Reelección y clase política*

Publicado el 12 de junio de 2014

Diego Valadés
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
@dvalades
valades@unam.mx

No es necesario echar mano de las teorías acerca de las clases dirigentes para corroborar que México atraviesa por uno de sus momentos más bajos en cuanto a liderazgos políticos. Contra lo que se pudo esperar, la competencia electoral todavía no se traduce en una fuente de líderes con reconocimiento social.

Lo llamativo es que, en términos cualitativos, en el periodo de la hegemonía de partido se contaba con mejores cuadros directivos que en la etapa del pluralismo electoral. Durante décadas se quiso paliar el hermetismo del sistema mediante instrumentos de cooptación. La estrategia dio resultados por un tiempo.

La nueva era de libertades públicas ha sido fructífera en numerosos capítulos, pero se ha visto ensombrecida por la ineptitud y por la corrupción. Existen funcionarios y dirigentes políticos competentes, sin embargo lo que prevalece es lo opuesto. Esto, a más paradójico, implica riesgos para el sistema porque es otro factor de desencanto con la democracia.

Las causas de ese fenómeno son muchas. Sin incurrir en el error del reduccionismo es posible afirmar que una de ellas consiste en haber abierto el sistema político en el orden electoral sin que al mismo tiempo se hayan remplazado las prácticas propias del verticalismo. Esto ha ocasionado un cortocircuito cuyos efectos padecemos a diario: incapacidad para lidiar con la violencia, para disminuir la pobreza, para promover el desarrollo con equidad, para contender con la corrupción, para hacer funcionar el aparato del poder. La percepción generalizada, como lo muestran las consultas demoscópicas, indica el poco aprecio que se tiene por los partidos y por los políticos, debido a los magros resultados que su gestión le reporta al país.

A lo largo de varios lustros se vinieron posponiendo las medidas requeridas para revertir la tendencia a la mediocridad política. Una de ellas al fin fue adoptada: la reelección de los legisladores. Se aplicará a partir de quienes sean elegidos en 2018 y ayudará a remediar la crisis de dirigentes que lastra la vida pública de México. Sin embargo se trata de una medida aislada, de la que tampoco se pueden esperar resultados significativos en el corto plazo.

La reelección sucesiva de los legisladores, aceptada en 1917, fue limitada mediante una reforma constitucional en 1933. El objetivo de esta modificación no fue la movilidad democrática sino la inamovilidad partidista. Sin esa mutilación de la democracia la vida del naciente PNR, ahora PRI, habría sido muy efímera porque no se habría evitado el prematuro abandono por parte de quienes aspiraban a cargos electorales. La no reelección inmediata y la manipulación electoral fueron instrumentos para administrar las expectativas de la clase política, a la que a cambio de paciencia y disciplina se le garantizaba el acceso a los cuerpos locales y federales de representación, alternando con cargos gubernamentales.

Las resistencias al restablecimiento de la reelección fueron mayúsculas. En 1964 la Cámara de Diputados, con el voto del PRI, del PAN, del Partido Popular Socialista y del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, aprobó la reelección de los legisladores; meses después el Senado la rechazó, sin aducir razones valederas. Tuvieron que transcurrir 50 años para que los argumentos sostenidos entonces se abrieran paso. No cabe duda de que tenemos una peculiar habilidad para diferir los cambios.

Como toda institución política, la reelección tiene ventajas y desventajas. Entre estas sobresalen la rutina, la creación de intereses y el acaparamiento del poder; entre los aspectos positivos descuellan la experiencia, los compromisos de largo plazo, la mayor capacidad de control sobre el aparato gubernamental y la forja de liderazgos con el apoyo de los ciudadanos.

Lo más relevante será formar dirigentes que permitirán a la ciudadanía familiarizarse con el desempeño de sus representantes y tener cierto control sobre ellos. Esto también contribuirá a ampliar la cultura política y por ende a mejorar la imagen de los partidos y de los políticos. La reelección generará problemas pero ayudará a fortalecer el sistema representativo y a equilibrar la relación entre el Congreso y el gobierno, mitigando los nocivos efectos de la concentración del poder.

La reelección no es un remedio para todas las carencias del sistema político nacional, pero coadyuvará a superar una de las más agudas: la medianía que se extiende por todo el espectro del poder.

NOTAS:
* Se reproduce con autorización del autor, publicado en Reforma, el 29 de abril de 2014