España: Monarquía versus República

Publicado el 4 de julio de 2014

Beatriz Bernal Gómez
Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
betiberg@yahoo.es

En las últimas semanas, los españoles han tenido que asimilar dos acontecimientos históricos (estos SÍ históricos): la abdicación al reinado de Juan Carlos I y la proclamación (que no coronación) por el Congreso de los Diputados y el Senado del nuevo rey Felipe VI, antes Príncipe de Asturias. Tan implicados estuvieron en la sucesión de la monarquía (el rey ha muerto, viva el rey), que muy pocas fueron las discusiones que oí o leí sobre la catástrofe sufrida por la Selección Española de Fútbol en el Mundial de Brasil.

Dos preguntas se hicieron: ¿Por qué abdicó el rey Juan Carlos? y ¿Por qué en este momento? Las respuestas, aparecidas en las redes sociales y en todos los medios de comunicación (sobre todo en tertulias de la radio y la televisión) fueron muchas: su estado de salud después de siete operaciones de cadera que, aunque de la última parece recuperarse, lo mantienen encorvado y con bastón; el caso Nóos-Aizon que condujo a la imputación y eventual procesamiento de su yerno Iñaki Urdargarín y de su hija la infanta Cristina imputados ambos en Palma de Mallorca por un juez de instrucción, el primero por más de siete delitos y la segunda por tres, en el más mediático supuesto de corrupción de los muchos que últimamente se han dado en España; el escándalo del propio rey en un país africano donde en compañía de su presunta amante, la princesa alemana Corina, mató un elefante, sufrió una caída y se rompió la cadera, irritando a las organizaciones no gubernamentales españolas defensoras de los animales y a los ambientalistas en general y. sobre todo, a una sociedad inmersa en una profunda crisis económica que no entendió como su Jefe de Estado gastaba tanto dinero en cacerías mientras los españoles perdían sus trabajos, veían reducidos sus sueldos, y tenían a gran parte de su población infantil rondando la pobreza según el último informe de UNICEF; el hecho de que el país estuviera a punto de ser rescatado por las instituciones financieras europeas debido a su inmenso déficit, tanto público como privado. Y, last but not least, la debacle en las elecciones europeas en las cuales los partidos políticos mayoritarios (PP y PSOE) perdieron un porcentaje alto de diputados al Parlamento, mientras los partidos minoritarios, casi todos de izquierdas (Izquierda Unida, UPyD, Ezquerra Republicana de Cataluña y el nuevo partido Podemos) veían como aumentaban los suyos. En resumen, una monarquía en declive, casi al borde de la catástrofe, que constataba, encuesta tras encuesta, que sólo la reina Sofía y su hijo Felipe aprobaban con regulares calificaciones en el sentir popular, mientras el resto de los miembros de la casa Real recibían un rotundo suspenso.

No es pues de extrañar la decisión del rey, siguiendo con ello la ruta marcada recientemente por el papa Benedicto XVI, quien renunció al papado, no sólo cansado por razones cronológicas, sino también por los graves problemas financieros, políticos y sociales (los escándalos de pederastia del parte del clero católico) que heredó cuando llegó a presidir el Vaticano. Y por el rey de Bélgica y la reina de Holanda, monarquías más acostumbras a abdicar cuando les llega la edad de la jubilación. Sólo un cambio de monarca podía salvar la monarquía española, y así se hizo.

Pocos dudan -yo tampoco- de los servicios que el rey Juan Carlos brindó al pueblo español en sus casi 39 años de reinado. El sólo hecho de haber logrado, junto al presidente Adolfo Suárez, la transición de la dictadura a la democracia y su actuación en el intento de golpe de Estado el 23 de febrero de 1981, justifican ampliamente su larga gestión como Jefe de Estado. Si a esto unimos su labor como embajador de la marca España el saldo, a pesar de sus evidentes errores en la etapa final de su reinado es, creo, muy positivo. Sin embargo, su manera poco ejemplar de comportarse en los últimos años, así como las crisis económica, social y territorial -los intentos separatistas del país vasco y sobre todo de Cataluña- han dado lugar, entre algunos sectores de la sociedad española -principalmente de los partidos de izquierda- a un nuevo planteamiento del modelo de Estado en dicho país.

¿Monarquía o República? se preguntan un buen número de ciudadanos, sobre todo los jóvenes -muchos de ellos surgidos del movimiento 15M que revolucionó Madrid y otras ciudades españolas hace tres años- que no vivieron la transición y que pusieron en tela de juicio el que Felipe VI haya accedido a la jefatura del Estado por el mero hecho de ser hijo de quien es. No lo hemos elegido mediante el voto, alegaron, mientras argumentaban que la soberanía reside en el pueblo, según la Constitución de 1978.

Ahora bien, para que el pueblo pueda elegir a su soberano, habría que cambiar el modelo de Estado que define a España como Monarquía, a través de la reforma de dicha Constitución. ¿Puede hacerse? Por supuesto que sí, una Carta Magna no es perpetua en el tiempo. Históricamente, no lo ha sido en ningún lugar de mundo (incluso la de más larga vida, la Constitución de los Estados Unidos de América de 1787 ha sido reformada a través de múltiples enmiendas) y mucho menos en España donde en el siglo XIX -el siglo en el que se consolidó en toda Europa el modelo liberal constitucional- hubo siete constituciones, más las siete leyes del reino en épocas del dictador Francisco Franco y las dos constituciones social-demócratas del siglo XX. Ahora bien, para ello habrá que ajustarse a las normas establecidas en la Constitución vigente en materia de reforma constitucional.

¿Puede hacerse a través de un referéndum? Esto es un problema de interpretación de las normas. Según la Constitución, cumpliendo determinados requisitos se puede convocar a un referéndum y constatar la voluntad del pueblo en términos generales. Habría que ver el procedimiento que tendría que seguirse en torno a este asunto. Pero lo cierto es que lo piden, además de varias iniciativas en las redes sociales, el líder de Izquierda Unida y el Parlamento catalán por iniciativa del partido que gobierna (junto a Convergencia y Unión), Ezquerra Republicana. Yo lo haría, pero por razones políticas más que jurídicas. Un resultado favorable a la monarquía serviría para legitimarla, aunque uno desfavorable crearía un conflicto más a los que ya tiene la atribulada España, como resultado de la crisis económica, todavía no resuelta a pesar de los últimos indicadores económicos y financieros. Por tal razón, a pesar de que por formación y familia me siento republicana, en este momento histórico me atendría a las palabras de San Ignacio de Loyola: "En tiempo de tribulaciones, no hacer mudanzas"

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