“Ética para Amador”, Savater detrás del espejo

Publicado el 23 de octubre de 2014

Raymundo P. Gándara
Profesor-investigador del Centro de Investigaciones Judiciales de la Escuela Judicial del Estado de México
rp_gandara@hotmail.com

Hace algunos años, atisbé en esta obra del filósofo español, para enterarme de su contenido. Tiempo después vuelvo a hojear la publicación más exitosa (famosa) de Fernando Savater y con ello a confirmar la opinión que desde entonces tengo y que adelanto: sigue siendo la misma que me produjo aquella ya lejana lectura: Desde mi punto de vista, esa obra propone a un Savater como un diletante de la educación ajena.

Para desencanto de sus muchos seguidores y hasta corifeos. Creo que flaco favor le hace al fortalecimiento de una cultura de la ética universal (al menos occidental)  una obra como ésta.

Considero que después de esta afirmación, más de uno levantará la cejas o fruncirá el ceño y con justificada razón, este libro lo precede la fama que muchos de sus lectores le han creado desde su aparición, incluido su sello editorial. Los primeros por gusto y afición; que para mí, ello está bien, el segundo, por cuestiones meramente mercantiles (se vende) que según yo eso es cuestionable.

Dicho lo anterior, entro en materia. Desde mi perspectiva, Savater pretende sin declararlo, hacer una propuesta universal de una ética que me parece sesgada, pues siguiendo el pensamiento de Popper, en su caso, la ética savateriana requiere de apellidos, esto es, de calificativos que acoten la aplicación de su validez a un grupo socialmente determinado en un lugar y en un tiempo también específicos, por ejemplo no piensan igual los niños árabes, japoneses y chinos que los niños occidentales, ni aún los niños occidentales , como veremos más adelante piensan igual; por lo que la posición del autor a pesar de que se apoya en la  hispanidad para pretender legitimación ideológica mediante un conjunto de valores comunes, deja sin definir cuáles y cómo son esos principios y valores que unifican a los hispanoamericanos, por consiguiente no explica esa pretendida hispana universalidad; lo cual, de suyo, es en sí una conducta intelectual temeraria. Ni en la península ibérica, donde al menos vascos y catalanes no sienten “su hispanidad”, ni en México, mosaico multicultural, donde hay muchos “méxicos”, se puede hablar de uniformidad de pensamiento ético.

En ese sentido leo en el sustrato del discurso de Savater un posicionamiento judeo-cristiano occidentaloide, con una poderosa carga  clasemediera cuyo discurso va dirigido a una sociedad urbana, cuyo status económico y cultural está definido en las llamadas clases medias ilustradas de fines del siglo pasado. Luego, no debe aplicarse sin las reservas de cada caso, como pretende el autor, a otros sujetos sociales. Si se dirige a un grupo determinado que comparte los mismos o semejantes valores, ello me parece hasta cierto punto plausible, pero no lo es si  se pretende, desde una afirmativa implícita, que los demás también coincidan y se identifican con esos valores y por lo tanto sea aplicable erga omnes. Ellome parece al menos un despropósito. Desde una cierta lectura Savater da la impresión de pretender ser mutatis mutandis epígono de Jean Jacques Rousseau y su “Emilio o la  Educación” (escrito en 1762).

El posicionamiento de Savateriano me obliga a confrontar su pensamiento con el de Paulo Freire (“La Educación como Práctica de la Libertad”). El primero propone una posición acomodaticia, previamente conformada y acabada plegada al establishment entendido como inconmovible e invariable(eres libre de hacer y decir siempre y cuando no te coloques más allá del statu quo) el segundo propone una crítica de ese statu quo,  una posición en crisis, de cambio, el primero una moral acabada, estática, inmutable, el segundo una nueva moral, acorde a los tiempos, una moral posmoderna, de vanguardia; el primero propone la moral de los privilegiados (que tienen agua potable, acceso a la salud, desayunan cereal, y pueden lavarse los dientes) el segundo la moral de los marginados, los parias de la modernidad, los proscritos de los beneficios del capitalismo. El primero propone una ética de la sumisión disfrazada de libertad (en la medida que hagas y digas  lo que los adultos te imponemos tendrás una “buena” recompensa) el segundo una ética actuante de y para la libertad (la libertad es referéndum entre iguales que se ejercita todos los días, es acción cotidiana en una dialéctica entre el individuo y la colectividad. La ética libertaria se construye y se gana todos los días).

