Poetas legisladores
Publicado el 14 de octubre de 2012 Jorge Alberto González Galván Investigador en el Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, jagg@unam.mx |
Debo a la feliz iniciativa de Adriana Berrueco, este intento de relacionar dos quehaceres que la teoría ha separado, pero que la práctica ha unido siempre: lo racional y la especulación; la reflexión y la creación; la lógica y la imaginación; la inteligencia intelectual y la inteligencia emocional (según el tiempo en el que se quiera vivir mentalmente).1
El derecho y la poesía utilizan la misma herramienta para expresarse: el lenguaje.2 La diferencia estaría en su concepción, aprobación y aplicación: el primero es un fenómeno humano colectivo y el segundo individual. Sin embargo, los une un mismo fin: el orden social e interno de su lector.
El derecho a través de las palabras aspira a que las relaciones entre los seres humanos y con la naturaleza y animales se lleven a cabo de manera organizada, respetuosa, solidaria, equilibrada y armónica. La poesía, por su parte, utiliza las palabras para ordenar el funcionamiento interno de los sentimientos, es decir, de todo aquello que se percibe con los sentidos de manera también equilibrada, armónica. El derecho cumple con este fin utilizando argumentos lógicos, mientras que los de la poesía son argumentos metafóricos.3 Sus soportes pueden ser la escritura o la oralidad; su eficacia dependerá de quien los lea o escuche: nuestro tiempo intenta revalorar los dos caminos.
La existencia de reglas para vivir de manera organizada, colectiva e individualmente, se remonta al origen y evolución de la humanidad. Si el derecho y la poesía son quehaceres humanos socialmente aceptados hoy es porque sus procedimientos de producción jurídica o creación artística son útiles. La vigencia de una ley o el impacto de un poema, quizá, no es el mismo. La difusión de una norma jurídica es mayor que un soneto: la primera es un rito colectivo público, el segundo es una experiencia privada.
La sociología del derecho pretende medir los efectos de la norma en la sociedad, sin embargo, no existe todavía una sociología de la poesía que mida las consecuencias de una rima en el espíritu, el alma, las pasiones, las emociones, los sentimientos, de su lector (esto sólo él lo sabe, lo debe saber). Por ello, en este trabajo intentaré, como lector, precisamente, medir o, mejor dicho, explicar, polemizar y exponer lo que algunos poetas han reflexionado sobre su quehacer a través de las reglas de creación literaria y éticas, implícitas o explícitas, en sus textos y dichos.
Como lector agradecido de la poesía de Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Rubén Bonifaz Nuño, pensé en extraer sus reglas de creación poética y reglas éticas, releyendo sus poemas. En mi primer intento fracasé porque no sentí ninguna regla en los poemas que releí de Borges. Constaté que el tono, la intención, del poema, no es legislar, pontificar, sino testimoniar, compartir un estado de ánimo, para que el lector, si se identifica, a priori o a posteriori, emocionalmente hablando, induzca o deduzca una regla de identidad presente o de proyección futura (valga la redundancia). Si no es el caso, como me ha pasado (y me seguirá pasando), se debe quizá a que no se trata de una experiencia compartida o porque uno no dispone de la energía necesaria para asimilar el mensaje. Pongo un ejemplo: la poesía contenida en los boleros que escuchaban mis padres en mi infancia no me decían nada hoy forman parte de mi estructura emocional.
