Ecocidio y culturicidio: nuevas formas de la criminalidad

Guillermo José Mañón Garibay
Investigador en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM,
guillermomanon@gmx.de

Introducción

La reflexión ecológica del siglo XX consideró en un principio —como en el Informe Brundtland de 1987— que el medioambiente y el crecimiento sustentable eran sólo respecto al entorno físico-natural. Ya en la Conferencia de Río de Janeiro de 1992 se incorporó la noción de medioambiente sociocultural, económico y político.

En el presente escrito deseo dejar patente la relevancia de haber ampliado el concepto en la Conferencia de Río de Janeiro, y, a su vez, propondré que se considere el crecimiento sustentable también respecto del medioambiente sociocultural y político, sobre todo dentro del desarrollo del turismo rural en México.

Ya nos hemos acostumbrado a evocar las playas mexicanas con la imagen del sol y de la holganza, porque a lo largo de todo el año, especialmente en verano, una multitud de turistas abarrota nuestros litorales, ávidas de otro ritmo de vida; fascinadas y fatigadas, ocupando durante unas cuantas semanas playas, terrazas, bares y cafés de los hoteles.

Desde hace un siglo, el número de tales invasores transitorios aumenta inexorablemente. Al comienzo fue un puñado de adinerados privilegiados, hoy son más de diez millones, el equivalente a la población nacional total a principios de siglo XX. Si damos fe a los expertos, en el futuro próximo serán más de quince millones. Esta multitud constituye una especie de horda invasora deseosa de tomar posesión de las playas, pirámides, iglesias, plazas, museos y mercados artesanales.

Su paso establece una nueva división del calendario entre días “fastos y nefastos”, según ocupen el lugar los viajeros adinerados extranjeros o las masas modestas de nacionales. Al comienzo fue Acapulco, después Mazatlán, Puerto Vallarta, Cancún, Huatulco, Los Cabos, etcétera. Sin embargo, esto ahora ya no es suficiente: las economías emergentes demandan más entradas de dinero fácil, por ello urge la creación del turismo rural y la transformación del interior de la República en pueblos mágicos.

II

Se puede pensar que con el turismo se trata de una invasión pacífica de masas aborregadas, dispuestas a pagar bien el derecho a dormir, comer, tomar el sol y consumir un poco de cultura nacional. ¿Acaso no crean plazas de trabajo en el mismo lugar de sus pobladores?, ¿acaso no elevan el ingreso de divisas necesarias para saldar la balanza de pagos?, ¿acaso no promueven la producción de artesanías y otras manifestaciones culturales? Además, ningún turista piensa, inicialmente, quedarse definitivamente, porque cuando reinicia el trabajo en las oficinas de la gran ciudad, la multitud regresa a su lugar de origen. Por ello, le conviene el mote de “industria sin chimeneas, porque parece aportar un máximo de beneficios con un mínimo de molestias.

Sin embargo, la industria del turismo está muy lejos de ser inocua: miríadas de personas trepan pirámides, entran a templos coloniales y hacen funcionar sus flashes frente a óleos y acuarelas, esparcen su sudor y exhalan su aliento en expresiones repetidas de asombro; con todo ello dejan constancia de su presencia en el deterioro de los monumentos arqueológicos. No se diga si graban su nombre en muros y muebles históricos. Si agregamos a esta voluntaria o involuntaria acción destructora el deterioro de áreas naturales, consecuencia del desorden inmobiliario de los promotores de fraccionamientos y hoteles con vista al mar, entonces salta a la vista la dificultad de calcular la sustentabilidad1 de la “industria sin chimeneas”.

En el caso de los centros vacacionales playeros, creados ex profeso para el turismo (como Cancún o Huatulco), parecería que el daño se circunscribe a la ecología y a la arqueología próxima; pero qué decir del daño del turismo rural y del quebrantamiento de los equilibrios sociales. Porque a menudo las comunidades se encuentran mal preparadas para absorber el impacto de la “economía de servicios”, que busca sacrificar el porvenir de sus habitantes en aras del dinero rápido y las utilidades inmediatas, máxime si se piensa que solamente existe utilidad económica cuando se habla de turismo de masas.

III

Todo flujo turístico conlleva una dosis de “violencia cultural”, porque, por un lado, el turismo rural se presenta en las regiones más pobres y desheredadas, con el mayor número de población analfabeta, instrumentalizada para realizar las tareas menos calificadas en los centros de diversión y esparcimiento, y, por otro lado, el turismo consume exclusivamente exotismo y folclore cultural: un poco de historia, de mito o realidad local, de arte y religión, y un poco más de gastronomía, todo mezclado en la propia ignorancia y superstición. Por ello, todo folclore y exotismo cultural representan una necesaria simplificación del acervo cultural, la cual es dictada por la exigencia del mercado y el consumo.

