Lo que sabe hacer la inteligencia y su educación

Publicado el 23 de abril de 2015
Jorge Alberto González Galván
Investigador en el Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
jagg@unam.mx

Plantear aquí que la inteligencia sabe hacer algo persigue el fin de mostrar que las competencias educativas son diversas porque el sistema neuronal que las hace funcionar es cerebro-corporal.

La inteligencia intelectual, por ejemplo, sabe hacer las siguientes acciones positivas: explicar, convencer, argumentar, reflexionar, organizar, estructurar, diseñar, proponer, etcétera. Se refieren a competencias cognitivas que a veces, desafortunadamente, tiene un savoir fair o un know how no siempre positivo, sino que dichas herramientas intelectuales se pueden utilizar para engañar, mentir, manipular, tergiversar o plagiar. Una persona que miente podría considerar que es “muy inteligente”, cuando en realidad se está autoengañando.

Por su parte, la inteligencia emocional, sabe hacer las siguientes acciones positivas: amar, respetar, confiar, tolerar, ser feliz, colaborar, compadecer, imaginar, crear, inventar, etcétera. Es decir, son competencias actitudinales relacionadas con el bienestar que produce la práctica de los valores, de la ética, del arte, y su lado negativo está relacionado con acciones que producen envidia, celos y rencores. Así como lo intelectual no es por definición sólo lo positivo, tampoco lo emocional es sólo lo negativo, ya que se ha estereotipado a una persona como “emocional” sólo cuando pierde el control de sus actos, es decir, cuando pierde la compostura.

Por otro lado, la inteligencia corporal sabe hacer las siguientes acciones positivas: ejercitarse, ensamblar, componer, leer, escribir y hablar, y son competencias aptitudinales, prácticas, técnicas, cuyo uso (o abuso) negativo está relacionado con empujar, coscorronear, cachetear, golpear, lesionar, violar y hasta matar.

La educación por competencias busca, por supuesto, conocer, practicar y desarrollar, de por vida y de manera integral (en las aulas y fuera de ellas), sólo las acciones positivas intelectuales, emocionales y corporales, para que las negativas no se manifiesten, o que si se dan se corrijan o castiguen.

Dichas acciones negativas son patologías que se viven en pareja, en familia, en vecindad, en el trabajo y en la sociedad, como violencia, indiferencia, corrupción, impunidad y desigualdad. Por eso duele que el Instituto Nacional de Evaluación Educativa señale que no hay dinero para actualizar ni formar a los educadores y ver que las universidades públicas rechacen el ingreso de miles de jóvenes cada año.

Es común decir que la educación no es un gasto, sino una inversión. Tenemos que garantizar que los cien niños que ingresan a la primaria sean los cien que ingresen al posgrado después. No somos pobres porque no tengamos recursos económicos, naturales y humanos, sino pobres porque unos cuantos han saqueado nuestros recursos económicos y naturales y han aprobado políticas públicas privatizadoras y de salarios miserables.

La verdadera riqueza de un país, lo sabemos, es la gente, por lo que si no invertimos todos los esfuerzos en la educación permanente de todos nosotros (porque la formación no se acaba hasta que uno se acaba), seguiremos padeciendo las acciones negativas que a todos nos avergüenzan. Los derechos de los niños son el interés superior de un país, para lo cual nuestra inteligencia debe estar al nivel y al servicio de dicho propósito, seamos padres biológicos, adoptivos o putativos.