De la Universidad para su rector

Publicado el 4 de diciembre de 2015

David Piedras Encino
Maestro en Ciencia Política por El Colegio de México; doctorando en el
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM,
dpiedras@colmex.mx

La Ley Orgánica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), publicada en el Diario Oficial de la Federación el 6 de enero de 1945, otorga al rector de la Universidad las calidades de jefe nato de la misma, representante legal y presidente del Consejo Universitario. Esto indica que el marco jurídico de la UNAM concibe al rector como una figura con amplias facultades, pero también, de la más alta responsabilidad.

Siendo la Universidad el semillero más importante de las transformaciones de nuestro país —por las ideas y personas que aquí han germinado y florecido— no es extraño que la voz del rector encuentre resonancia en los medios de comunicación, la clase política y, a veces, en algunos sectores de la sociedad.

Para que las voces de los universitarios —incluido el rector— resuenen es indispensable que las libertades de organización, de cátedra y de investigación, resumidas todas en el concepto de autonomía, sean plenas, lo cual sólo es posible si dentro de la pluralidad de una comunidad sumamente amplía, las autoridades supeditan su actuación a los intereses de la agenda de investigación y docencia, que según la Ley Orgánica se define por los problemas nacionales de México.

Todos tenemos en mente a grandes universitarios que día a día mantienen la autonomía de la Universidad con base en su trabajo serio y comprometido con el país. Uno, de tantos que así eran, son y serán, fue rector, el ingeniero Javier Barros Sierra. En otro México, el rector de esos años supo preservar no sólo su autonomía, sino la integridad física de las instalaciones universitarias y también de los jóvenes que el 1o. de agosto de 1968 se aprestaban a marchar en protesta por la agresión del poder político hacia la UNAM.

En Vivir, Julio Scherer cuenta como señaló al rector José Narro la necesidad de reconocer la deuda que, los universitarios y nuestra casa, tenemos con el ingeniero Barros Sierra.

El ingeniero que hizo cálculos cuidadosos en su actuación pública, en aras de sostener ese pilar llamado autonomía, el cual sostienen la gran obra científica y cultural que es la Universidad Nacional Autónoma de México, merecía que ésta jamás lo olvidara.

En la explanada de Rectoría está la placa que reconoce la deuda, y la retribuye con lo único que puede saldar un débito de tal magnitud: la gratitud. “De la Universidad para su Rector”.

El día que esto se escribe (17 de noviembre de 2015) el doctor Enrique Graue protestó el cargo de rector. Yo no viví la época Barros Sierra, pero por la importancia que la Universidad ha tenido, y tiene, en mi vida, en la de muchos otros mexicanos y, desde luego, en la vida pública del país, deseo ver una gestión autónoma, en donde se antepongan los intereses de la Universidad.

De ninguna forma puede ser fácil liderar una entidad tan plural y compleja como la Universidad, por lo que es necesario que toda la comunidad lo apoye. Y también es importante resaltar el compromiso que tiene con los grandes universitarios que lo han precedido, así como la responsabilidad que deviene de ser guía de nuestra comunidad y lo aliente ante cualquier adversidad.

La UNAM recordará siempre a los rectores que trabajen por preservar los valores que la conforman tal y como es: pública, gratuita, laica y autónoma.




Formación electrónica: Luis Felipe Herrera M., BJV