Qué enseñar, para qué enseñar, cómo enseñar, ese es el quid. Y es que los principios y valores cambian de lugar a lugar y de tiempo en tiempo, por ello  el concepto de libertad,  que el autor propone como la esencia de la ética es necesariamente cambiante, pues ese valor, no es el mismo para una cultura que para otra, (lo atisba, pero lo sesga Savater)  ni aun para los que tienen o pertenecen a la misma nacionalidad, por ejemplo, como ya advertía líneas arriba, el concepto de libertad no es el mismo para nuestros abuelos que para nuestros padres y más aún, para la generación de la posmodernidad y el nuevo milenio; tampoco el concepto de libertad es el mismo para los pueblos indios que para los mestizos, para los que viven en el  primer mundo que para los habitan en los países subdesarrollados. Decía Bernard Shaw que “la libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres le temen tanto”.

Considero que se debe hacer una lectura extrapolada de Bertrand Russell (Educación y el Orden Social, 1932) que decía que “Los educadores, más que cualquier otra clase de profesionales, son los guardianes de la civilización”; y así mirar hacia el futuro sin dogmatismos, sin la tentación de querer dictarle (de dictadura)  al futuro nuestras propias reglas del juego; que además de ser de suyo  fatuo es petulante y nada pedagógico. Lo que sí, no sólo podemos, sino debemos, es trasmitir nuestra experiencia, sin más deseo de que se aprenda de nuestros errores y quizá de algún acierto. Si mañana desde una central ideológica, se le determina al individuo qué es lo que debe sentir, pensar, desear, es porque ese individuo ha dejado de ser lo que siempre fue un contestatario y se ha, o lo han convertido, en un ente desposeído de voluntad y por lo tanto de la más valiosa cualidad: su  humanidad, entendida esta como la libertad de ser él mismo como sujeto histórico y sujeto social.

No se debe, con el pretexto de la buena fe, imponer una visión particular del mundo a quienes aventuran y arriesgan su enseñanza en nuestras aulas (ironizaba Bernard Shaw: “Deje de educarme cuando tuve que ir al colegio”). Dice el  pedagogo Paulo Freire: “enseñar exige respeto a los saberes de los educandos”; yo agregaría y a la inteligencia de los educandos luego, si esto es así, es menester hacer la autocrítica de la conducta propia. El magister dixit ergo verum est debe ser erradicado, no sirve y sólo ahonda las diferencia, más aún provoca, quizá sin intención, pero sí en sus consecuencias,  una innecesaria  querella de generaciones.

Leer el pensamiento del guipuzcuense a los niños y jóvenes de hoy, sin importar la condición no sólo socioeconómica y cultural, sino desde el abismo que  se da entre las maneras de comprender y de vivir el mundo de la posmodernidad de estas generaciones con las anteriores,  no sólo es un despropósito, sino una aberración. Los niños y jóvenes miran a los adultos desde una perspectiva  arqueológica. El universo de ellos se inscribe en un cambio de época donde los neoidealistas y los neorrealistas necesitan encontrar y en su caso construir puntos de convergencia posibles y por tanto ciertos.

El cuestionamiento a Savater es: a qué tipo social de niños y jóvenes dirige sus enseñanzas; pues en Hispanoamérica no hay uniformidad alguna que pueda referir con acierto “los valores de todos”. En mi opinión es pretender como sucedió en las Colonias de ultramar, llamadas “el nuevo mundo” imponer sus creencias: “los indios están para callar y obedecer”, luego lo que ellos piensan y creen no vale. Situación que a la fecha aún persiste;  por lo tanto “nosotros somos lo que sí sabemos lo que les conviene”. En ese entonces, lo ético era servir a la corona y a la iglesia. La servidumbre india y hasta criolla consistía en que las reglas se imponían desde las cúpulas del poder y debían cumplirse, so pena del castigo (desde el látigo hasta la hoguera).