Renuncié, pues, a buscar las reglas en los poemas de Borges y me refugié en sus relatos. Comencé por su último libro, La memoria de Shakespeare. Me encontré su monólogo: Borges y yo, como un diálogo entre el Borges maduro con el Borges joven: Agosto 25, 1983. Recupero las reglas de la creatividad o el Código Borges de ambos textos:
1. Gusta de los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café, y (de) la prosa de Stevenson.4
2. Sigue tus buenas intenciones, los laberintos, los cuchillos, el hombre que se cree una imagen, el reflejo que se cree verdadero, el tigre de las noches, las batallas que vuelven en la sangre, Juan Muraña ciego y fatal, la voz de Macedonio, la nave hecha con las uñas de los muertos, el inglés antiguo repetido en las tardes los falsos recuerdos, las largas enumeraciones, el buen manejo del prosaísmo, las simetrías imperfectas que descubren con alborozo los críticos, las citas no siempre apócrifas.5
En cuanto a las reglas éticas de Borges, creo rescatar las siguientes: por ejemplo, en La memoria de Shakespeare: los conocimientos no se heredan, vive (estudia, viaja, convive, conversa). En La rosa de Paracelso: no creas (en los demás), confía (en ti mismo). En Tigres azules: no desperdicies tu tiempo buscando lo que no ves, aprovecha todo y sólo lo que está frente a tus ojos. En El libro de arena: si la idea del infinito nos permite estar en todo tiempo y lugar, tu imaginación no tiene límites, fatígala. En El disco: no atiendas a la ambición, no es buena consejera. En El soborno: que no te mueva la vanidad cuando escribas, o te relaciones, académicamente. En Avelino Arredondo: contrólate, no es justicia la que se hace con mano propia. En La noche de los dones: el amor y la muerte no se enseñan. En La secta de los treinta: no inventes, déjate conducir, somos los amanuenses de la Sabiduría. Y en El Congreso: la vida no está en las leyes, tú eres el único legislador.
En Rubén Bonifaz Nuño, las reglas de su método consisten en considerar que para cantar es necesario contar. Su obra es un puente dotado de la dureza necesaria para soportar el fantasma que soy,6 en busca de los cinco minutos de vuelo razonable para encontrar la salida:7
Qué fácil sería para esta mosca,
con cinco minutos de vuelo
razonable, hallar la salida.
Pude percibirla hace tiempo,
cuando me distrajo el zumbido
de su vuelo torpe.
Desde aquel minuto la miro,
y no hace otra cosa que achatarse
los ojos, con todo su peso,
contra el vidrio duro que no comprende.
En vano le abrí la ventana
y traté de guiarla con la mano:
no lo sabe, sigue combatiendo
contra el aire inmóvil, intraspasable.
Casi con placer, he sentido
que me voy muriendo, que mis asuntos
no marchan muy bien, pero marchan;
y que al fin y al cabo han de olvidarse.
Pero luego quise salir de todo,
salirme de todo, ver, conocerme,
y nada he podido; y he puesto
la frente en el vidrio de mi ventana.
Octavio Paz y Rubén Bonifaz Nuño estudiaron derecho; como abogados tampoco debemos encasillarnos o dejarnos encasillar en el quehacer jurídico, sino enriquecerlo con otros quehaceres, como el literario.
NOTAS:
1. Gardner, Howard, Estructura de la mente: la teoría de las inteligencias múltiples, traducción de Sergio Fernández Everest, 2a. ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1994. Chopra, Deepak y Rudolph E. Tanzi, Supercerebro, Grijalbo, 2013. Jorge Volpi, Leer la mente, Alfaguara, 2011, y De topos y arañas. Notas sobre la imaginación científica y la imaginación literaria, en: http://www.elboomeran.com/blog/12/blog-de-jorge-volpi/, última consulta 24 de agosto de 2015.
2. Paz, Octavio, La casa de la presencia, Por las sendas de la memoria. Prólogos a una obra, México, Fondo de Cultura Económica, 2011, pp. 11-29.
3. Borges, Jorge Luis, Evangelios apócrifos, Obras completas IV 1978-1988, Buenos Aires, Emecé, 1999, p. 452.
4. Coleman, Alexander, Jorge Luis Borges. Select Poems, USA, Penguin Books, 2000, p. 93.
5. Borges, Jorge Luis, Cuentos completos, México, Debolsillo-Random House Mondadori, 2015, p. 518.
6. Bonifaz Nuño, Rubén, Ensayos, selección de Pável Granados y César Arenas, México, UNAM-Gato Negro Ediciones, 2009, p. 167.
7. Bonifaz Nuño, Rubén, Poesía I, selección de Pável Granados, César Arenas y Víctor Mantilla, presentación de Sandro Cohen, México, UNAM-Gato Negro Ediciones, 2009, pp. 33 y 34.
Formación electrónica: Luis Felipe Herrera M., BJV