en serio. En el caso concreto sigue siendo la iglesia católica el punto de referencia de la operación mediática. Pero, en el fondo, lo que existe es un llamado para mirar hacia lo metafísico y desviar la atención de lo concreto. El lenguaje de los milagros, las canonizaciones y demás espiritualidades evade –y, a la vez, disimula- la realidad de opresión, exclusión y violencia en la que viven millones de mexicanos. Cuando la opinión pública se recrea en esos términos queda poco espacio para el debate racional y responsable que deber colocar a los problemas –políticos, sociales, económicos- en el centro de una agenda que demanda respuestas concretas y no pasatiempos religiosos. Por eso no es banal –ni parece casual- que la cobertura mediática se centre esta semana en las cuestiones del más allá cuando se consuman los pactos en el más acá del privilegio.

Ayer se publicó en El Universal un reportaje interesante que algo tiene que ver con estos temas.  El dato principal y, así encabezó la nota, es que “bajan los católicos; suben los evangélicos”. La hipótesis que desliza el reportaje es que la iglesia católica vive una crisis –entre escándalos sexuales y fraudes económicos- que ha mermado su hegemonía incluso en México. Si esto es cierto mal cálculo habrán hecho los católicos haciendo santo al Sr. Wojtyla. Pero eso es asunto de ellos. Lo que me interesa subrayar es que los datos nos dicen que, los mexicanos, somos más plurales que en el pasado pero no nos indican que seamos más laicos. No somos menos crédulos ni necesariamente más tolerantes.

En una sociedad laica ninguna religión o iglesia tiene una situación privilegiada y nadie es discriminado por profesar o no profesar creencia alguna.  Esto vale para el nivel de las normas y de las políticas públicas pero también para el de las prácticas culturales y mediáticas. En una sociedad plural -como la nuestra- esto supone que ninguna religión debe poder colonizar el espacio público con sus ritos, ceremonias y festejos. Mucho menos –se me antoja decir- cuando esa colonización es funcional a la agenda de los poderosos. Si esto sucede –y en México está sucediendo- hacen agua la laicidad y la democracia.

NOTAS:
* Se reproduce con autorización del autor, publicado en El Universal, el 24 de abril de 2014