La metrópoli no era la excepción, para ello el fraile dominico Tomás de Torquemada confesor de Isabel la Católica y primer inquisidor, ideó la “santa inquisición”, así, con minúsculas. En contrapartida, se daba un premio: La Real y Americana Orden de Isabel la Católica creada por Decreto Real (1815) ésta se concedía a quienes por el aprecio hacia la monarquía defendían los derechos de su majestad con lealtad, celo, desprendimiento, valor y otras virtudes frente a los insurrectos. Obviamente Hidalgo, Morelos y demás transgresores no sólo del derecho sino de la moral, no eran acreedores de tal distinción, pues ¿qué siervo de Dios podría levantarse frente a los sacrosantos derechos de los reyes? (omnis potestas a Deo), los tales eran criminales que atentaban contra el estado y las instituciones de la sociedad colonial, obvio, fueron ejecutados. Los valores cambian de lugar a lugar y de tiempo en tiempo, los que para los peninsulares eran criminales para los americanos se erigían como héroes.

La Ética se cumple sí y sólo sí, se da el convencimiento, la autosugestión y la autogestión de una sociedad desde sí misma y para sí misma en un lugar y  tiempo determinados. Para ello es menester llegar a ciertas creencias que se asumen como válidas respecto de algo o de alguien. Ese acto de creer se realza mediante asociaciones mentales cuya justificación confrontada con la experiencia de una realidad concreta está dirigida a un propósito que se considera preponderante, valiosos, necesario y común (Fromm). Si esto es así, luego, unos y otros estaban en lo correcto según sus valores

Ello muestra cómo los grupos sociales, de acuerdo a su tiempo y circunstancia, crean lo que para ellos y sólo para ellos es lo moral, indistintamente que sus creencia sean o no compartidas por otros; se puede coincidir en la fórmula abstracta de que es lo bueno, el bien, lo correcto, lo santo, etc., sin embargo, cuando esos conceptos se llenan de materia axiológica concreta, de contenidos producto de las creencias de un grupo vis á vis otro grupo, las discrepancias se hacen manifiestas. En la antigua cultura Inuit (esquimal) cuando los individuos son viejos abandonan el hogar o son abandonados para morir de inanición y eso es moral, sin embargo, en la cultura occidental ello sería, en unos casos suicido, por lo tanto inmoral, y en otros,  para los familiares, además de inmoral, constituiría el delito de abandono de persona.

Por muchas razones (por ejemplo el boom de las  comunicaciones)  la sociedad mexicana del siglo veinte está muy distante de la actual. Todavía entrada la segunda mitad del siglo pasado (el tiempo de nuestros abuelos y nuestros padres) era moral que hubiese hijos llamados legítimos para diferenciarlos de los Bastardos (bastardo es aún una manera de insultar o menospreciar a alguien) llamados eufemísticamente “nacidos fuera del matrimonio”. Hoy ello es inadmisible.  En esa época la mujer divorciada (dejada) cargaba el estigma de la culpa (por algo la abandonaron). El marido le “prohibía” (lo moral era que el hombre sujetara a la mujer a sus designios) a la esposa tener tratos con la divorciada y no se diga con la madre soltera, ¡ello no era de personas decentes! En esas épocas ninguna mujer podría haber acusado a su marido de violación: ella tenía la obligación de cumplir con el “débito conyugal”, si no entonces para qué se casó. Hoy la generalidad de la sociedad considera inmoral que se cobren intereses de los intereses (técnicamente anatocismo, eufemísticamente llamado capitalización de intereses) aquí la norma jurídica no se corresponde con la idea que muchos tienen de lo ético.

Si esto es como lo es,  sólo el grupo social cualesquiera que este sea, es quien dice qué es lo moral, qué es lo ético, dicho de otra manera, lo ético o lo moral son  una categoría histórica que tiene su propio lugar y su propio tiempo y es la sociedad concreta quien dicta el contenido y los  alcances del paradigma de lo moral.

En ese orden de ideas, el posicionamiento de Savater es la prolongación de un ejercicio sostenido por otros autores que pretendían medir a los individuos que integran una sociedad con el mismo rasero, sólo por citar algunos ejemplos de México: Octavio Paz, en “El Laberinto de la Soledad” (1950) quien sólo alcanza  a describir una parte del mexicano urbano habitante del altiplano; Samuel Ramos, en “El Perfil de Hombre y la Cultura en México” (1957) que de suyo se refiere a un grupo socialmente focalizado;  Gabriel Careaga, “Mitos y Fantasías de la Clase Media en México” (1984) que propone como objeto de estudio a un cierto grupo de individuos también de corte urbano, Santiago Ramírez, “El Mexicano: Psicología de sus Motivaciones”, 1959) donde pretende darle sentido a los rasgos de conducta que conforman una posible identidad única de lo mexicano).

