Un conflicto más dentro de la Revolución Mexicana: La relación entre los revolucionarios y los católicos
Publicado el 12 de junio de 2014 Alfonso Guillén Vicente Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur aguillenvic@gmail.com |
Puede tomarse como punto de origen de la pugna entre los revolucionarios y los católicos la Constitución de 1917, y explicar a partir de ahí la Cristiada de 1926 a 1929, y la llamada La Segunda, que empezó en 1931, con la presión de los callistas sobre el presidente Ortiz Rubio y las experiencias de Garrido Canabal en Tabasco y Adalberto Tejeda en Veracruz, y acabó en 1938, con Lázaro Cárdenas del Río en la primera magistratura del país.
O bien, podemos ir hasta la actuación del Partido Católico Nacional frente al usurpador Victoriano Huerta, una alianza que derivó en la animadversión de los constitucionalistas contra todo lo que tuviera que ver con la Iglesia Católica.
Fundado el cinco de mayo de 1911, una veintena de días antes de la renuncia de Porfirio Díaz, el Partido Católico Nacional tomó impulso con su apoyo a Francisco I. Madero, aunque no secundó la candidatura de Pino Suárez a la vicepresidencia de la República. En los comicios locales de 1912, esta organización política obtuvo sonados triunfos en Jalisco y Zacatecas.
En la entidad jalisciense, los diputados católicos impulsaron una ley agraria conocida como “El bien de familia”, que proponía un reparto en extensiones de 500 acres que comprendían la casa familiar y tierra laborable inembargable, inalienable e indivisible. También, los representantes populares del Partido Católico Nacional aprobaron el funcionamiento en tierras tapatías de las denominadas “Cajas Rurales Reiffeisen”, las cooperativas financieras rurales planteadas en el Congreso Católico de 1903. No menos significativa fue la implantación de la representación proporcional que apoyó este partido en Jalisco1.
El golpe de Estado huertista vino a representar al principio un callejón sin salida para el Partido Católico Nacional, pues si bien condenó la destitución y el asesinato del presidente Madero, se dejó llevar por su rechazo a la intervención del mandatario estadounidense Wilson en la política mexicana, cuando este último exigió que Victoriano Huerta dejara el cargo de inmediato y no se presentara como candidato en las nuevas elecciones2.
Y ya enredado con el usurpador, el Partido Católico Nacional postuló, en octubre de 1913, al Canciller huertista, Federico Gamboa, como su candidato presidencial. Gamboa, quien se había hecho cargo de la Secretaría de Relaciones Exteriores a principios de agosto de ese año, se distinguió por reclamarle al agente confidencial del Presidente norteamericano el apoyo de los buques del vecino país a las acciones del Ejército Constitucionalista. Aún así, su candidatura no era mal vista por los diplomáticos estadounidenses acreditados en nuestro país.3
Para que no hubiera dudas de la apuesta de los católicos, el mismo día de la jornada electoral de octubre de 1913, y ante la evidencia de sus graves fallas y ausencias, varios de los candidatos presidenciales, entre ellos Federico Gamboa, se reunieron con Victoriano Huerta y le dieron su aval para que siguiera en el gobierno.
Guadalajara fue uno de los centros del catolicismo que resintió la respuesta de los constitucionalistas a la decisión del PCN de apoyar al usurpador. En la obra del Pbro. Rafael Haro sobre El Padre Galván (Guadalajara, 1977) se señala con claridad cómo recibió la población católica la ofensiva del Ejército que encabezaba Don Venustiano Carranza: “La Prensa traía noticias de los salvajes atropellos que los revolucionarios venían haciendo en contra de los sacerdotes, obispos y religiosas y por eso se pensó en organizar una gran manifestación de rogativa y desagravio”.
La manifestación de protesta se programó para el 11 de enero de 1914 y fue autorizada en principio por el gobernador del estado de Jalisco, José López Portillo, quien había llegado al cargo con el apoyo del Partido Católico Nacional. Sin embargo, el mandatario estatal se retractó y quiso impedirla, en vano.
Precisa el propio Pbro. Haro Llamas en su texto que “ocurrieron algunos incidentes durante la manifestación. La Policía Montada quiso disolverla; en algunas boca calles colocaron ametralladoras con el fin de amedrentar a la multitud; pero nada detuvo aquel inmenso mar humano de manifestantes que enronquecían gritando vivas a Cristo Rey, a la Iglesia, al Papa, a México”.
Empezaba así la serie de fuertes desencuentros entre católicos y revolucionarios en Jalisco y otras entidades del Occidente del país. Ya con la Constitución de 1917, el gobernador designado por don Venustiano para Jalisco, Manuel M. Diéguez, endureció las leyes contra los católicos; y éstos respondieron con un boicot económico muy eficaz en 1918, el cual consistía –según García Galiano- en “dejar de pagar las contribuciones y servicios como la luz, y consumir sólo lo indispensable”.
Un cuarto de siglo duró, con sus altas y bajas, el enfrentamiento entre los gobiernos surgidos de la Revolución Mexicana y los católicos. Y fue Lázaro Cárdenas del Río, desde la Presidencia de la República, quien operó un cambio de política. El viraje se debió al gran desgaste que había producido, en la relación entre el gobierno y la sociedad mexicana, la campaña anticlerical en el Maximato incluida la denominada Educación Socialista, y al surgimiento de organizaciones católicas que operaban en la clandestinidad, como la denominada Base, de donde surgiría en 1937 la Unión Nacional Sinarquista.4
En agosto de 1938, como bien apunta Jean Meyer en otra de sus obras, “las iglesias estaban abiertas y los sacerdotes autorizados a celebrar en todo México, excepto en Tabasco, y, como para cerrar este periodo, el Arzobispo de Morelia condenó por última vez a los católicos armados… Esta evolución llegó a su término cuando el candidato oficial a la presidencia general Manuel Ávila Camacho, pronunció su famoso discurso: “Yo soy creyente”.5
NOTAS:
1. Guillén Vicente, Alfonso. “El Partido Católico Nacional. 1911-1914”, en Sociales y Humanidades, revista del Área Interdisciplinaria de Ciencias Sociales y Humanidades de la UABCS, 2º. Semestre 1990, p.38.
2. Berta Ulloa, La Revolución Intervenida, El Colegio de México, 1978.
3. Ibidem.
4. Jean Meyer, El Sinarquismo: ¿un fascismo mexicano?, Cuadernos de Joaquín Mortiz, México, 1979.
5. Jean Meyer, La Cristiada, Volumen I, “La Guerra de los Cristeros”, Siglo XXI Editores, México, 1974, 3ª. Edición, pp. 364 y 365.