Los lugareños que trabajan en el ramo turístico se ven obligados a llevar una vida “en disolución cultural”, porque deponen sus concepciones nativas en favor de los intereses económicos de la industria, corriendo el riesgo de ser asimilados por los turistas. La propia naturaleza del mercado turístico exige seducir a los invasores con elementos exóticos de la cultura autóctona, y sin la responsabilidad de ser veraz. Vender el bagaje nativo cultural se convierte, además, en parte de la obligación del buen anfitrión, y el turismo está dispuesto a apropiárselo solamente a manera de juego2 temporal. Cualquiera que viaje a un humilde pueblo mágico, irá atraído por el ofrecimiento de una “experiencia exótica”, con el derecho de recibir una atención inigualable, prácticamente a cambio de la condescendencia por haberlo visitado.

IV

Esta verdad se manifiesta pura y dura al analizar el contexto del “México de hoy”, claramente maltusiano, donde no se ofrecen muchas opciones para el desarrollo (individual o colectivo), ni siquiera vía emigración. A partir de este panorama nacional se planea el progreso regional a través del turismo rural como la transformación de cada joven sin empleo en “peón del desarrollo turístico”, realizando su vocación de afanador, mesero, recamarero, vigilante o jardinero. Porque el trabajo en el ramo del turismo rural se orienta al desarrollo de las tareas más duras, menos calificadas y peor remuneradas, excelentes para su fácil despido y rápida sustitución3. Muchos antropólogos4 han constatado que allí donde se desarrolla el turismo se emplea primeramente a las mujeres, siguiéndoles sus hijos, y finalmente también los hombres; todos abandonan sus oficios tradicionales para atender a los turistas, consumando con ello el quebrantamiento de su vida familiar tradicional.

En la industria del turismo se hace presente, antes que en ningún otro ramo de la economía globalizada, la ausencia de empleo regular. Si bien puede decirse que por el turismo desaparece el desempleo, no puede afirmarse que lo sustituye el pleno empleo, sino únicamente la ocupación ocasional por cada estación vacacional. Lo que no alcanza ni para alimentar plenamente a una familia rural, como tampoco para incluirla dentro de los planes sociales de “combate a la miseria5.

Sin embargo, los argumentos para convencer a las poblaciones rurales se fincan en el trabajo rápido y no cualificado de los empleos turísticos. En este sentido, el refrán de “pueblo chico, infierno grande” se convierte en la sentencia de “pueblo mágico, trabajo precario”; dos aspectos del atraso y dependencia, resultado de la sumisión pasiva a la caravana invasora de turistas. No es casualidad que allí donde existe el mayor desarrollo turístico en México sea también donde se presenta el menor índice de desarrollo humano (como en Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Quintana Roo)6. Por ello, nadie puede decir que sea un buen negocio intercambiar creencias y costumbres por propinas cicateras, para terminar, dentro de la propia comunidad, asimilado a la servidumbre de las elites mundiales.

V

Es ingenuo pensar que la “cultura servil2 (¿o del servicio?), desarrollada por el turismo, esté en condiciones de asimilar a los dueños del dinero, que imponen como principio laboral el lema “al cliente siempre la razón”. En la industria del turismo siempre hay que considerar primero los gustos de los advenedizos, su forma de alimentación, transporte, hospedaje, trato y cortesía. La apretura de pequeñas comunidades rurales hacia el turismo de masas, sin previo cálculo de su fragilidad social y con el fin de integrarlas a la invasión de la economía global, será a costa de su identidad regional. Para ello, dos botones de muestra: San Miguel de Allende (Guanajuato) y los Álamos en Sonora; allí nómadas y sedentarios han intercambiado su papel, y la colonización turística ha traído consigo un desplazamiento de la población local y su consecuente expropiación de lugares santos, privados o familiares, de sitios arqueológicos o históricos: todo ha sido presa del interés y usufructo turístico. Si es cierto que cada población se identifica con su territorio, entonces la pérdida del mismo representa una pérdida de su identidad. En un principio, el mandato a los nativos rezaba “coexistencia pacífica”, pero cuando los flujos de turistas imponen su estilo de vida, el ejercicio de la tolerancia se vuelve insuficiente y comienzan los enfrentamientos y conflictos, en un fenómeno de rechazo mutuo.

En un hipotético futuro, arqueólogos y antropólogos interpretarán las huellas dejadas por los turistas de hoy, como las huellas dejadas por una guerra de conquista, que obliga a los “vencidos” a un proceso de “desculturación” (del acervo propio) e “inculturación” (de los gustos ajenos)7. Las tradiciones y costumbres de la vida rural serán destruidas o reducidas a un vago recuerdo en los ancianos, para tal vez algún día ser reinventadas por los turistas extranjeros desde su proclividad por el exotismo y folclore.