Aceptar los valores y las consecuencias que propone Savater, es aceptar que desde su posición “clase mediera española” es posible adoctrinar a los demás hispanohablantes sin rubor alguno. De ahí que valga el cuestionamiento: Quién puede legítimamente decirle a los niños y jóvenes de otra latitudes, con universos no sólo distintos sino hasta contradictorios, el qué y el cómo de los valores dados en una sociedad en un lugar y tiempo determinados.

El autor vivió el franquismo y su moral y hoy también participa en la construcción de la moral pos-franquista, a lo que cabe interrogar: en qué parte del espectro ético él mismo se ubica; hasta dónde tengo información, no lo ha dicho (ni en sus obras a propósito: “Ética como Amor Propio” y “Ética de Urgencia”) y ello es necesario a la hora de pronunciarse en cuestiones de Ética, Savater da por implícita su postura, pero en Ética se requiere ser explícito (to be or no to be, that is the question -Hamlet-).

Desde mi óptica, las enseñanzas de Fernando Savater son las enseñanzas a “las  y los niños bien”. En contrapunto, me recuerda a “las Niñas Bien” (2004) que  “compran luego existen” (1992) de Guadalupe Loaeza, son las enseñanzas aquellas de las que da puntual cuenta el “Manual de Carreño” (1853) como el ejercicio de las “buenas conciencias” para decirlo en los términos de Carlos Fuentes (1959).  A propósito del autor de “La Muerte de Artemio Cruz”, recuérdese el caso de la maestra de secundaria de un colegio privado del Distrito Federal, que fue cesada por la influencia del poder sensor del entonces Secretario del Trabajo licenciado Abascal, porque  la mentora les recomendó a sus alumnos  leer la obra “Aura” (1962) del susodicho autor. Para la maestra y los demás lectores durante 39 años fue una obra literaria digna de leerse, para el Secretario no lo fue, en cuanto que era una lectura para su hija. La Dirección del colegio de monjas  Félix de Jesús Rougier, con el argumento de que el libro no se apegaba a los programas propuestos por la SEP, despidió a la maestra Georgina Rábago.

Fernando Savater, sutilmente desliza lo que en su parecer debe ser y no ser una sociedad, la cual concibe como producto de su propia experiencia. Me queda claro que ello es así porque necesariamente el autor es producto de su tiempo (el hombre y su circunstancia diría  José Ortega y Gasset) y como tal está constreñido a pensar así; indistintamente que por alguna razón, en algún momento pudiese cambiar de parecer.

Sin embargo, no debe perderse la perspectiva de que, como decía Carlos Marx (Marx el científico, porque Marx el ideólogo, hoy está muy devaluado) “no es la conciencia lo que determina la realidad, es la realidad la que determina la conciencia”. De ahí que el autor hable influido por su mundo de relación, el cual puede tener puntos de convergencia con el de otros individuos, sin embargo, esos puntos convergentes no necesariamente son idénticos, parecidos, trasladables o intercambiables  y por tanto aplicables de un grupo a otro,  por lo que una copia extra lógica y ahistórica de los mismos necesariamente se desfasa en las distintas realidades que afronta cada sociedad históricamente considerada.

Si ello es plausible, el aceptar qué es o cómo debe ser la “ética para los demás”, se estaría ante una acción coercitiva de creencia y manipulación, que llevaría a censar a los grupos sociales al grado de pretender una sociedad homogénea, pétrea, inamovible, que se perpetúe en el transcurrir de los tiempos. Y ello, además de imposible es inadmisible.

Son los pueblos no los individuos los que tiene el monopolio de hacer su moral. Las voces individuales obviamente siempre se manifiestan y eso es inevitable, pero no son necesariamente  la pauta a seguir. Por llevarlo al extremo, en la Alemania de Hitler, un puñado de ideólogos e intelectuales, dictaba lo que era bueno  para la raza aria. Hoy, estamos frente a la disyuntiva entre el “bien” y el “mal”. El choque de las civilizaciones es una doctrina social auspiciada por el prurito anti musulmán en los Estados Unidos de América y sus aliados (cfr. Samuel Huntington: The Clash of Civilizations, 1998). Desde esa perspectiva es dable que surja la tentación de crear un nuevo índex librorum prohibitorum, para poner en él las ideas que no son aceptadas por los “censores”.

