Los católicos y los partidos políticos en México

Publicado el 10 de febrero de 2016

Alfonso Guillén Vicente
Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur
aguillenvic@gmail.com

La llegada del papa Francisco a nuestro país nos trae el planteamiento que hizo a fines de abril del año pasado en una audiencia con los miembros de la Comunidad de Vida Cristiana (Excélsior, 30 de abril de 2015):

“¿Un católico puede hacer política? ¡Debe!
Pero, ¿un católico puede involucrarse en política? ¡Debe!”.

Ha sido muy claro, sin embargo, al afirmar que “un partido solo de católicos no sirve y no tendrá capacidad de convocatoria porque hará aquello para lo cual no ha sido llamado”.

Hace más de un siglo (1911-1914) existió un partido católico en México: el Partido Católico Nacional. Y terminó apoyando al usurpador Victoriano Huerta. Entonces enredó a los creyentes en un enfrentamiento con los revolucionarios carrancistas que costó el martirio de varios sacerdotes y laicos, como el del padre Galván en Guadalajara a finales de enero de 1915.

Posteriormente, si resultó muy significativa la experiencia organizativa de la Unión Popular de Jalisco, a principios de la década de los veinte del siglo pasado, fue arrastrada, junto con su líder, Anacleto González Flores, a la guerra cristera.

En términos de la república, de hecho la Cristiada significó un rompimiento del Pacto Federal al enfrentar a los habitantes del Bajío con los veracruzanos y tabasqueños, encabezados por los gobernadores callistas Adalberto Tejeda y Tomás Garrido Canabal.

El conflicto religioso de 1926-1929, y su secuela de los años treinta, motivaron a los católicos inconformes a formar organizaciones secretas como Legión (o Legiones) y la Base.

Algunos de los militantes de estos grupos participarían abiertamente en la política mexicana a través del Partido Acción Nacional y la Unión Nacional Sinarquista y sus distintos brazos electorales.

Pero nacidos como reacción al cardenismo, y constituidos frente a las organizaciones obreras y campesinas que apoyaban al régimen, tendieron a ubicar a los católicos a la derecha del espectro político mexicano.

El modus vivendi que Roberto Blancarte1 ha definido como “el acuerdo oficioso establecido entre Estado e Iglesia entre 1938 y 1950” canalizó la participación política de los católicos por la vía electoral. Y aunque siguieron existiendo organizaciones secretas, fueron cada vez más combatidas por la jerarquía eclesiástica.

El Concilio Vaticano II (a partir de 1962) trajo como resultado lo que el propio Blancarte ha llamado “la total recuperación de la cuestión social y, en el caso mexicano, el inevitable regreso de la Iglesia a las cuestiones públicas”.2 Entonces, algunos católicos, por su orientación ideológica inevitablemente ligada a su posición frente a los vientos conciliares, decidieron fortalecer otro tipo de organizaciones. Tal fue el caso del Yunque, el MURO y Los Tecos, en el caso de la derecha, o el Secretariado Social Mexicano y el Centro de Comunicación Social (Cencos) para la izquierda.

Todavía hace treinta años los estudiosos de los partidos y los movimientos sociales en México, como Octavio Rodríguez Araujo, definían a Acción Nacional como el partido “natural” de los católicos de clase media.3 Para el caso poblano, y también para mediados de los ochenta, Elsa Patiño Tovar ha precisado que el sector empresarial y el PAN “siendo ambos de inclinación católica no es raro ni que encuentren múltiples coincidencias ni tampoco que tengan entendimiento con la Iglesia”.4

Por el lado de la izquierda, Rodríguez Araujo ha señalado en su libro: La reforma política y los partidos en México (11a. ed., Siglo XXI Editores, 1991,) que en el Comité Nacional de Auscultación y Coordinación (CNAC), que se formó en noviembre de 1971, y del que nacerían el Partido Mexicano de los Trabajadores y el Partido Socialista de los Trabajadores (cuyos militantes dirigirían después al PRD), participaron inicialmente organizaciones con presencia católica como el Frente Auténtico del Trabajo.

Cuando el Partido Comunista Mexicano se aprestaba a participar electoralmente a raíz de la Reforma Política de 1977, todavía se podían presenciar fructíferos intercambios de ideas entre comunistas y católicos progresistas. Y sabemos que en la formación del Partido de la Revolución Democrática participaron católicos progresistas, que a lo mejor se diluyeron en las luchas entre las “tribus” o en las agendas establecidas por ese partido para responder a sus clientelas liberales de la Ciudad de México, impuestas a las regiones gobernadas por perredistas.

La salida del PAN de algunos de sus ideólogos más destacados, como Efraín González Morfín, identificados con la doctrina social de la Iglesia, se sumó a las victorias que comenzó a conseguir el blanquiazul en algunos estados y ciudades importantes, para que su dirigencia y los abanderados de ese partido dejaran a un lado sus principios de doctrina y se vieran rebasados por el oportunismo y la corrupción, particularmente a partir de que arribaran a la Presidencia de la República.

Así, el divorcio entre los partidos y la sociedad mexicana trajo consigo, necesariamente, la pérdida de identidad de los católicos con aquellas organizaciones políticas que alguna vez se reclamaron depositarios del pensamiento social de la Iglesia, o la ruptura del diálogo con los partidos de izquierda que dicen luchar por aquellos que son la opción preferencial del catolicismo.

En su artículo del diario La Jornada del 4 de febrero de 2016, Octavio Rodríguez Araujo ha definido bien el problema central que nos ocupa. “Estos (los partidos), por su lado, incluso en el PAN y no sólo en las organizaciones de izquierda, se fueron separando cada vez más de sus bases militantes… e iniciaron arreglos con las élites burocráticas de la administración pública y el Congreso de la Unión hegemonizado por el PRI”.

En suma, ha subrayado el mismo académico, especialista en partidos políticos, que “al igual que en otros muchos países los partidos fueron abandonando poco a poco sus identidades propias… y a competir por cargos públicos y no más por proyectos ideológico-políticos”.

Si los partidos políticos en México no representan algo que pueda llamar a los católicos a participar en política, ¿cuál será la manera en la que un católico debe hacer política?, ¿dónde está el espacio para que el católico deba involucrarse en la política?

NOTAS:
1. Historia de la Iglesia católica en México, 1929-1982, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 21.
2. Idem.
3. Varios autores, Religión y política en México, México, Siglo XXI Editores, 1985.
4. Los movimientos sociales en Puebla, DIAU-ICUAP, Universidad Autónoma de Puebla, 1986, t. I.



Formación electrónica: Luis Felipe Herrera M., BJV