¿Democracia en el Distrito Federal?*

Publicado el 12 de junio de 2014

Diego Valadés
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
@dvalades
valades@unam.mx

La democracia es un fenómeno de origen urbano. No es casual que haya nacido en la antigua polis, ni lo es que haya sido en el burgo medieval donde se formaron los primeros parlamentos y donde apareció el fermento del Estado moderno. En el caso de México la democracia también comenzó por las ciudades.

Uno de los factores de la transición política mexicana fue la representación proporcional en los municipios de 300,000 habitantes o más, adoptada por la reforma política de 1977; la proporcionalidad se extendió a todos los ayuntamientos en 1983 y poco después se incluyó en la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, creada en 1987.

La composición y el funcionamiento de los ayuntamientos corresponden a un sistema democrático, porque los alcaldes, los síndicos y los regidores forman parte de un sólo órgano colegiado que sesiona periódicamente. Las decisiones acerca de nombramientos, presupuesto, servicios y reglamentos son procesadas de manera colectiva, deliberativa y pública. La dinámica de los antiguos cabildos abrió un espacio para el ejercicio controlado del poder.

A los constituyentes de Querétaro se les acabó el tiempo antes de que pudieran abordar con detenimiento los problemas municipales y no fue sino hasta la reforma de 1983 cuando el municipio recibió un nuevo impulso, que lo transformó en un eje imperceptible pero eficaz de las libertades electorales en el país.

Aunque no se le recuerda, el primer éxito local de la oposición fue el de Rodolfo T. Loaiza, quien como aspirante independiente al gobierno de Sinaloa venció al candidato oficial en 1941. Fue un episodio que se pasó por alto cuando se atribuyó esa hazaña al PAN, en Baja California, en 1989. Sin embargo, el giro relevante para la democracia se produjo con las elecciones municipales de 1958 en San Luis Potosí, cuando el opositor Salvador Nava triunfó por amplio margen. Conocemos el resto del proceso democratizador que condujo a la transición. Ahora estamos ante un posible cambio en el Distrito Federal.

La reforma más sencilla consistiría en reducir el artículo 122 constitucional para que se concrete a regular las relaciones entre la Federación y el Distrito Federal, dejando todos los aspectos de organización y funcionamiento de los órganos del poder local en manos de la Asamblea Legislativa.

En 1993 fue reformada la Constitución para introducir un sistema cuasiparlamentario en el Distrito Federal y se fijó como fecha de inicio 1997; un año antes de que se cumpliera este término se revocó la decisión y se implantó el sistema actual, cuyos efectos padecemos. Con la reforma que se perfila, ¿habrá democracia en el Distrito Federal, o subsistirá el esquema propio de un presidencialismo caduco?

Los modelos de grandes capitales están a la vista. Buenos Aires tiene una constitución que reproduce el comportamiento más convencional del presidencialismo latinoamericano: concentración del poder en manos de gobernador, con escasos instrumentos de control político otorgados al órgano de representación política. Lo que ahí se hizo no fue democratizar el gobierno de la urbe sino convertirla en una pequeña república unitaria.

El otro modelo son las alcaldías de París y de Londres. El considerable poder del alcalde londinense es compensado por una Asamblea ante la que debe comparecer diez veces por año para responder las preguntas e interpelaciones que se le formulen. La Asamblea tiene además facultades de investigación e interviene en los nombramientos de las autoridades. Aunque no es capital, también conviene tener presente el caso de Nueva York, cuyo alcalde está acompañado asimismo por un influyente consejo que lo supervisa y controla, que legisla, asigna el presupuesto y aprueba las designaciones propuestas por el alcalde, después de celebrar audiencias públicas.

¿Qué modelo se seguirá en el Distrito Federal? Hay dos opciones: un presidencialismo reforzado, como el bonaerense, que equivaldría a una réplica del esquema caciquil prevaleciente en nuestros Estados, o un gobierno de cabildo, funcional incluso en megalópolis como Londres o Nueva York y acorde con la trayectoria municipal mexicana. La disyuntiva de que el Distrito Federal tenga un gobernador o un alcalde se traducirá en la estructura concentrada o controlada del poder. Será una oportunidad para mostrar si las convicciones democráticas son genuinas o si la seducción del poder es irresistible.

El Distrito Federal será un ejemplo, bueno o malo, para el país.

NOTAS:
* Se reproduce con autorización del autor, publicado en Reforma, el 18 de marzo de 2014