La Ética como el lenguaje, se construye por las sociedades humanas, por lo pueblos, según sus deseos y sus aspiraciones colectivas, es cierto que en ella dejan su huella no sólo grupos sino hasta individuos cuya influencia está claramente marcada en las formas de ser, por ejemplo, la influencia de los Beatles es manifiesta. Los sesentones abuelos de hoy, en su juventud fueron criticados por oír “Rock” (“beatliomanía”) música que no iba  con “nuestra idiosincrasia”, nuestra tradición era la música campirana (música ranchera) el bolero, el danzón, etc., por lo que surge la pregunta: entonces, por qué los padres de los abuelos de hoy  bailaban “Swing” ¡Qué inmoralidad de baile!, exclamaban los viejos “porfirianos” de entonces que preferían los valses. Pero ellos a su vez furtivamente se colaban a los teatros de burlesque a mirar bailar el “charlestón” a las tiples de María Conesa (1892-1978) en el mundano teatro de variedades, conducta que desde una ética victoriana, la liga de las buenas costumbres condenaba (ironías: para contrarrestarlos se creó el Partido Estudiantil Conesista). Hoy la “Gatita Blanca” como se le llamó a la Conesa, es reconocida como un mito, como la diva del teatro de revista mexicano. Luego, la idea de lo moral que tenían los de entonces dónde quedó.

Es pertinente alertar, que a veces detrás de ideas aparentemente inocuas, se esconde la intolerancia a las distintas maneras de pensar, afirma Paulo Freire  que “Sólo educadores autoritarios niegan la posibilidad entre el acto de educar y el acto de ser educado por los educandos”. Se educa con el ejemplo. No se vale decir: “hagan lo que les digo, no hagan lo que hago”. El caso del Rey de España es elocuente va a Botsuana (África) a una cacería de elefantes y se retrata con el “trofeo” de su crimen contra la naturaleza sin el menor pudor. Hoy no sólo  se cuestiona la inmoralidad de dar muerte a los animales en libertad sino a explotar y retener a los animales en cautiverio (espectáculo circense). Ello no se cuestionó en tiempos pasados, sin embargo, hoy la moralidad es otra.

El contexto de la educación de los individuos no debe plantearse con tanta simpleza: la “cultura de la moralidad” de aquellos, los que desde nuestra  petulancia llamamos ignorantes, tiene un conocimiento moral ancestral acumulado por generaciones (los usos y costumbres) que es necesario reconocer y justipreciar y de ello aprender (la cosmovisión de los pueblos originarios). Por desgracia esos conocimientos para esta sociedad de consumo sólo tienen valor de folklore, y por lo tanto son eliminables o sustituibles.

Esas creencias no justifica la pretensión de los grupos dominantes que pretenden tener el control de los “distintos”, como son las maneras de ser de los pueblos originarios, sin embargo, se niegan  a entender (discriminación) que  sin ellos no hay mundo posible, de ahí venimos y por ellos somos.

Fernando Savater no pregunta a “los otros”, él simplemente propone  su verdad como principio y desde luego, que es válido decir lo que uno piensa; solamente que el pensamiento propio no debe adjudicarse, sin más y porque sí a todos y a todo entorno social, en este caso de los mexicanos (ni aun de los españoles) ergo, debemos concebir la ética como un dialogo concreto pero siempre inacabado entre generaciones, como una interlocución desde donde se cree y se recreen las culturas, esas que nos muestra la UNESCO: una interacción mediante el diálogo en el que la diversidad y el rechazo a la uniformidad son la mejor defensa de los valores que cada sociedad detenta como propias, sin que ello implique etnocentrismos o encierros estúpidos, menos en esta época de necesaria globalización (la aldea global de Mc Luhan) y por tanto, sin el desprecio ni menoscabo de los valores ajenos o diversos que detenta cada grupo social, los que deben ser respetados y reconocidos. Los mexicanos entre sí somos diversos, somos una unidad jurídica estatal de diversidades, aprender a convivir debe ser el desideratum ético de una sociedad abierta y democrática.