Conclusiones

Actualmente se intenta presentar al turismo como empresa sustentable, fincada en la relación anfitrión-invitado, que tiende al intercambio cultural en condiciones de igualdad.8 Sin embargo, no puede olvidarse que la actividad turística es emblemática del poder económico, como toda actividad de tiempo libre, fruto de los recursos excedentes.9 Por eso, una discusión seria sobre la sustentabilidad del turismo debe considerar el contacto intercultural desde la desigualdad entre turistas y nativos: unos son poderosos y adinerados, otros son débiles y necesitados; los primeros detentan el derecho a ser atendidos, mientras los segundos están obligados a servir. Estos dos roles apuntan al problema eterno de la dominación y dependencia; hoy en día presente como ejercicio del poder a través del flujo globalizado de capitales.

A partir de esto, el antropólogo norteamericano Edward Bruner10 ha insistido en la relación entre turismo y colonialismo, porque ambos nacieron juntos y son desde entonces inseparables; como lo muestra la propaganda turística que juega con las representaciones del poder colonial, evocando en todo turista la nostalgia imperialista del siglo XIX. Los promotores turísticos se esfuerzan en posicionar un “estereotipo cultural”: a ellos se deben las representaciones de género que asocian el turismo de playa con mujeres semidesnudas y dispuestas a la complacencia, o en el caso del turismo rural, las mujeres de rasgos indígenas y traje étnico idóneas para el servicio. El turismo exalta mitos y fantasías sexistas y racistas, que invariablemente afectan tanto a los destinos como a sus pobladores. Estos aspectos han sido analizados por Michel Foucault11 como el ejercicio del poder a través de sus representaciones. Por ello, la discusión sobre el turismo no puede limitarse a considerar al turista como un explorador inocente, sino que debe tomar en cuenta el impacto cultural, reconociendo que el turista es una construcción del poder y estatus social: viajar al exterior es muestra de poder y señal de movilidad ascendente, que deviene en derecho a jugar con los “imaginarios culturales”, o sea, a jugar con la difusión de los estereotipos culturales a través de la mirada del turista y de la forma en que se espera que los nativos reaccionen a ella.

Ésta no es una postura de antropólogo o etnólogo paternalista que desea proteger la cultura local congelándola por aislamiento en una especie de pasado pintoresco. Muy por el contrario, quienes desean congelar la cultura local son las representaciones turísticas, para así venderlas como exotismo a los turistas de los países desarrollados, creando “comunidades imaginarias”12 que funcionan como piezas de museo, desarticuladas de su ámbito original e historia.

Por ello, concluyo en que el desarrollo turístico debe considerar también el crecimiento sustentable respecto del medioambiente sociocultural y político, y no sólo físico natural.13

NOTAS:
1 Sustentabilidad en el sentido en que fue utilizado en el Informe Brundtland por la ex primera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland, con el propósito de analizar las políticas de desarrollo económico globalizador, pero sobre todo en relación con el medio ambiente natural y no al entorno cultural.
2 Duvignaud, Jean, “El precio de las cosas sin precio”, El juego del juego, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 9-31.
3 En http://www.inegi.gob.mx/prod_serv/contenidos/espanol/bvinegi/productos/integracion/especiales/indesmex/2000/ifdm2000f.pdf.
4 Bruner, Edward, “De caníbales, turistas y etnógrafos”, Cultural Anthropology, t. 4, vol. 4, pp. 438-445.
5 Conde, Bonfil, Carola, “Oportunidades: el nuevo programa de combate a la pobreza”, http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/rap/cont/109/art/art4.pdf.
6 En http://hdrstats.undp.org/es/paises/perfiles/mex.html.
7 Ianni, Octavio, “Transformaciones culturales”, Enigmas de la modernidad-mundo, Siglo XXI, México, 2000, pp. 78-101.
8 En este sentido se creó el concepto de “turismo etnográfico” para referirse a la actividad ingenua que conecta dos culturas diferentes (las del visitante y del anfitrión). El “turismo etnográfico” cumple su finalidad acercando al visitante a “grupos étnicos” de manera directa, a través de experiencias compartidas entre turistas y pobladores de la localidad anfitriona.
9 La cita clásica sobre el origen del ocio (tiempo libre) es: Aristóteles, Metafísica, 982 a-983 a. Y actualmente: Rinderspacher, Jürgen P., Gesellschaft ohne Zeit. Individuelle La cita clásica sobre el origen del ocio (tiempo libre) es: Aristóteles, Metafísica, 982 a-983 a. Y actualmente: Rinderspacher, Jürgen P., Gesellschaft ohne Zeit. Individuelle Zeitverwendung und Soziele Organisation der Arbeit, Campus Verlag, Frankfurt am Main, 1985, pp. 217 y ss.
10 Bruner, Edward M., Culture on Tour: Ethnographies of Travel, Chicago, University of Chicago Press, 2005.
11 Ver: Foucault, Michel, Microfísica del poder. La Piqueta. Madrid 1978.
12 Escalante, Gonzalbo, Fernando, Ciudadanos imaginarios, México, El Colegio de México, 1992, pp. 189 y ss.
13 Véase Barth, Friedrick, “Diversidad cultural global en un «mundo de economía plena»”, Las dimensiones culturales del cambio global: una perspectiva antropológica, México, UNAM, 1997, pp. 25-43.