Cuando se mata en el nombre de Dios*

Publicado el 22 de septiembre de 2014

Alberto Patiño Reyes
Académico de tiempo completo de la Universidad Iberoamericana, profesor de Derecho y Religión
alberto.patino@ibero.mx

De indignante calificaría el suceso en que decenas de efectivos del ejército sirio y cautivos del grupo extremista ISIS son asesinados en una escena dantesca que dio la vuelta al mundo a través de la televisión y las redes sociales. Para dar muestra de su actuar utilizan decapitaciones, crucifixiones, matanzas, entierro de víctimas vivas, la limpieza étnica y religiosa (especialmente contra los cristianos); son sólo algunas de las técnicas de sus mercenarios. Al Qaeda comunicó no ser responsable de sus atrocidades.

Ante las acciones violentas para implantar por la fuerza y la amenaza el Estado Islámico de Irak y Levante, la opinión pública mira —por un lado— cómo avanza el fundamentalismo musulmán en Medio Oriente, al que perciben joven, decidido, radical y sangriento. Mientras a Europa la observan vieja, indecisa, lenta y cobarde. Ni qué decir ya del gobierno de Obama: apenas en enero pasado sostenía que el Estado Islámico era un “grupo de aficionados”; ahora —hace apenas unos días—, quizá demasiado tarde, reconoció que representaban una verdadera amenaza y destacó su brutalidad.

Cuidado en condenar a una religión en particular. Traigo a colación la raíz de la palabra islam: silm, cuyo significado es paz. El espíritu del islam es el espíritu de la paz y el islam es la religión de los musulmanes. En todo caso, resulta abominable la interpretación literalista de las Escrituras traducida en el fundamentalismo de un grupo disímil a la mayoría que pugna por imponer su punto de vista a costa —inclusive— de eliminar al disidente e incitando a sus seguidores a ser cruentos.

Ante tales acontecimientos, ¿cuál ha sido la respuesta de la comunidad internacional? La Asamblea General de Naciones Unidas, el 28 de marzo del presente año, daba cuenta de la Resolución 25/34 aprobada por el Consejo de Derechos Humanos, relacionada con la lucha contra la intolerancia, los estereotipos negativos, la estigmatización, la discriminación, la incitación a la violencia y la violencia contra las personas por motivos de religión o de creencias. En su último número “pide que se intensifiquen las iniciativas internacionales destinadas a fomentar un diálogo mundial para promover una cultura de tolerancia y paz a todos los niveles, basada en el respeto de los derechos humanos y la diversidad de religiones y creencias”.

El diálogo quizá sea un primer intento para reconocer los aspectos comunes y diferenciales entre los seres humanos. O tal vez la reacción de la ONU en este conflicto no está a la altura de lo deseado para alcanzar la paz; no vemos una iniciativa planetaria firme para promover el diálogo urgente que baje la intensidad de la violencia. El papa Francisco, fundido en un abrazo —en el Muro de los Lamentos— con el rabino Abraham Skorka y el líder religioso musulmán Ombar Abboud, conocido como el abrazo de las tres religiones, logró poner en el plano internacional la importancia del diálogo entre religiones como un primer paso en la búsqueda de la convivencia pacífica y el respeto entre los hombres, dando una lección de que la violencia, si se combate con violencia, provocará un caos y heridas difíciles de sanar.

Cuando los hombres tienen la necesidad de pensar sólo en su Dios, no los detiene nadie. Los representantes de Dios en la Tierra pueden ayudar a que los hombres se detengan y no se destruyan —precisamente— en nombre de su Dios. Una mano de los líderes mundiales, sin duda, ayudaría mucho.

NOTAS:
* Se reproduce con autorización del autor, publicado en www.forbes.com.mx, el 16 de septiembre de 2014