Yo pondría como un ejemplo de pretendida imposición, de la unilateralidad el pensamiento de Savater, pues como él mismo lo señala, (escribe en primera persona) habla desde la subjetividad, en que un individuo, dice y se dice desde su yo unidimensional (Marcuse 1981). Advierte Herbert Marcuse que “la eficacia del sistema impide que los individuos reconozcan que [el sistema] mismo  contiene los elemento que comunican el poder represivo de la totalidad, de modo que el sistema tiene el poder suficiente para neutralizar la imaginación y la capacidad crítica de los individuos creando una dimensión única del pensamiento. Tal poder permite al sistema absorber cuánta oposición se le presenta y, a través de los medios de comunicación y la aplicación de la razón instrumental, en sus mensajes, generar una única dimensión de la realidad”.

Pero de ninguna manera puedo admitir que ese mundo que Savater ve sea necesariamente así como él lo mira. Dice Marx  “como somos pensamos” y ello es fatalmente cierto. Para el autor “vivir bien la vida humana” (p115 y ss.) es tener y obtener un cúmulo específico de bienes terrenales y espirituales, en el sentido que daban a la expresión los enciclopedistas (hacerse de cosas, de satisfactores) mientras que para otros el “vivir bien” tiene otro sentido, cuyos derroteros, no son mejores ni peores, sino diversos. Por ejemplo “el deber cumplido” en Kant y la concepción ética de un monje cartujo son ejercicios marcadamente diferentes a la concepción ética de un corredor de bolsa de valores.

Finalmente, suscribo eso sí, en todos sus términos la fatalidad del epílogo savateriano, que ríe ante el pensamiento de Wittgenstein, aunque adrede, dejo de lado su victoria pírrica al solazarse de estar en los libreros de un buen número de compradores. Después de todo su libro es mercancía que se vende y por ello el autor, como su editorial, deben estar de plácemes. Así es el mundo de los best seller. Harry Potter, vende más que Cervantes, Shakespeare, Kant o Carl Sagan o de cualquier Premio Nobel juntos; es el sino de los tiempos, ni mejores ni peores, sino de otredad (que se construye a partir de la oposición y la alteridad). Hoy estamos ante una pléyade de “escritores-filósofos” que disertan desde sus obras de reflexión y auto ayuda: “Quién se comió mi queso”; “el monje que vendió su Ferrari”; etc.

Por lo tanto, como lo afirmé líneas arriba, prefiero adherirme a la modesta pero luminosa lección de Paulo Freire (“Pedagogía del Oprimido” 1970), cuando afirma “Es preciso reinventar el mundo, la educación es indispensable en esa renovación” [porque] “el mundo no es, está siendo”;  a lo cual agregaría: reinventarlo sí y sólo sí, es con el concurso de todos, o al menos de la mayoría que integran la sociedad que nos tocó vivir.

Lo antes argumentado permite hacer una conclusión de acercamiento a la discusión, obviamente, ésta es sólo una de tantas vertientes de lectura de dicho fenómeno: el deseo de darse un conjunto de principios y valores es una constante entre los grupos sociales con un cierto grado de civilización, pues constituye una aspiración el perfeccionar su sociabilidad mediante formas de conducta que reconocen como pertinentes para ser ejercitadas por sus integrantes.

Como decía líneas atrás, esos grupos socialmente organizados, a través del trato cotidiano y prolongado adquieren una conciencia histórica y social respecto de qué es lo mejor para la vida comunitaria del grupo. Con base en esa experiencia buscan y deducen, de entre los valores y principios que se practican en el seno de esa sociedad, aquellos que consideran los más idóneos para el grupo, cuestionándose, por una parte, qué es lo que desean para una convivencia que perfeccione la dignidad humana y por la otra, qué es lo que tiene que considerar para que ello sea factible.

La respuesta de ambas situaciones, la encuentran en sí mismos, pues nadie mejor que el propio grupo conoce sus debilidades y desaciertos pero también sus fortalezas y virtudes. Desde esa dialéctica, cada agrupación humana, sin importar su magnitud, crea necesariamente sus propias aspiraciones éticas.