Lecciones de Filosofía del Derecho o Clases de Teatro: de cuando Correas (el actor), no habló como Correas (el jurista)

Publicado el 2 de septiembre de 2014

José Luis Ramos Mendoza
Estudiante de Maestría en Derecho, UNAM
jlmendoza@comunidad.unam.mx

Otro ejemplo de justicia ‘extrajurídica’ es el del maestro que no otorga la misma nota a todos los alumnos, sino que atiende, al calificar sus trabajos, al mérito de cada uno. En cambio, del que da a su discípulo consentido una calificación que no merece, o exige a los de la clase inferior un esfuerzo igual al exigido a los de la superior, decimos que es ‘injusto’. Podrá ser o no buen maestro, pero su justicia depende de que juzgue en forma igual los rendimientos iguales y desigualmente, pero en proporción a su desigualdad, los desiguales.

Eduardo García Máynez.

Un buen día de clases, de esos que en primavera son de los que mayor inquietud producen en los alumnos de los cursos de Maestría, el profesor entonces a cargo, considerado como un personaje de gran erudición y experiencia -al menos teórica pero experiencia al fin y al cabo- puso las cosas en claro al grupo y señaló la forma en que tendría a bien asignar una calificación a sus integrantes, resultando que la participación en el aula, algunos trabajos y la elaboración de un “diálogo” que tuviera lugar entre tres iusfilósofos o pensadores jurídicos de gran importancia en México y en el mundo, serían los elementos a considerar.

Una vez decidido lo anterior, esos mismos alumnos, emocionados con la oportunidad de hacer evidente el conocimiento que poseían desde sus estudios de licenciatura y de esa forma sobresalir entre sus pares, aceptaron tal forma “evaluatoria”, sometiéndose al sabio criterio del profesor, quien decidió libremente el trío de autores que le correspondería representar a cada equipo formado al efecto. Los estudiantes tomaron en serio sus deberes y comenzaron decididamente a redactar sus diálogos, consiguieron elementos de escenografía y vestuario, y terminaron convirtiendo aquéllas clases hasta entonces tan promisorias, en la preparación de una competencia artística, de esas que solo se pueden presenciar en Colegios privados o en canales de televisión de discutible contenido.

Aquí es obligado hacer una pausa. Puede pasar inadvertido para el lector que inexplicablemente los alumnos desconocían -porque probablemente nunca dieron un vistazo a su reglamento de estudios de posgrado- que a los profesores no les está permitido tomar en cuenta entre las opciones para calificar, la presentación de obras de teatro o cualquier otro equivalente, pero como dicen por ahí, el principio pacta sunt servanda no serviría de mucho si fuera una excepción el arrepentimiento de los contratantes, dicho lo cual, debieron atenerse a las reglas aceptadas -como si la ilegalidad fuera objeto de contrato-.

Se abre el telón. Un día caluroso Hart, Dworkin y Austin fueron los primeros en pisar el salón, convertido apropiadamente en una vieja biblioteca de la Universidad de Oxford, ofreciendo un diálogo previamente ensayado que se convirtió al final en una serie de ideas improvisadas, que sin embargo no dejaron de ser planteamientos inteligentes. Todo hubiera salido bien de no ser porque al actor encargado de interpretar a Hart, se le ocurrió hacer una broma -también improvisada- que terminó con las risas de los miembros del equipo y de los escuchas, pues se refería a esos profesores que “recomiendan” sus libros a sus alumnos y el susodicho profesor se sintió aludido “inexplicablemente”. Con todo pudieron sacar adelante una buena exposición de ideas y abrieron de algún modo las perspectivas de los demás, puesto que no es lo mismo animarse a dar el primer paso que seguir una ruta segura.

Posteriormente desfilaron distintos autores, que “decían” lo que supuestamente habían escrito en sus libros o por lo menos lo que el “actor” en turno entendió que su personaje había querido exponer en sus obras: García Máynez, Ost, Viehweg, Kelsen, Habermas, entre otros, estuvieron presentes para el regocijo de todos. Entre ellos un personaje llamó poderosamente mi atención, y se trató del Maestro “Correas”. Nuestro profesor nos había platicado previamente que era buen amigo de dicho académico, a quien conocía a la perfección, uniéndolos una amistad de muchos años. Fue extraordinario presenciar que bien vistas las cosas “Correas” parecía estar bien representado, sobre todo considerando que dicho papel correspondió a una actriz a quien por sus características implicaba un reto mayor, pues se trataba de una mujer joven y de voz suave, la cual no obstante que no equivocó en nada importante su parte de los diálogos, al final de su diálogo y como colofón, el profesor le dijo algo que llevarán en la memoria quienes presenciaron ese momento: “El Maestro Correas no habla como usted” vociferó el profesor, ante el asombro de “Correas” (la actriz) y de quienes disfrutaron de tan bochornoso evento. El contenido del diálogo, el gesto dramático, las pelucas con pelo cano, el maquillaje, etc., no fueron tomados en cuenta pues esa actriz no “habló” como Correas. Creo que no es necesario resaltar que el profesor pasó por alto la diferencia de voces existente entre una mujer de veintitantos y un hombre de más de sesenta.

Quiero imaginar que la erudición de que hablé al principio quedaba corta junto al caudal de conocimientos lingüísticos e idiomáticos necesarios para saber cómo hablaban y que tono de voz solían utilizar Viehweg, Kelsen, Hart, Habermas, Recaséns Siches, y muchos más -que sin duda alguna domina el profesor de nuestra historia-. Como resultado de tal ejercicio “artístico”, las calificaciones obtenidas no fueron las esperadas, pues la subjetividad del mencionado profesor lo impidió.

Al final del curso, algún alumno inconforme, de esos que nunca faltan y son la piedra en el zapato de las autoridades académicas, reclamó el proceder de su profesor y después de sostener una larga discusión en una serie de e-mails, en los que resaltó su participación en clase, trabajos y haber sobresalido respecto de los demás (Cuestiones que si están previstas como elementos a considerar en una calificación) el sabio maestro le dijo “Es que hubo mejores diálogos que el de ustedes”. La controversia culminó cuando en un tono un tanto irónico, el alumno manifestó que en su opinión y de acuerdo con su comprobante de inscripción, no estaba matriculado en ninguna clase de teatro sino de Derecho y que entre el diálogo de su equipo y el de los otros, la diferencia fue que no ofrecieron galletas, refrescos o chocolates, pero ¿Qué hubo de fondo? ¿Qué aspectos no abordaron de buena manera?

Ojalá la subjetividad y las “injusticias” den paso a criterios objetivos en la evaluación de los alumnos. El “magister dixit” no desaparecerá mientras se tolere que se imparta cátedra -léase clases de teatro- dando la espalda a los reglamentos vigentes.