¿Por qué el ESTUDIANTE DE DERECHO vicia su formación profesional y académica?

Publicado el 13 de noviembre de 2014

Emmanuel García Sandoval
Estudiante del séptimo semestre de la Facultad de Derecho, UNAM
sandoval_011@hotmail.com

El joven que incursiona en el aprendizaje del Derecho, luego de un sinuoso camino por los niveles de educación básica y media superior, enfrenta el reto más grande de cualquier aspirante a PROFESIONISTA: Ensamblar un criterio y conocimientos propios más depurados. Mal inician su camino al pensar que saldrán airosos de éste desafío haciendo simples lecturas de obras de gran manufactura que con el transcurso de los ciclos escolares se han vuelto inconmensurablemente populares, además, empeoran su andar gracias a la férrea necedad del profesorado por inculcar en cada uno de sus pupilos, las directrices que formaron a su propia generación o a sus mentores anteriores.

La displicente actitud del cuerpo estudiantil y claustro de profesores hacia el binomio enseñanza-aprendizaje del Derecho puede notarse en el deseo natural de los primeros e identificado por los segundos, de crecer en intelecto y aptitudes para acceder al MERCADO LABORAL.  Podemos aseverar que la estratificación social, el nivel productivo de la nación, la fuerza de su economía y el grado de competencia por conseguir empleo derivado de la sobrepoblación, son los factores de mayor injerencia en las pretensiones de los jóvenes en éste Estado.

Para el infortunio de quienes anhelan consolidarse como licenciados en Derecho la situación apremiante de sus familias y la evidente urgencia por adaptarse a sus condiciones de vida como factores de producción, los ha orillado a buscar una plataforma que dote de recursos y herramientas para sobrevivir en ésta jungla de consumismo, sobreexplotación, capital, mercado, permanentes reformas al orden jurídico y una nauseabunda alienación de la población.

El estudiante de Derecho se encuentra sujeto a un solo propósito: obtener el reconocimiento de las instituciones correspondientes a las que el Estado ha delegado la función de titular mediante cédula si satisfacen créditos en el aula o en el terreno de lo fáctico, porque es la única llave que traslada de un escenario precario, desprovisto y extremadamente limitado a un terruño en el que se multiplican y abundan las posibilidades de gozar de remuneraciones económicas, privilegios, premios, e incluso, ignorancia consentida en algún instante.

Ante tal pretensión, el estudiante no observa una manera más óptima de escalar hasta ese peldaño o palestra de conocimiento y aptitudes productivas sino a través de la tutela, directa o indirecta de un instructor académico. Gracias a su orientación, experiencia, sapiencia, pericia, diligencia y en ocasiones prestancia, el maestro se convierte en un oráculo real, prístino y prolífico para el estudiante azorado que puede depositar y consignar sus más superficiales ambiciones en él, porque con ello no sólo recogerá loas de sus compañeros, conocidos y familiares sino que podrá imitar el comportamiento de su maestro a tal grado de incidir en un mimetismo.

Podríamos también partir de la hipótesis de que la avidez del estudiante por retener la mayor cantidad de conocimiento teórico y luego conseguir el empírico de la materia, para disfrutarla con ligereza, estudiarla, forjarla y luego manejarla,  es exactamente lo que lo lleva a adherirse a la intelección de su profesor, aquél que más le convence, atemoriza, exige, presiona o humilla incluso, pero siempre quien ya goza de autoridad, popularidad y a veces, atribuciones tan amplias capaces de movilizar a todo un alumnado que ciegamente creerá en sus palabras.

No busca quien suscribe allanarse a los postulados de educadores de gran estirpe académica que con antelación hablaron sobre éste paradigma, porque si bien han ahondado escrupulosamente los relieves de tal tópico, importa que demostraron que con el empleo de herramientas pedagógicas y métodos eclécticos (teoría, práctica y filosofía) ES FACTIBLE UNA FUSIÓN ENTRE ALUMNOS Y MAESTRO, discrepante con aquellas épocas en que el cuerpo docente era visto como un Colegio de Próceres de nuestro Derecho mexicano, proclives a la verdad y que eran aclamados con fiereza por el estudiantado, repitiendo esos moldes de superioridad del tutor sobre el pupilo y haciendo de la enseñanza del Derecho una excusa para sobreseer oportunidades puras de evolución y crecimiento.

El alumno tendrá siempre la certeza de que acudir a la regularización que un docente pueda brindarle no implica extremos dolorosos, como venerarlo hasta colocarlo en un pedestal o, verlo desinteresadamente y tomar sólo lo que represente utilidad. Es posible homologar las metas de crecimiento y escindirlas después para matizar los frutos o resultantes que obtuvo cada uno de los partícipes. Estamos en un período en el que la retroalimentación en las aulas  recompensa a todos los allí presentes con una progresión exponencial de su sabiduría, cultura y experiencia de vida.

No creemos necesaria una relación de supra a subordinación, ni una conducta sumisa, sólo de mutuo respeto en la que existe disposición y no temor a errar. Expulsemos la ideología minimalista de idealizar a quien ya vivió éste rol estudiantil y pensamos que puede perfeccionar nuestro recorrido y adjudiquémonos el objetivo primordial de ayudar al profesor a agilizar su cátedra. Para aquellos que priorizan su estabilidad económica antes que la educativa, no tengo respuesta más que exhortarlos a que en la medida de lo posible disminuyan su ansia por concluir la carrera y hallen la forma de canalizar el incalculable valor de universalizar su ser y asimilarlo ahora que tienen espacio para absorber toda la información que puedan y cuestionarla, ya que una cédula profesional otorga más responsabilidad por resultados que apacibilidad por haber terminado.

Presionar el surgimiento de esa faceta como trabajadores, docentes, directivos, empresarios, comerciantes, etc., gestará en sus actuaciones ulteriores un desequilibrio estructural y material por no haber mezclado bien sus nuevas obligaciones trascendentales en sociedad con aquellas que debieron colmar cuando estuvieron estudiando o aprovechando todo elemento benigno y a veces adictivo que un sujeto denominado profesor, te imbuía con gestos naturales, tratamiento humano y especial sensibilidad, sin que  estuvieras compelido a rendirle honores como ente omnipotente y omnicomprensivo, sino sólo recibiendo sus donaciones y procesándolas como contraprestación a futuro, empresa entre ambos partícipes que derivará en sano desarrollo, uniformidad , eficacia y efectividad para casi, todos los ámbitos de su vida.

El profesor, sea flexible o no con su cátedra y evaluación, difícilmente cambiará su postura al interior del aula e incluso fuera de ella, si el alumno no se preocupa por cuestionar lo que le pronuncia en cada sesión. Es menester del estudiante apreciar al profesor en su carácter falible y humano, porque históricamente idealizar figuras de autoridad no reporta un beneficio presente ni futuro ya que volveríamos al mismo escenario en que no hay aspiración estudiantil por optimizar su conocimiento ni deseo del profesorado por explotar al máximo sus lecciones, perdemos todo sentido de realidad con esos hábitos.